Imagen: James Rodriguez (Foto original: Wikimedia Commons)

¿Está el Real Madrid matando el fútbol?

El último campeón de Europa, que ya era el equipo más caro de la historia, fichó al goleador del Mundial por €80 millones y abrió un debate moral sobre los traspasos. Por suerte, ya hay medidas que regulan estas compras y que buscan la sana competencia financiera en el fútbol.

Por Cristóbal Bley | 2014-07-30 | 15:28
Tags | fútbol, Real Madrid, Barcelona, Fair Play, ética, deportes, football, ventas, traspasos, jugadores, ligas
"Antes de preocuparse por desarrollar un estilo que deje una marca indeleble en el fútbol, se desvive por acaparar a los mejores jugadores, impidiendo que sus rivales los tengan"
James Rodríguez, el último goleador de la Copa del Mundo, el nuevo ídolo colombiano, el hombre que aún siendo un niño lideró a su selección de fútbol al lugar que nunca había llegado, se transformó hace unos días en el quinto jugador más caro de la historia. Con 23 años recién cumplidos, el Real Madrid lo compró en 80 millones de euros al AS Mónaco, quien a su vez lo había comprado, hace un año y por 45 millones, al FC Porto. Su juventud: un divino tesoro.

La pregunta que cae con este traspaso no tiene que ver con lo excesivo de estos precios, que siempre lo han sido en el fútbol, sino con el acto de su fichaje por parte del Madrid. ¿Era necesario? Futbolísticamente, ¿necesita el campeón de Europa, sobrepoblado de estrellas, a un jugador como Rodríguez?

El talento y la capacidad de James —que se pronuncia así, españolizado— son innegables. A los 17, jugando por Banfield, fue el extranjero más joven en debutar, anotar y ser campeón en el fútbol argentino. A los 19 ya jugaba en Europa y poco después era protagonista en su selección. Un jugador que ya vive su futuro, y que cualquier club del planeta, después de lo demostrado en el Mundial, lo querría en sus filas.  

Mis dudas sobre su incorporación son más bien éticas. El Real Madrid es, incluso antes de la compra de James, el equipo con el plantel más caro de todos los tiempos. Nunca antes se había gastado tanto dinero en un grupo de futbolistas. Y aunque desde 2002 la inversión ha resultado provechosa —€1.190 millones en fichajes generaron €5.703 millones de ingresos— en lo deportivo surge la sospecha. ¿Qué legado deja este Real Madrid para la historia del fútbol? ¿El equipo más oneroso ha sido también el más disfrutable?

No. En el fútbol hay una discusión sin fin respecto a la valoración estética del juego, pero no hay dobles lecturas en cuanto a cuáles han sido los cuadros que han redefinido este deporte dentro de la cancha. El Barcelona de Guardiola, con su presión alta y la posesión total, produjo la última gran mutación futbolística, culpable no sólo de sus propios logros sino además de influenciar directamente a España y Alemania, los dos últimos campeones del mundo. La virtud del estilo de Guardiola está en su capacidad de conseguir resultados con un juego técnico, virtuoso, ofensivo y propositivo. La confirmación, tras una larga dominación del fútbol defensivo y pragmático, de que se puede ganar jugando con belleza.

Lo que ha intentado hacer el Real Madrid, con el empresario inmobiliario Florentino Pérez a la cabeza, es una estrategia justamente opuesta. No está fuera de los límites reglamentarios, pero sí invade las invisibles —y para muchos inexistentes— fronteras éticas. Antes de preocuparse por desarrollar un estilo que deje una marca indeleble en el fútbol —y que le permita, por lo tanto, ser recordado para siempre— se desvive por acaparar a los mejores jugadores, impidiendo que sus rivales los tengan. O sea: más que fortalecerse con estos plutocráticos traspasos —si es que una plantilla como la merengue se puede fortalecer aún más— lo que consigue es debilitar al resto, hacer mediocre a la competencia. Una dinámica que, a la larga, le quitará mérito a sus eventuales triunfos, como una culebra que se muerde la cola —pero con dientes de oro.

La propiedad moral de un club de fútbol, si pecamos de naturalistas, es ser competitivo. Su deber es competir, no eliminar esa competencia. Lo que están haciendo clubes como el Madrid —y también el Chelsea, el PSG e incluso el Barcelona, últimamente— es desformar ese principio y transformarlo en todo lo contrario: un esfuerzo macabro y destemplado por ganar los partidos antes de jugarlos

Para evitar que pocos clubes se lleven a todos los mejores jugadores, la Federación Europea de Fútbol, UEFA, instauró hace unos años el Fair Play Financiero (FPF). Así buscaron controlar a los equipos que cada temporada, y casi siempre de la mano de magnates extranjeros, gastaban fortunas sin ton ni son. Entre otras medidas, el FPF prohíbe a los cuadros gastar más de lo ganan, como también mantener deudas con otros clubes, jugadores o autoridades tributarias. Si algunos de estos puntos no se cumplen, la UEFA puede sancionar con castigos que van desde multas económicas a descalificaciones y pérdidas de trofeos. 

Gracias al FPF, el gasto se ha controlado y muchos clubes, además, se han visto obligados a invertir en sus divisiones inferiores y a mejorar los beneficios a sus socios. La liga inglesa, debido a esto, se ha visto mucho más competitiva las últimas temporadas, con equipos más parejos, resultados más inciertos y un desarrollo muy emocionante. La UEFA ha presionado a la FIFA para que instale este tipo de regulaciones a nivel mundial, aunque no han sido muy escuchados. El Real Madrid, por ahora, puede seguir gastando todo lo que quiera: sus ganancias quintuplican a sus gastos. Por suerte, el largo camino para enfrentar la oligopolización en el fútbol ya se comenzó a trazar.