Un fin de semana con mis amigos de la U ¿Cuánto nos cambia la vida?

El Barbón se juntó con sus compañeros de la Universidad y quedó pensativo. ¿Qué tanto nos cambian nuestras decisiones? se pregunta en su nueva columna.

Por Alfredo Rodríguez @AlfreoRodriguez | 2014-04-01 | 11:00
Tags | barbón, alfredo rodríguez, amigos, colegio, reunión, universidad

Pasas semanas completas estudiando con ellos, para, una vez llegado el fin de semana, pasarlo completo con ellos. Durante 5 o más años de carrera son tus compañeros, tus amigos del alma, con los que compartes años y eventos importantísimos en la definición de quién eres y quién serás.

Pareciera que llevan toda una vida juntos, y de pronto ¡Paf! ¿Nació Chocapic? ¡No! Te titulas, unos se casan, otros se van a estudiar fuera de Chile y otros, como yo, se van a vivir fuera de Santiago.

Y sin darte cuenta pareciera que ya no tienes mucho en común con ellos. Porque la vida nos cambia y los caminos se separan… ¿Cierto? ¿O no es tan así? Solo hay una forma de comprobarlo: Volver a encontrarse.

Para lograrlo se requiere de ese personaje clave. Ese que cuando recuerda a sus amigos no se queda en la nostalgia. Ese que tiene el coraje, la valentía y el ánimo de agarra el teléfono, computador o WhatsApp y concreta.

Ese con la paciencia para organizar la reunión masiva que nadie quiere organizar, y que no invita a “los pocos que ve más seguido”, sino que aperra y los invita a todos. Ese mismo estuvo de cumpleaños este fin de semana, y este año nos invitó. A todos.

Uno parte a la reunión con una mezcla de entusiasmo, nostalgia y una buena cuota de curiosidad. No han pasado muchos años pero sí muchas cosas. Estamos tan distintos, la vida nos ha cambiado tanto. ¿Cómo irán a estar los demás? No puedo esperar para verlo.

El espectáculo era dantesco: cabros chicos por doquier. Nah, tampoco eran tantos pero la mezcla era extraña: ¿Qué hacían todos esos niños en el mismo asado de fin de semana que realizábamos hace solo unos pocos años? Bueno, casi el mismo.

Ahora se echaban de menos algunas cabelleras y se incluyeron algunas poncheras e incluso varias canas. La verdad, todo dentro de lo esperable. Pero la duda seguía allí: ¿Qué pasó realmente con mis amigos? Para saberlo hay que dentrar a picar.

Y se desencadena la conversación. Un intercambio, en apariencia sencillo, que esconde en el fondo una intención aguda: desentrañar quien cresta es ahora la persona que tienes al lado. Preguntas como “¿y tú en qué estai?” “¿cómo va la vida de padre?” y “¿estai contento haciendo eso?” reemplazaron los antiguos “¿cómo te fue en la prueba?” y los “¿qué hacemos el fin de semana?”. ¿La conclusión después de esta breve e intensa investigación? Simple: la gente no cambia.

O sea, por supuesto que cambia. Todos nos veíamos un poco más demacrados producto del trabajo, la paternidad y la edad, pero en el fondo nada había cambiado. El que vivía agobiado por no poder conjugar los estudios con la polola, ahora lo estaba por el trabajo y la familia. El que no sabía qué ramo tomar ahora no sabía si cambiarse de pega o no.

El que se quejaba porque estudiar no era para él, ahora lo hacía porque trabajar no era para él. Y el que no se estresaba con nada seguía sin estresarse. ¿Más de cinco años de grandes cambios y no eran más que cambios cosméticos? Entonces ¿yo era el único que realmente había cambiado? Me parecía poco probable. Y mis amigos así lo reafirmaron.

Claro, si reviso mi historia de manera superficial, pasé de estudiar y titularme como ingeniero a dedicarme a escribir y a dibujar: un cambio enorme. Pero el comentario de un ex-compañero me aclaró el panorama. Me dijo: “Qué increíble, Alfredo, que estés dedicado exactamente a lo que siempre quisiste”. ¿¡A lo que siempre quise!? Y entonces recordé, como en un flashback de película (ver Ratatouille), como viví realmente mi etapa universitaria: Tratando de cumplir con mis deberes universitarios mientras dedicaba mis energías a hacer caricaturas de mis amigos, inventar historias y llenar mis cuadernos de dibujos. Claro, ahí estaba yo frente a mis amigos de la U viviendo la ilusión de haber cambiado, de haber madurado, pero en el fondo siendo “el mismo de siempre”.

Creemos que la vida nos cambia, que las decisiones que tomamos son radicales y que nos transforman. Luego de este fin de semana quedo con la duda. Pareciera que en verdad las decisiones que tomamos no nos cambian en absoluto, solo modifican nuestro entorno, el camino que recorremos.

Cambian el lugar en el que nos situamos, y eso tiene enormes repercusiones en cuán felices somos, en cuánto disfrutamos la vida. Incluso el cómo nos comportamos. Pero en el fondo seguimos siendo los mismos. Y lo más genial de todo es ver como este entorno no nos condiciona, no nos hacer ser otra persona, porque la verdadera libertad de la vida no está en elegir quienes somos, sino en elegir entre ignorar quienes somos o simplemente aceptarlo.