Imagen: Gojko Franulic

Yo viví en una favela por 15 días y esto es lo que encontré

¿Quién no ha escuchado hablar de los peligros de una favela en Río de Janeiro? Drogas, delincuencia y muerte son palabras asociadas a estas. Pero lo que algunas personas desconocen es que estos lugares están llenas de personas comunes y corrientes. No son el infierno que se muestra en los reportajes.

Por Cristóbal Fernández | 2014-07-21 | 15:30
Tags | brasil, favela, río de janeiro, narcotráfico, drogas, ciudad de dios, CIACAC, UPP, parada de lucas, pobreza
"Conocí una faceta desconocida que se repite más de lo que uno cree dentro de estas comunidades que si bien están viciadas por el narcotráfico, significan una experiencia realmente emocionante donde se puede palpar un Brasil desde otra perspectiva"
Puedes vivir experiencias inolvidables en cualquier lugar. En un bar con tus amigos, en tu paso por la vida universitaria o en el trabajo. Todos los actos cotidianos pueden aportar muchas enseñanzas en tu vida. Sin embargo,  dar un giro en 180 grados e incorporarse a un mundo al que uno está acostumbrado a ver como terrorífico, peligroso y violento, es más que una experiencia. Eso fue justamente a lo que yo me sometí en Brasil. 15 días en una peligrosa favela.

Para muchos turistas, llegar a Brasil es sólo capirinhas, samba, fútbol, playa, Cristo, Pan de Azúcar y havaianas. Pero ir especialmente a trabajar como voluntario a una favela, es otra cosa totalmente distinta.

Un gringo en son de paz

Primero que todo no es llegar y entrar como Pedro por su casa. Se debe ingresar acompañado de alguien que viva ahí, para el reconocimiento de caras. Luego te enteras en persona lo que es vivir el dicho popular "pueblo chico, infierno grande", ya que toda la favela en cuestión de minutos se dará por enterado que eres un "gringo" en son de paz.

Yo, al no tener ningún rasgo de lo que nosotros reconocemos como gringo, caigo en esa categoría por hablar diferente idioma y tener rasgos más chilensis y diferentes a los suyos. No tienen reparos con el color, altura, acento, ni condición sexual. Mientras se demuestre confianza, no les tomen fotografías y se enteren que vas a ingresar como voluntario para una ONG, está todo bien.

En mi caso, la agrupación no cumplía con los requisitos de una ONG, por lo tanto CIACAC (Centro Integrado de Apoyo a Niños y Adolescentes de Comunidades) es una organización que funciona dando apoyo a escolares que viven dentro de la favela Parada de Lucas y donde los voluntarios de diferentes países, refuerzan contenidos de inglés, español y portugués, mezclándolos con juegos, actividades deportivas, musicales y manualidades.

Mi acuerdo con Neuza, la fundadora de este centro, (quien me daba desayuno, almuerzo, me lavaba la ropa, me tenía una cama anti-mosquitos y hasta un  ventilador personal) era reforzar lo que ellos sabían de español mediante juegos, un panorama que iba bastante acorde a mi esencia.

Jugamos al “quién es quién” o al famoso “ludo”, con el fin de entretenerlos y sacarles una sonrisa. Conocí niños muy especiales. Ruhan de 9 años, me dijo en español: “Yo quiero ser profesor no por el dinero, porque me gusta enseñar”.

Por lo general en las favelas los niños lidian con armas y drogas constantemente y es que todas se sustentan básicamente al narcotráfico de cocaína, crack y marihuana. El líder de la favela junto con sus “mano derecha”  administran a su modo su comunidad y Parada De Lucas no era una comunidad pacificada, lo que significa que las autoridades aún no han intervenido dentro de ellas.

Sólo en Río De Janeiro existen unas 750 favelas, de las cuales 174 se encuentran vigiladas por las UPP (Unidades de Policía Pacificadora) que suman un total de 9.500 policías en las calles, ayudando a disminuir los índices de criminalidad.

