Si el cuerpo humano tuviera un manual de instrucciones, éste tendría un capítulo especial dedicado a la respiración. En él se detallaría una serie de alternativas, combinables y complementarias, para que el organismo funcione de la mejor forma, según la ocasión.
El problema es que –tal como sucede con los aparatos electrónicos y aquellos folletos traducidos a veinte idiomas que casi nunca leemos-, nos hemos acostumbrado a respirar de manera automática, desaprovechando un sinnúmero de funciones que, sin saber, poseemos.
No me mal interpreten: que respiremos de manera involuntaria es algo bueno y necesario. Nos mantenemos vivos gracias a eso… y sería de lo más estresante tener que pensar cada inhalación, y morir de pronto porque se nos olvidó respirar durante 10 minutos, o porque nos quedamos dormidos.
La clave es comprender que la respiración –así como sucede con el caminar- es también una poderosa herramienta que podemos utilizar de manera consciente.
Investigando sobre el tema llegué al nombre de Ernesto Schultz, director fundador de la Nueva Escuela de Yoga, un entendido en la materia. ¿Lo primero que me dijo? Que son muchos los maestros que han planteado que “la respiración y la mente son lo mismo”, y que por lo tanto “a través del control de la respiración se puede controlar también la mente, liberarse de sus límites y experimentar lo esencial”. De partida, “la respiración permite liberarse de la tensión física, mental y mejorar la nutrición celular”.
Me puse, entonces, manos a la obra con una técnica tan sencilla como efectiva: la de respirar profunda y regularmente. Sentado con las piernas cruzadas, espalda recta y las manos sobre los muslos, el ejercicio consiste en utilizar el tórax por completo. Así me lo explicó Ernesto: “Se debe dividir la respiración en tres secciones: baja (diafragmática o abdominal), media (o intercostal) y alta (clavicular).
Reconocidas estas partes por separado, se deben unir. Así, al inhalar se expande primero la parte baja, luego la parte media y al final la parte alta”. Y al botar el aire se hace lo mismo, pero al revés: primero se bota el aire del pecho, luego el que acumulamos a la altura de las costillas, y finalmente el que nos mantiene inflada la panza. Es asombroso el efecto relajante que tiene este ejercicio. En un par de minutos se consigue un equilibrio energético muy placentero.
Respirar es el acto vital por excelencia. Lo hacemos alrededor de 20 mil veces al día, sin detenernos. Apunta Ernesto: “Culturalmente esta capacidad de controlar la respiración es muy poco practicada, a pesar de que es una instancia perfecta para educar a nuestra respiración y conseguir que su trabajo automático sea mucho más eficiente”. El secreto para liberarse de las tensiones, entonces, está en conseguir una respiración amplia y profunda a pesar de los estímulos que nos agitan su ritmo, como un bocinazo, una alarma, un taco, o un llamado por teléfono.
Esa, dice Schultz, “es la diferencia entre una vida estresada, con mal humor, estreñimiento, acidez, colon irritado, cansancio, dolores lumbares y cervicales, o una vida tranquila que incluso puede ser la antesala para experimentar profundos estados de paz, comprensión y autoconocimiento”.
Si bien “vivir no consiste en respirar sino en obrar” (Mao Tse-tung), queda claro que las inhalaciones conscientes y profundas redundan en calidad de vida. Demostrado está, además, que durante ejercicios como éstos es posible conseguir que el cuerpo “responda” a requerimientos tan concretos como conciliar el sueño o eliminar dolores físicos. Mediante la respiración, finalmente, es también viable regular la temperatura corporal.
Durante la lectura de este artículo respiraste aproximadamente 65 veces, una cantidad más que suficiente para conseguir que tu mente se despeje y tu ritmo vital recupere su armonía natural. Ya conoces el “manual de instrucciones”… ahora sólo inhala y disfruta.