Nadie niega que la neurociencia haya hecho descubrimientos asombrosos acerca del funcionamiento del cerebro. Tampoco que a partir de esos hallazgos se han podido implementar avances que son una gran ayuda para las personas. Por ejemplo, tratamientos a enfermedades mentales severas, datos que favorecen el aprendizaje y la memoria, o la invención de una silla de ruedas que recibe órdenes directamente desde el cerebro.
En lo que no hay consenso para nada es en un nivel anterior y más profundo: ¿es el cerebro la causa de todo lo que somos; estamos predeterminados por esa materialidad? ¿O el hombre es un ser libre, a pesar de estar sometido a las leyes naturales?
Este tipo de preguntas y reflexiones fue lo que provocó la entrada de filósofos y estudiosos de la ética al mundo de la neurociencia. Comenzaron a ver que esta disciplina estaba sobrepasando los límites de lo científico, pretendiendo dar una explicación a lo que es el hombre a punta de experimentos. Los más materialistas plantean, por ejemplo, que ya que el cerebro determina las acciones de una persona, no debiera existir el concepto de culpabilidad o de responsabilidad frente a un delito, pues esa persona no tenía en sus manos actuar de otra manera.
El desacuerdo que existe a nivel académico y clínico tiene sus raíces en distintas maneras de abordar las investigaciones y de interpretar los datos. Quienes plantean que el ser humano, con sus decisiones y emociones, es libre, piensan que quienes sostienen que está predeterminado por su cerebro son excesivamente optimistas en sus investigaciones. Para ellos, si bien es cierto que cada vez se sabe más, es necesario reconocer que todavía la mayor parte de las preguntas no tienen respuesta.
Por otro lado, sostienen que se ha dado una “locura por la neurociencia” motivada por la curiosidad de las personas comunes y corrientes por saber del cerebro y fomentada por los medios de comunicación que enganchan sin mucho filtro, pues no tienen editores capaces de identificar información errónea. Es lo que sucedió con el descubrimiento de las neuronas espejo, que fueron noticia por supuestamente explicar que el hombre aprende por imitación. Según estudiosos más prudentes, estas neuronas participan del proceso de aprendizaje y tienen que ver con la función de imitar, pero es un error decir que son la causa de ese comportamiento. Si un niño imita la conducta de su madre, por poner un ejemplo, sería un reduccionismo plantear que se debe a las neuronas espejo, pues habría muchos otros elementos que inciden.
Lo mismo ha ocurrido con el hallazgo de la plasticidad del cerebro, que se refiere a la capacidad que este órgano tiene de cambiar. Hay sectores que piensan que una modificación en el cerebro cambia a la persona y otros plantean que es al revés: que el cerebro cambia porque la persona cambió. Así, si un adicto a las drogas deja de serlo no es porque su cerebro sea plástico, sino porque él decidió rehabilitarse y puso su voluntad al servicio de esa meta. Ese cambio de conducta es lo que va produciendo cambios en el cerebro que, a su vez, van haciendo más fácil la mantención del nuevo hábito.
Sin embargo, hay situaciones frente a las cuales es complejo dar una explicación sólo desde la ciencia. Es lo que ocurrió en el emblemático caso de Phineas Gage en 1869, un empleado ferroviario que tuvo un accidente laboral donde un fierro perforó su cráneo. Sorprendentemente no murió, pero su comportamiento cambió de manera radical. De ser un hombre tranquilo, pasó a ser irrespetuoso y grosero. Ante ello, sus seres queridos lo desconocieron. Así lo muestra la trascripción del caso publicado por John Martin Harlow: “Tiene las pasiones animales de un hombre fuerte. Antes del traumatismo poseía una mente bien balanceada y era considerado por quienes lo conocían como una persona prudente. (…) Ya no es el mismo Gage”.
Para algunos, casos como éste ilustran que nuestro cerebro nos determina. En cambio otros explican que un cambio en el cerebro evidentemente produce cambios en la persona, así como quebrarse una pierna nos hace cojear. Para ellos, la libertad humana sigue intacta, pues de eso se trata nuestra libertad: no podemos hacer cualquier cosa –como volar o estar en dos lugares al mismo tiempo- porque es una libertad que se da en un ser que tiene un cuerpo con sus leyes y sus límites.