¿Cómo puedo saber yo si una reforma es buena?

Con la nueva reforma tributaria El Barbón se pregunta, ¿es buena o no la propuesta? ¿y qué podemos hacer para informarnos de esos temas en los que nos sentimos completamente ignorantes?

Por Alfredo Rodríguez @AlfreoRodriguez | 2014-04-08 | 10:30

Hace algo así como una semana, la presidenta Bachelet anunció lo que sería la nueva reforma tributaria a través de una cadena nacional, y desde ese momento se volvió trending topic en mi conversación virtual y real.

La pregunta de fondo era siempre la misma: ¿es buena o no la propuesta? Y una vez que se inicia la discusión, es sucedida por todas su variantes: ¿es suficiente? ¿cumplirá el objetivo? ¿será posible implementarla? ¿qué mejoras se le debería hacer? ¿habría que cambiar el proyecto por uno mejor? Esas son solo algunas de las preguntas, porque la lista continúa hasta el infinito.

Un perfecto ignorante

Entonces uno, ciudadano medianamente interesado por el destino del país (y fuertemente interesado por el destino de su familia), se preocupa y trata de informarse.

Ve las noticias, escucha las declaraciones de los políticos, lo conversa con su pareja, con su familia, con sus amigos y con cualquier ser humano que parezca más calificado para dar una buena perspectiva. Y una vez que agota todas las fuentes de información, al fin puede ver las cosas con claridad: no tengo idea de economía.

Y se supone que yo algo sé: en la universidad tuve cursos de economía y finanzas, un pack de ramos comerciales, pero claramente no es suficiente. Porque informarme del problema solo me sirvió para darme cuenta de que se trata de un tema complejo, donde nada se soluciona con una o dos medidas aunque estas sean muy radicales, que todas las medidas tienen sus costos y que no existen las soluciones perfectas.

Entonces pareciera que no me quedan más que dos alternativas: o me salgo de la conversación, me pongo orejas de burro y me voy al rincón, o me inscribo para estudiar un master en economía en la universidad de no tengo ni idea dónde. La primera opción, para uno que se cree el cuento del ciudadano empoderado y que siente que tiene que participar de los procesos de la nación, no me gusta mucho. La segunda no me interesa en lo más mínimo. Entonces ¿qué diablos podemos hacer?

El dilema del médico

¿Has pedido alguna vez una segunda opinión a un médico y el nuevo especialista te ofrece un tratamiento (o incluso un diagnóstico) distinto? ¿A cuál le crees? ¿Quién es uno para decidir, en un tema médico, cuál de los dos especialistas tiene la razón? Bueno, uno no es ni más ni menos que el dueño de su cuerpo y el responsable de su salud.

Mi señora, que es médico, me explicaba que su labor como médico es hacer entender al paciente, con palabras simples, la verdadera problemática de su enfermedad para que sea él, con el consejo del médico, quien decida seguir con cierto tratamiento. Porque no importa cuántos estudios de postgrado tenga un médico, la responsabilidad sobre nuestra salud debe ser nuestra. Pues bien, yo veo el asunto de las reformas de forma similar.

Como país ya tenemos un diagnostico bastante claro sobre algunos problemas (como la educación y la desigualdad) y llegó la hora de comenzar el tratamiento. Lo importante es preocuparnos de entender bien la problemática que hay detrás para no terminar tomando vitamina C para tratar de detener un cáncer, ni de hacernos una quimioterapia para tratar de detener una bronquitis. ¿Y cómo logramos construir el tratamiento? Igual que el doctor y el paciente: comunicándonos.

El cuerpo del país

La gran pregunta es ¿qué hacemos como ciudadanos frente a estas enormes (y aparentemente inabordables) problemáticas? La respuesta no es tan compleja: aquello que está en nuestro alcance. No se trata de informarnos para dar un veredicto, se trata de comunicarnos para informarnos mutuamente de las diferentes perspectivas y problemáticas. Cada uno con el conocimiento, teórico o práctico, que tiene. Quienes pueden generar canales de comunicación, generarlos.

Quienes tienen conocimientos técnicos, ponerlos sobre la mesa. Quienes puede mostrar nuevas perspectivas, mostrarlas. Y así, como sociedad, entablar la discusión, no de quién tiene la razón, sino de cómo vamos construyendo las herramientas para sanar nuestras enfermedades.

El primer paso, vencer los miedos y bajar los niveles de ansiedad. Los miedos nos paralizan y nos impiden hacer cambios necesarios. La ansiedad nos impulsa y nos lleva a realizar cambios a tontas y a locas. Hasta los tratamientos más sencillos requieren planificación y deben realizarse paso a paso: un antibiótico cada 12 horas puede hacer que al tercer día te sientas genial, mientras una caja de antibióticos te puede mandar al patio de los calla’os.

Está claro que no podemos seguir haciéndonos los tontos respecto a los problemas del país. Pero esperar a que la solución llegue sola es tan iluso como pensar que la tenemos en nuestro bolsillo. Por eso preguntarnos si una reforma es buena o mala es situarnos fuera del problema. Este tiene que ser un trabajo en equipo, en que cada uno colabore con lo que puede dar para trabajar por un objetivo común: el bienestar de todos los ciudadanos.