Imagen: Gojko Franulic

Quien más te conoce es... un algoritmo

Fran Solar extraña los tiempos en que había que pedirle recomendaciones al encargado de la tienda de VHS antes de ver una película. ¿Quién nos aconseja hoy día? Alguien que nos conoce mucho más de lo que creemos.

Por Francisca Solar @FranSolar | 2014-03-19 | 11:00
Tags | Fran Solar, tecnología, información, Big Data, predicción, algoritmos, internet
Me encanta la tecnología, es mi área y la adoro, pero también reconozco sus límites… o al menos los límites que yo pretendo que tenga.

A veces pienso en Errol’s. Sí, más que en Blockbuster. Fue una época dorada, más idealizada aún por pertenecer a mi niñez, donde el VHS era un bien escaso y preciado. Era mágico. El paseo dominguero con mi papá y mis hermanos a la única tienda que conocíamos era toda una hazaña; nos pegábamos el pique del siglo a San Carlos de Apoquindo, que en ese tiempo era como ir a Mendoza, y podíamos quedarnos fácilmente una hora entre los pasillos peleándonos para elegir qué íbamos a ver, escuchando las conversaciones de los otros, de lo que había dicho el tipo del mostrador, de lo que había salido en el diario ayer, de lo que contó un pariente que venía llegando de EE.UU. Seguro más de alguno recuerda el clásico piso alfombrado y los stickers de “Por favor, rebobinar” pegados en las cajas. Tiempos aquellos.

Hoy, para elegir y ver una película, ya no necesitamos escuchar conversaciones ajenas. Tampoco necesitamos al encargado de la tienda… ¡ni siquiera necesitamos ir a la tienda misma! Con servicios como Netflix o Spotify (y un montón de sucedáneos) basta una pantalla, cualquiera (PC, notebook, tablet, smartphone), un par de clicks y voilá: un film o disco que cumple con todos tus gustos y preferencias está frente a ti listo para ser escogido y arrendado/comprado. ¿Cómo lo hacen? Todo por el llamado “Big Data” y los algoritmos que lo enredan.

Si no había escuchado el concepto, se lo explico en términos muy, muy sencillos, porque el tema es más técnico y complejo de explicar, con implicancias en áreas tan serias como economía y hasta seguridad civil: “Big Data” alude a esa incalculable cantidad de información que hay de cada uno de nosotros flotando en bases de datos online, en nubes, discos o dando vueltas en la red que, como bien sabe la mayoría, es data que estará ahí hasta el fin de los tiempos, que jamás se borrará realmente, aun cuando cerraras todas tus suscripciones o cuentas en servicios virtuales o redes sociales. Si llenaste un formulario o simplemente dijiste o compartiste algo sobre ti alguna vez en Internet, algún sistema, empresa o marca ya lo sabe, ya lo guardó (con o sin tu consentimiento) y lo tomará en cuenta para predecir tus gustos o comportamientos. Google y Facebook son una gran expresión de aquello, con todos sus pros y sus contras. Conspiraciones hablan de que nos dirigimos a una hecatombe donde un mega-robot nos tendrá vigilados y codificados al estilo Gran Hermano, mientras los más cándidos prefieren dirigir la atención a cómo esos datos son vitales para personalizar los servicios de entretención, sobre todo en cuanto a acceso a películas, series y música, donde este “Big Data” se mezcla en una licuadora mediante el trabajo de profesionales y máquinas, confeccionando cálculos matemáticos que arrojan patrones y conexiones posibles, no evidentes, que den con la fórmula perfecta de sí, ésta, ésta es la canción nueva que seguro te va a gustar, y te la presentaré en bandeja mucho antes de que hayas oído hablar de ese cantante, porque ya te conozco, más que tú a ti mismo. ¿Excitante o terrorífico?

Para ser justos, no me quejo tanto… aún. Llevo un par de meses usando Spotify y, gracias a su dichoso cálculo interno de variables combinadas, me ha ofrecido escuchar un montón de bandas que no conocía y que, efectivamente, me gustaron mucho. He comprobado que su predicción de acuerdo a los datos que yo le entrego (qué escucho, qué favoriteo, qué comparto, qué comento) funciona, y bien. Lo he utilizado positivamente y agradecido públicamente. No es infalible, por supuesto. A una amiga el programa le sugirió escuchar lo último de Eminem, ya que a ella le gustaba Taylor Swift. Clarito. Pero ha probado ser bastante precisa. Igual sucede con el sistema de recomendaciones que Netflix me arroja cada vez que entro desde mi SmartTV. Pronto la tecnología nos seguirá sorprendiendo y ya ni siquiera tendremos que entregar información expresa al sistema, ya que se están construyendo prototipos que utilizan sensores de movimiento para “intuir” nuestro comportamiento de elección y compra…

Me encanta la tecnología, es mi área y la adoro, pero también reconozco sus límites… o al menos los límites que yo pretendo que tenga. El problema es que es imposible rayar la cancha si ni siquiera estamos tan conscientes de lo que decimos y/o hacemos en nuestra vida “virtual”, menos de cómo ni cuándo esos datos van a parar a grandes listas archivadas y categorizadas. Reconociéndome como una heavy user ya soy parte del “Big Data” y a estas alturas hay muy poco qué hacer al respecto, pero, sinceramente, no quisiera que un algoritmo me conozca más que mi pololo o mi mamá. Intento un equilibrio, forzado si es necesario. Vaya que sirven las fórmulas matemáticas, vaya que le han solucionado la vida a muchos, pero el ritual del “¿Qué me recomienda?” en el mostrador del videoclub, que el dueño del minimarket sepa tu nombre y se acuerde de la cerveza que siempre buscas, entrar a una tienda de discos y que el encargado te cuente la historia de la banda que está sonando… No tiene precio. 


Lo prefiero, lo valoro, ahora más que sé que es una parte de mi realidad que pronto desaparecerá. Continuaré buscándolo donde me lo puedan ofrecer. Sin embargo, no duden: ya que los algoritmos me usan a mí para vanagloriarse de su eficacia, los usaré yo a ellos para obtener información y beneficios, pero en mi cabeza, en mi corazón, siguen sin poder reemplazar a las personas. Aunque reconozco el miedo de que, algún día, sí lo hagan.