Los “Metralleta Boys”

Ver por primera vez a jóvenes de no más de 30 años (incluso menores de edad) caminando con un cigarro en la boca, shorts, sin polera y un walkie-talkie, puede parecer muy normal. Pero si le agregamos una metralleta (tipo AK-47, cuyo uso está exclusivamente permitido a militares) no es una situación a la que uno está acostumbrado ver.

Sin embargo ya en el día 2 dentro de la favela, se transforma en un hábito, incluso como ellos están ubicados en puntos estratégicos dentro de la favela y sus turnos de vigilia son bastantes más largos que un turno habitual, uno termina conversándoles, compartiendo cervezas, aprendiendo pasos de funky y riendo como grandes amigos. A estos guardias-inexpertos con cara de malos, pero ni tanto, decidí llamarlos secretamente los “metralleta boys”.

Incluso de noche, era muy habitual terminar conversando con ellos. La vida aquí puede ser tan bohemia como el Patio Bellavista o el Barrio República, eso si las cervezas o las caipirinhas cuestan hasta cuatro veces menos de lo que puede costar en Copacabana y la mayoría de la gente prefiere sacar sus sillas afuera de su casa e instalarse en plena calle a disfrutar de una cerveza bien helada y compartir con los vecinos.

Los niños andaban en bicicleta  hasta que se cansaban y uno siempre terminaba solo intercambiando cigarros con los “metralleta boys” hasta que, por temas de seguridad, nos pedían si podíamos apagar la luz del alumbrado público para establecer un poco más de control y estar más atento por si alguien de otra favela ingresaba. Todo en una conversación relajada y buena onda.

Sin embargo, a cada segundo los “metralleta boys” permanecían atentos a sus walkie-talkie comunicándose con otros dentro de la misma favela para saber si la policía estaba cerca. Muchas veces al día lanzaban bengalas para anunciar cerca de qué territorio la policía o las fuerzas armadas estaban cerca, sin importar si eran las 5 de la mañana.

El sonido es fuerte y asusta bastante, sobre todo si los lanzan afuera de tu ventana, pero al igual que los otros hábitos que ellos tienen, con el correr de los días me daba cuenta que nadie se inmutaba cuando las lanzaban y todos seguían su curso normal: los niños que venían saliendo de clases, continuaban bromeando, jugando y saltando, sólo bastaban 3 segundos para mirar la estela de humo que dejaban en el cielo para luego seguir riendo y jugando; lo mismo pasaba con el viejo que hablaba solo debajo de un árbol, él seguía fumando su cigarro; y yo por mi parte, seguía conversando por Skype con mi mamá y dejándole claro que estaba bien y que esto era pan de cada día.

Vida de barrio

La gente iba a la peluquería de la esquina, los jóvenes iban al gimnasio, jugaban fútbol o bien, iban a comprar las cosas para el almuerzo. A mí me gustaba ir a un restaurant que estaba al frente de CIACAC que ofrecía almuerzo de comida casera brasileña por sólo 10 Reales (alrededor de $2.500 pesos chilenos).  La famosa feijoada estaba siempre acompañando platos de pollo, pescado, arroz y ensalada.

La mayoría de los locales como tiendas de havaianas o el típico mini-market que hay al interior de las favelas, son administrados por familias que funcionan y generan buenos ingresos de esto, lo que se refleja en sus casas que son pintadas, tienen 3 o 4 pisos de altura o en los balcones. Nada ostentoso, pero sus esfuerzos se ven reflejados en su hogar.

Hay algunos jóvenes que cuando fueron niños asistieron a CIACACC siendo partícipes de clases de guitarra o violín y participando del reforzamiento de clases. Sin embargo, muchos caen en la tentación del trabajo fácil para el líder de la favela como enrolar papeles con marihuna o armar paquetitos de cocaína.

Pero es cuestión de tiempo cuando ya logran darse cuenta que el dinero que ganan ahí no es tanto como el que podrían ganar en otro empleo fuera de la favela. Es por eso que muchos hacen el esfuerzo de estudiar y buscar empleos que los satisfagan tanto a ellos, como a las familia que llevan a cuestas, ya que la tasa de embarazo juvenil en Brasil según estadísticas de la OMS, indica que de cada mil adolescentes entre 15 y 19 años, 56 quedan embarazadas y tienen sus hijos.

