Mi hijo es perfectamente capaz (y yo no era capaz de verlo)

El Barbón nos cuenta cómo la entrada de sus hijas a un nuevo jardín infantil gatilló todo un cambio de conducta como padre, al darse cuenta que ellas podían hacer muchas más cosas que las que él creía.

Por Alfredo Rodríguez @AlfreoRodriguez | 2014-03-25 | 09:12
Tags | barbón, vuelta a clases, niños. jardín infantil, montessori
"Lo importante es estar con ellas para acompañarlas y ayudarlas, todo lo contrario de lo que me nace hacer: hacer el trabajo por ellos y sin ellos"

Como papá (y supongo que también para las mamás) son innumerables las instancias en los que nos sentimos como unos pelotudos. Esta es la crónica de la más reciente (pero claramente no la última) de estas situaciones, y fue gatillada por el ingreso de mis hijas a un nuevo jardín infantil.

Hace un par de semanas, mis pequeñas de 4 y 3 años comenzaron un nuevo año de clases, y como recientemente nos fuimos a vivir a otra ciudad, ahora lo hicieron en un nuevo jardín, un jardín Montessori.

Para los que no saben qué es un jardín Montessori, usen Google (fuera de bromas, busquen “Método Montessori” y aparecerán montones de artículos muy completos). Para el interés de este texto, bastará con decir que uno de los puntos clave de esta educación es trabajar la autonomía de los niños.

Esta nueva perspectiva ha significado todo un nuevo mundo para mi señora y para mí, y aunque todavía sentimos que tenemos mucho que aprender y entender, las diferencias se han sentido desde el primer día. Para muestra, tres botones:

1.- Libreta casi en blanco.
En el jardín en que teníamos a las niñitas el año pasado, cada semana recibíamos mucho material en la libreta de comunicaciones que describía los contenidos tratados durante la semana. Y cuando digo mucho, me refiero a ENORMES CANTIDADES de circulares, fichas y textos que describían detalladamente las materias impartidas, las canciones que les enseñaban a las niñitas y un enorme etcétera de etcéteras. Pero acá no mandan nada. Nada de nada.

La única circular que nos han enviado es para darnos la fecha de la reunión de apoderados. ¿Y cómo me entero entonces de qué hacen mis hijas en el jardín? No me queda otra opción que… ¡preguntarles! Y la verdad es que me entero perfectamente de todo: los trabajos manuales que realizan, los cuentos que les leen, las canciones que aprendieron, con quién juegan en los recreos y hasta quién se peleó con quién.  Y bastan solo unos minutos para enterarse de todo, conversando con ellas mientras regresamos a la casa.

2.- Mañana no tengo que llevar colación. Hace unos días una de mis hijas me dijo que al día siguiente no tenía que llevar colación. Yo, como padre responsable (y maniático del control) corrí a revisar la libreta de comunicaciones: Y como dije en el punto anterior, no había nada. ¡NADA! “¿Qué hacemos ahora?” pensamos con mi señora, mientras nos tiritaba un párpado. Y tuvimos que recurrir a nuestra única fuente de información: nuestra hija. Así que le preguntamos  por qué no tenía que llevarla. Nos explicó que al día siguiente celebrarían el cumpleaños de una compañera de curso y que no era necesario llevar colación. Y tuvimos que “arriesgarnos” y hacerle caso con el peligro de una (inexistente) catástrofe. Por supuesto, la pequeña fuente de información tenía toda la razón.

3.- Hoy trabajé con un punzón.
Sí, en el jardín había hecho un trabajo con un punzón. De inmediato recordé la escena del picahielo de Bajos Instintos y me imaginé la más sangrienta escena de película de terror. Pero la realidad resultó ser bastante menos terrible: el trabajo consistía en hacer hoyitos en torno a una figura para luego recortarla como prepicado. Mi hija me contó el proceso de forma tan metódica y cuidadosa que me fue imposible espantarme. Por el contrario, me sentí como un burro. Claramente mis hijas eran capaces de hacer muchas más cosas de las que yo, su padre que supuestamente las admira tanto, las creía capaces.

Si podían trabajar con un punzón (concentradas y en un ambiente tranquilo), obviamente ya no necesitaban almorzar con los vasos y platos plásticos que usaban hace más de un año. Si sabían qué tenían que llevar al día siguiente al jardín perfectamente podían hacerse responsables de sus deberes de la casa, como guardar la ropa usada en el canasto para el lavado o dejar doblados sus pijamas. Y la verdad es que comenzó una verdadera revolución familiar.

Ahora las niñitas nos ayudan a poner la mesa (con vasos de vidrio y vajilla de adultos) y a llevar los platos sucios a la cocina, se secan y visten solas después de bañarse y ordenan su pieza después de jugar. Incluso detalles menores como apagar la TV luego de que una película se termine, y muchas otras labores en las que las estábamos “subvencionando” innecesariamente, hace rato que eran capaces de realizarlas por sí mismas.

Ojo que no se trata de salir al cine y dejar a las niñitas a cargo de la casa. Que ellas hagan sus cosas no significa que las podamos dejar solas. Lo importante es estar con ellas para acompañarlas y ayudarlas, todo lo contrario de lo que me nace hacer: hacer el trabajo por ellos y sin ellos.

Lo que conseguimos con este cambio de perspectiva nos tiene muy contentos, porque nos permite gozar de un ambiente de mayor colaboración familiar, con más instancias para compartir entre nosotros. Y lo más increíble fue que, para lograrlo, prácticamente no tuvimos que hacer un trabajo de educación con nuestras hijas.

Bastó con que nosotros cambiáramos nuestra conducta como padres, abriendo los ojos, escuchándolas y aprendiendo a confiar en sus capacidades. Y hacerlo no solo hizo más felices a nuestras hijas, que se sienten más capaces y útiles, además nos ahorra muchísimo trabajo y desgaste innecesario.