Febrero es el mes del amor. También es el mes de las noticias faranduleras de Alto Impacto del Festival de Viña, como por ejemplo, qué ropa va a usar Javiera Acevedo en la “gala”, etc. Finalmente, es el mes de los comerciales de útiles escolares en la tele para dejar con depresión a todos los péndex del mundo. Pero yo opino que febrero debiese ser mundialmente conocido como el mes de la marmota, porque en un mes como este, el amigo Bill Murray se quedó atrapado en el día 02 del 02 y vivió lo mismo una y otra vez durante años (algunos dicen que 10.000. Oh my God).
Obviamente estoy hablando de la película El Día de la Marmota (1993), traducida en Chile como El Hechizo del Tiempo porque en Chile somos todos giles y nica veríamos una película sin hechizos. Se trata de un pelmazo apestoso que da el tiempo en las noticias y que es egoísta, sarcástico, chistoso y en fin BILL MURRAY, que tiene que ir obligado a un pueblo gringo a hacer una nota sobre una celebración local en que sacan una marmota de una jaula y leen un pergamino y hay una banda y todo el mundo se pone feliz y aplaude. Es como cuando acá escogen a la reina guachaca, pero menos tonto. Bueno, la cosa es que Bill Murray no está ni ahí con las marmotas ni con las reinas guachacas, así que está todo el día basureando al pueblo y mirándolos a todos en menos. Hasta que al otro día despierta y descubre que no es al otro día, sino que está empezando el mismo día de nuevo. Y que no importa lo que haga, siempre despierta con la misma musiquita apestosa, el mismo programa en la radio, la misma gente caminando por la calle y la misma celebración con la marmota y el pergamino.
Al principio uno se ríe, porque es muy chistoso ver a Bill Murray reaccionando a todo lo que le está (re) pasando, pero de a poco la película se empieza a poner angustiante, o debería. Porque la verdad es que uno no puede dejar de mirar la pantalla cada vez que vemos una escena exactamente igual a la anterior salvo por lo que hace el protagonista.
Les juro que si no la han visto, van a estar toda la película con así cada pepa de puro mirar todos esos detalles recreados una y otra vez. Uno se empieza a aprender las canciones (la de la radio reloj y la que toca la banda cada vez que Bill Murray llega al lugar de la celebración), los efectos sonoros (la bandeja que se cae en el café y que los locos aplauden) y los diálogos (cuando aparece el apestoso Ned Ryerson) y la repetición hace que uno se sienta como en casa, aunque técnicamente la película es una pesadilla para el protagonista, uno se siente bien viéndola. ¿Qué onda?
La verdad es que nos gustan las cosas repetidas y si no, pregúntenles a los miles de capítulos de El Chavo que hemos visto. Cada vez que Don Ramón se mete en una pelea y Quico queda llorando nosotros sabemos de memoria lo que viene, pero ahí nos quedamos pegados y nos da risa cuando pasa. Escuchamos las mismas canciones setecientas veces hasta que nos dan arcadas. Nos gustan las series, porque queremos ver de nuevo los personajes haciendo las mismas cosas y si la serie es muy maestra, nos da gusto cada vez que empieza la musiquita / créditos del principio, aunque la hemos escuchado / visto mil veces.
Todos alegan contra la rutina, contra tener que levantarse a la misma hora, salir por las mismas calles y tomar el mismo metro / micro / camino. Pero todos lo hacemos y lo seguimos haciendo, porque en el fondo lo necesitamos. Si no me creen, fíjense en lo placentero que es cuando vemos una película en que un personaje vive una rutina. Al principio de Truman Show, por ejemplo. El compadre dice las mismas frases, saluda a las mismas personas, hace los mismos chistes y uno ahí con una sonrisa gigante en la cara viendo la película, esperando igual que los telespectadores dentro de la película a que el compadre diga su frasecita. Incluso cuando se libera de su “prisión”, el compadre se despide usando su frase de siempre y es el momento que más felicidad nos produce a todos. Porque sabíamos que lo iba a decir, porque TENÍA que decirlo. Sí o no.
Joe Pino que El Día de la Marmota es una metáfora de la vida rutinaria apestosa que a muchos nos toca vivir, nos tocó o nos tocará en algún momento. El que Bill Murray se lo tome con tanto humor y que llegue a descubrir que puede hacer lo que quiera sin consecuencias, nos gusta también, porque es lo que uno empieza a soñar cuando la rutina nos molesta, aunque la necesitemos. Todos han querido gritarle a alguien, agarrar un auto y tirarse por un barranco, aforrarle al pelmazo que nos habla aunque no queramos y todos queremos tener la gracia de Bill Murray al hacerlo. Pero yo creo que El Día de la Marmota funciona a un nivel más inconsciente. Y haciendo investigación descubrí que un grupo de Budistas encuentra que El Día de la Marmota es un perfecto ejemplo del Budismo, porque tiene a un personaje estancado en una rutina, cometiendo los mismos errores una y otra vez. Según los budistas, una de las cosas más humanas de nuestra naturaleza.
Pero yo encuentro que es la conquista sobre la rutina lo que más nos gusta de El Día de la Marmota y lo que hace que esta película sea un clásico que vamos a ver (y repetirnos, obvio) por los siglos de los siglos. Lo más maestro de todo es que Bill Murray no derrota su “hechizo” haciendo algún encantamiento antídoto. El compadre no se roba un talismán del museo ni inventa una máquina especial. Simplemente se rinde a la rutina y empieza a aprovecharla. Se hace amigo de las viejitas apestosas que viven en Punxsutawney, aprende a tocar el piano, le salva la vida a un cabro chico que nunca le da las gracias, aprende a esculpir en hielo y se resigna a querer a todos los que lo rodean. Esa es la manera en que el compadre consigue liberarse del hechizo y, de paso, conquistar a la minoca de los comerciales de tintura. Y ese es el tipo de metáforas que queremos escuchar ¿Sí o no?
Quizás no nos damos cuenta cuando la vemos por primera vez, pero El Día de la Marmota lo que está haciendo es ayudándonos a lidiar con lo peor de lo peor y a decirnos que en nosotros está el pasarlo bien. Si lo digo yo así tan directamente suena cursi y apestoso, pero si lo dice Bill Murray piolitamente y haciéndonos reír durante hora y media, nace un nuevo clásico de las películas. Sea uno budista o no. Larga vida a la marmota.