Con el correr de los días y las semanas, las bengalas eran tan comunes que apenas me despertaban curiosidad salir a mirarlas y tratar de entender dónde podía ser el epicentro del supuesto peligro. Los típicos callejones ya no me asustaban a pesar de que están construidos especialmente para escabullirse y desaparecer.

Las peleas nocturnas y los gritos de los ebrios que perturbaban la tranquilidad de la favela y la de los “metralleta boys” me eran cada vez más habituales y me recordaban a los típicos escándalos afuera de cualquier discoteque de Santiago.

Ciudad de Dios

Mi visión cada vez era más familiar y de confianza con la gente. Incluso cuando los policías entraron un día en dos autos y armados con metralletas el doble de grandes que las que usaban los de la favela asustando con una actitud típica de Terminator, con el fin de transmitir miedo a los narcos. Sin embargo, los policías de las UPP que están en las favelas pacificadas, tienen un trato diferente y mucho más amable y cercano con la gente y los turistas.

Era tanta mi confianza que decidí recorrer el Complexo de Alemão, la que alguna vez fue catalogada como uno de los lugares más peligrosas de Brasil y fue escenario de la famosa película “Ciudad de Dios”. En el 2010, estas favelas fueron pacificadas por el gobierno brasileño y se ubicaron diversos UPP en puntos estratégicos para vigilar este conjunto de 15 favelas que ocupa unas 200 hectáreas en la zona norte de Río de Janeiro.

De esta forma, no era necesario entrar con alguien que conociera el barrio, ya que la presencia de policías, daba seguridad para recorrer libremente el complejo, pero es obligación contar con un pase como la tarjeta BIP! pero en versión brasileña para subirme al teleférico que sólo costaba 1 Real.

Como yo no la tenía, se acercaron dos niñas de 15 años y una me pasó la tarjeta. En el camino me iban explicando el nombre de las favelas y me decían los nombres de los actores que divisaban cuando grababan alguna película o serie. Yo no paraba de sacar fotografías a ese inmenso y precioso paisaje que se veía desde las alturas, porque al ser un complejo de favelas pacificadas, no era problema sacar fotos, al contrario de lo que pasaba en Parada de Lucas que no era pacificada.



Claramente para un turista es mucho más seguro visitar una favela pacificada que una que no lo esté. Sin embargo, yo viví en una que no lo estaba y puedo decir que me sentí tan seguro como cuando era chico y dejaba tirada la bicicleta afuera de la casa y sabía que nadie la iba a robar.

Cada vez que había una pelea cerca mío, los “metralleta boys” me aseguraban que me iban a proteger y que nunca iban a dejar que me pasara nada. Lo mismo me dijeron cuando yo ya venía de regreso a Chile y me vieron salir con mi mochila y rodeado de niños que lloraban y querían abrazarme una y otra vez.

Gogo, un “metralleta boy” de unos 30 años con quien compartí varias cervezas y conversaciones de noche, me dijo: “Vuelve cuando quieras, ojalá lo más pronto posible, aquí, nunca correrás peligro, siempre serás bienvenido amigo”.

Otra chica que conocí, que ya había terminado el colegio y trabajaba como garzona de eventos, me acompañó hasta el bus. Ya en el bus, otro chico que conocí de 17 que iba en el colegio, me acompañó hasta que yo tomara la van correcta para irme al aeropuerto.

Todas estas personas no eran las que yo había visto en los típicos reportajes de televisión donde solo muestran heridos, muertes, delincuencia y drogas. Conocí una faceta desconocida de una favela no pacificada. Una faceta que se repite más de lo que uno cree dentro de estas comunidades que si bien están viciadas por el narcotráfico, puedo dar fe que significan una experiencia realmente emocionante y diferente, donde se puede palpar un Brasil desde otra perspectiva.