"Una cosa es enterarte sobre tal o cual tema y otra muy distinta es tomar decisiones relevantes en áreas que requieren mucho mayor análisis que un par de preguntas en un buscador"
Hay un capítulo de Dr. House que es muy revelador de los nuevos tiempos. Un tipo llega al hospital con varios síntomas graves pero nadie sabe exactamente qué es lo que tiene –sí, así generalmente comienzan todos los capítulos de esa serie–; sin embargo, la diferencia en este episodio es que la persona en cuestión se cree con el derecho de “dirigir” al equipo médico según lo que él va encontrando en Internet. Buscando sus síntomas en Google, encuentra varias posibilidades de enfermedades y le va pidiendo a House que le haga esos exámenes y esos tratamientos, ignorando las decisiones del profesional. Sólo por tener un computador bajo el brazo, creía tener la misma capacidad del que estudió Medicina por casi una década. ¿Les suena conocido?
Todos alguna vez nos hemos comportado así. En la actualidad existe una infinidad de sitios web sobre salud y calidad de vida a los que tenemos muy fácil acceso y así creemos ser suficientemente expertos para enfrentarnos al desafío. Nunca fue tan cómodo entender el mundo: un par de clicks y listo. Sin embargo, la democratización de la web tiene su lado negro, y es que
cualquiera puede subir cualquier tipo de información y hacerla pasar por seria u oficial. En digital los fraudes están a la orden del día y todos estamos expuestos, no sólo los niños o adultos ingenuos, por lo que se hace cada vez más imperante alertar a la población de posibles engaños o malinterpretaciones en los contenidos que leen. En Salud es todavía más delicado, ya que es tu vida la que está potencialmente en juego.
Pensando en esto, la
Agencia de Calidad Sanitaria de Andalucía (España) lanzó una
breve infografía con algunos consejos prácticos al momento de rastrear información de salud en la web. Aquí están los más importantes.
- Comprueba que el sitio tenga información actualizada. Parece de perogrullo –ya que hoy por hoy estamos acostumbrados a la instantaneidad– pero no es una realidad extendida. Muchos sitios, no sólo de salud sino de muchas áreas y temas, no tienen publicaciones periódicas y bien pueden exhibir datos añejos o ya desbancados. ¿Se acuerdan de lo que sucedió con la Aspirina? Años de años vendiéndola como prevención de ataques cardíacos y, finalmente, se descubre y prueba que no sólo no hace gran diferencia sino que su ingesta diaria es potencialmente peligrosa en personas sanas sin antecedentes de enfermedades coronarias. El revelador estudio apareció en un montón de portales internacionales, pero todavía algunas webs siguen aconsejando al ácido acetilsalicílico en contextos cardiacos. Y los ejemplos como ése son miles. Pongan ojo en las fechas de los últimos posts del sitio, ya que ése es uno de los indicadores de qué tanto se actualizan los contenidos.
- Observa si los artículos están “firmados” y si hay un “Quiénes somos” en el menú principal. Desconfía de los post anónimos o que firman como “equipo redactor” o sucedáneos, sobre todo cuando la información detallada es tan relevante o delicada como un asunto de salud. Las webs serias en esta materia siempre expondrán a los autores de sus artículos y columnas, quienes generalmente son médicos especialistas o profesionales ligados directamente al rubro. Una buena referencia es lo que realiza el portal Matasanos, por ejemplo. El sitio siempre debe indicar claramente quiénes están detrás del contenido publicado y cuál es la línea editorial del medio, si es que tienen una. Si no, descarten de plano.
- Pon atención en las referencias, bibliografía y/o hipervínculos de los artículos. Sobre todo cuando hablamos de ciencia y salud, toda afirmación debe estar lo más respaldada posible. En la gran mayoría de los casos, los estudios universitarios o clínicos se publican en revistas especializadas y/o journals académicos antes de llegar a medios masivos; es decir, son públicos y se puede acceder a ellos. Si un artículo nombra alguno, debe mostrar cómo acceder a la información de origen (o lo más cercano posible) con la referencia explícita de en qué libro/revista/sitio se puede encontrar o, mejor aún, con el link directo al estudio. Un artículo con muchas afirmaciones y sin hipervínculos es un bluff con pies.
Hay otro par de consejos que podría dar, pero seré sincera: el más importante de todos es que, si se trata de tu salud, mejor desconéctate de Internet. No olvides lo medular: nada reemplaza una consulta presencial en el hospital más cercano. Jamás reemplaces a un médico de verdad por Google. Aun cuando recurras a sitios fiables y a información actualizada, todo lo que leerás corresponde a casos “generales” o sintomatología “promedio” o más recurrente, pero cada vez que te enfermas tu situación es “particular”, no general. Cada persona es un sistema biológico único y complejo, una mezcla y confluencia de cientos de factores irrepetibles, por lo que un mismo síntoma en dos pacientes puede revelar dos tipos de afecciones completamente distintas. Únicamente un examen detallado de tu situación podrá revelar qué tienes y cómo sanar.
En esta “era de la información” es muy fácil dárselas de doctor. No cuesta nada. Tenemos tantos datos a la mano que el empoderamiento es sencillo, pero una cosa es enterarte sobre tal o cual tema y otra muy distinta es tomar decisiones relevantes en áreas que requieren mucho mayor análisis que un par de preguntas en un buscador. Nadie puede impedirte estar informado: al contrario, la información es poder y es algo que debería potenciarse a toda edad.
El tema es dónde y con quién te informas, porque ciertamente no es lo mismo
Yahoo Answers que la
British Medical Journal. Y aunque te informes correctamente, sigue faltando algo: por muchos manuales y consejos que leas respecto a tu tema de interés, si quieres invertir en un Fondo Mutuo es mejor preguntarle al ejecutivo de tu banco, si necesitas ampliar tu casa debes buscar a un arquitecto… Si quieres tratar alguna dolencia repentina, es un médico quien mejor puede decirte qué hacer. El camino es lógico, pero la comodidad (y la arrogancia, ya que estamos) gana a veces la batalla y
terminamos autodiagnosticándonos, autotratándonos y automedicándonos, corriendo graves riesgos para nuestra salud.
Infórmate, infórmate cuanto quieras, pero que te sirva para poder conversar con propiedad con el especialista de turno, no para saltártelo. A fin de cuentas, ¿quién es el dostor?