Son el terror de los residentes y comerciantes que habitan o trabajan cerca de los principales estadios del país: Una horda de hinchas que, terminado el partido, ya sea frustrados por la derrota o eufóricos por la victoria, no encuentran nada mejor que descargar sus pasiones contra mobiliario público, tiendas, vehículos y cuanto encuentren a su paso.
Ante esto, la respuesta del Estado ha sido más bien reactiva y poco ingeniosa, centrándose principalmente en la identificación de los responsables, la prohibición de ingreso y la represión, una vez que los hechos se desatan.
Por supuesto, es evidente la desventaja en que se encuentra la ley ante un evento masivo. Cualquier contingente policial, cualquier sistema de control, cualquier nivel de televigilancia se queda corto a la hora de controlar una masa de decenas de miles de personas concentradas en un solo lugar, o esparciéndose como la lava por las calles aledañas a los estadios. Incluso considerando que los vándalos son sólo una pequeña minoría, el anonimato de la masa y lo contagioso de la violencia siguen planteando un dolor de cabeza a los organismos encargados de mantener el orden.
Entonces... ¿Qué hacer? ¿Cómo diablos manejas a ese volumen de personas? ¿Cómo previenes que destruyan todo a su paso a la salida del estadio?
Yo propongo una solución: Música.
No, en serio. Música.
Mi idea es la siguiente: ¿Por qué no hacemos que, al terminar un partido de alta convocatoria y riesgo, se presente un músico o grupo musical popular en la cancha del mismo estadio y que entretenga a la audiencia durante una o dos horas? Técnicamente es factible, con un escenario montado de manera rápida, como se hace en el SuperTazón.
Pensemos las ventajas de este sistema:
1. Primero, esto ayudaría a apaciguar la rabia y frustración de los derrotados, que de lo contrario saldrían con sed de venganza. Al tener un tiempo de "cool down" (enfriamiento) y una buena distracción, su rabia se iría disipando.
2. Adicionalmente, evitaría que los perdedores sientan que el viaje al estadio fue "plata y tiempo perdido", al dar un valor agregado a la entrada que pagaron.
3. Por otro lado, los ganadores no necesitarán "trasladar la fiesta" a otra parte, cosa que usualmente incluye altas cantidades de alcohol y algún "vandalismo celebratorio", dado que la fiesta será ahí mismo.
4. Se difieren los horarios de salida. Mientras algunos hinchas optarán por salir inmediatamente terminado el partido, especialmente si el espectáculo posterior no es de su gusto, otros optarán por quedarse a ver la banda o cantante en cuestión. Eso ayudará a hacer más manejable la vigilancia de las zonas aledañas al estadio y disminuirá la presión sobre el transporte público.
5. Atraería más público a los estadios. El valor agregado del espectáculo probablemente lograría el anhelado retorno de las familias a los estadios, ayudaría a llenar todas las butacas y mejoraría las finanzas de los clubes, compensando el costo adicional de montar el espectáculo.
6. Por último, estos eventos serían una oportunidad dorada para que bandas nuevas se dieran a conocer como teloneras del espectáculo mayor, promoviendo la música nacional.
Siempre que he ido a un recital, a la salida he visto sólo rostros sonrientes, espíritu de amistad y una paz que rara vez se aprecia en otros eventos masivos. Si lográramos trasladar esos sentimientos a los estadios, habríamos resuelto el problema de la violencia de manera definitiva. Porque, a fin de cuentas, si queremos un estadio seguro, necesitamos un estadio feliz.