Imagen: Magdalena Pérez

¡Cuidado con los chantas! Estudios al banquillo

Que el timerosal causa autismo, pero no lo causa. Que el café es cancerígeno, pero también lo previene. Pareciera que los estudios científicos dan para todo ¿Debemos seguir creyendo en ellos?

Por Francisca Solar @FranSolar | 2014-02-05 | 10:50
Tags | estudios, ciencia, timerosal, errores, medicina, prensa, ética, responsabilidad
“Es tal la presión del círculo académico por publicar estudios, que la gente termina por sentir que producir investigaciones que parezcan publicables es más importante que producir investigaciones creíbles”

Si no ha participado activamente, al menos lo ha escuchado o leído, porque ha salido hasta en la sopa: mucho se ha discutido sobre el famoso Timerosaly si se debe o no mantener este compuesto en las vacunas. Desde el Congreso hasta las casas de cada chileno, pasando por diarios y redes sociales, se ha nombrado a decenas de científicos, experimentos, artículos y otros que apoyan y/o desacreditan las afirmaciones, confundiendo tremendamente a la población. El tema se convirtió en una bolsa de gatos. Si bien la gran mayoría de la comunidad científica (desde la Organización Mundial de la Salud hacia abajo) ha dicho hasta el hartazgo que no hay ni un solo estudio que pueda concluir una relación de causalidad entre el uso de vacunas con Timerosal y el desarrollo de Autismo, la desinformación sigue creciendo de la mano de “expertos” con nombres raros, investigaciones poco minuciosas y, por si fuera poco, con dudoso financiamiento. Pero ésas también son “ciencia”, aparentemente válidas y respaldadas para un ojo común. ¿A quién debemos creerle?

“Las conclusiones erróneas últimamente son una plaga en los estudios científicos”, lanza a quemarropa este artículo en The Daily Californian. Así como en el caso del Timerosal, hay muchos otros temas que se han visto en un huracán de opiniones encontradas, con numerosos artículos a favor y en contra, donde un humano común difícilmente puede discriminar qué tiene real sustento y qué no. “Es tal la presión del círculo académico por publicar estudios, que la gente termina por sentir que producir investigaciones que parezcan ‘publicables’ es más importante que producir investigaciones ‘creíbles’”, concluye. Suena escandaloso, pero tiene sentido y llevamos un par de décadas comprobándolo. De hecho, hace pocos días una publicación interuniversitaria alojada en la revista Science reveló cuáles son las equivocaciones más comunes que cometen los investigadores, ya que se están haciendo cada vez más habituales y no muchos parecen reparar en la gravedad que esto encierra. ¿Ejemplos? Pocos estudios contemporáneos transparentan cuántas veces se ejecutó el mismo experimento, cuáles fueron la totalidad de los datos recabados (no sólo los que “les servían”) y, la peor de todas, cuál era exactamente la hipótesis original. Así, las conclusiones confusas o incorrectas están a la orden del día. La idea de la “Berkeley Initiative for Transparency in the Social Sciences” –comunidad detrás de esta publicación en Science– es que se deben estipular algunos lineamientos generales para lograr directrices más estrictas que mejoren la precisión de los resultados, situación que se requiere masificar con urgencia dada la preocupante proliferación de trabajos dudosos. 

Tal como describe muy bien este artículo de Forbes, “muchas personas no ligadas al mundo científico están confundidas ante el constante cambio de consejos que proviene de la investigación médica sobre diversos tópicos. En una semana el café produce cáncer y en la próxima, resulta que lo previene”. ¿Recuerdan este post sobre los insólitos estudios que revelaban qué tipo de persona es más inteligente? Aunque intenten ser serios, en esos escenarios generamos muchas más dudas que certezas. Por si fuera poco, la prensa agrava un poco más el asunto, reproduciendo titulares y bajadas de estudios equis muchas veces sin detenerse a leerlos completamente o a chequear sus antecedentes. Estamos acostumbrados a que si dice “ciencia”, entonces tiene un piso asegurado de credibilidad. Lamentablemente eso ya no existe: hoy más que nunca estamos obligados a desconfiar, no importa qué tan “científico” suene. Profesionales poco rigurosos en sus métodos e instituciones no debidamente fiscalizadas han mermado la fe ciega que la humanidad tenía puesta en los laboratorios, desplazándolos a un banquillo cada vez más poblado. 

A alguien le escuché decir que sólo los amargados viven desconfiando de los demás. Estaría de acuerdo si es que no estuviésemos tan acontecidos por esta avalancha de estudios cuestionables, los que no sólo ponen a prueba nuestro umbral de tolerancia a lo inverosímil sino, además, nuestra comprensión de lectura –que ya es muy baja en Chile, dicho sea de paso–. Recordemos que la mayoría de nosotros no somos más que simples hijos de vecino: necesitamos que los temas complicados nos los expliquen con manzanas, sumando otro obstáculo a lo anterior. Y no hay nada de malo en ello; lo malo es que, al parecer, pocos profesionales están capacitados para llevar la ciencia dura en términos sencillos a una masa usualmente más curiosa o entusiasta que suficientemente culta…

En simple, nuestro recelo ha crecido porque tanto estudio chanta o a la rápida nos ha obligado a ello. Si ni siquiera en la ciencia podemos confiar ¿Qué más queda? ¿En qué o quién sí podemos confiar? ¿Qué debemos exigir a un profesional o institución antes de tomar en cuenta su “estudio”? Y aunque expusiera muchas credenciales y respaldo rimbombante ¿Quién nos garantiza que los datos son reales o están bien analizados? ¿Cómo y cuándo creer? Dejo todas esas preguntas abiertas, pues no tengo las respuestas y dudo que alguien más pueda dármelas por ahora. Es un misterio qué nuevos mecanismos se deberán incorporar en experimentos y sondeos futuros para que recuperen su antigua ciega credibilidad… pero de que se necesitan, se necesitan. Mientras tanto, recomiendo jugar al escéptico. No desconfiar de todo, pero tampoco creer de buenas a primeras. Más grave es, sobretodo en el hiperconectado mundo de Google rey, pecar de inocentes.