Las expectativas son unas loquillas. Una buena calibración de ellas te puede permitir disfrutar hasta verdaderos bodrios cinematográficos, mientras una cuota desmedida te puede hacer odiar hasta obra maestra del séptimo arte. Es gracioso, pero justo esta semana escribà una columna acerca de cómo el conocer los defectos de otra persona genera confianza, porque ayuda a saber qué se puede esperar de ella. Creo que esa columna representa exactamente lo que me pasó mientras veÃa Ironman 3. Es que el ver la 1, la 2 y Los Vengadores me permitieron poder disfrutar de esta pelÃcula, a pesar de todas sus falencias.
Luego de los eventos sucedidos en la pelÃcula Los Vengadores (invasiones alienÃgenas a través de portales interdimensionales sobre Nueva York), Tony Stark (Ironman) está sufriendo de estrés post traumático que se refleja en ataques de ansiedad y que evade a través del exceso de trabajo y el poco dormir. Mientras tanto, Estados Unidos está sufriendo una ola de ataques explosivos que se adjudica un terrorista denominado El MandarÃn. Cuando uno de los ataques hiere de gravedad a Happy, el guardaespaldas y mejor amigo de Tony, el multimillonario le declara la guerra al lÃder terrorista, desatando una poco discreta batalla campal.
El marketing asociado a las pelÃculas se ha vuelto un factor clave en su éxito comercial. Las expectativas (o hype como le dicen ahora) que se generen en torno a ellas pueden impulsar fuertemente las ventas de entradas. Es que el poder de la publicidad es enorme y nos puede llevar a ver pelÃculas horribles si es que éstas se promocionan de buena manera. Pero la fuerza del marketing no es absoluta, y menos cuando se trata de pelÃculas serializadas. En estos casos la expectativa es difÃcil de controlar, porque la publicidad pasa a un segundo plano: lo que realmente manda es la opinión que tuvimos de la pelÃcula predecesora.
Recuerdo como luché tratando de convencer a mis amigos de que fueran a ver Batman Inicia, pero luego de Batman Forever y Batman y Robin ya nadie confiaba que una pelÃcula del hombre murciélado pudiera ser buena. Me pasaba algo parecido con Ironman, la 2 fue una total decepción y nada me decÃa que la 3 pareciera ser mejor. Y eso fue lo mejor que me pudo pasar.
Ironman 1 estaba bien, era redonda y entretenida: en su momento me encantó. Ironman 2, en cambio, tenÃa problemas de ritmo y soluciones inverosÃmiles. En su momento la odié. Ironman 3 es parecida a la 2, pero, para mi sorpresa, esta sà la disfruté y no porque fuera mucho mejor que su predecesora. Esta entrega, aunque goza de mejor ritmo, sigue recurriendo a soluciones inverosÃmiles y mantiene planteamiento infantil que vimos en la segunda parte.
La gran diferencia entre las experiencias viendo cada una de las pelÃculas no tuvo que ver con aspectos cinematográficos, sino con aspectos netamente personales. Lo que me hizo disfrutar Ironman 3 fue, simplemente, que ésta no me hizo rabiar. Y lo más irónico de todo, es que no rabié gracias a Ironman 2. SÃ, a la que odié.
Es que la primera pelÃcula de la saga me hizo ilusionar con que esta franquicia podÃa ser fuente de grandes y emocionantes historias. Y luego la segunda destruyó mis pretensiones y eso me enfureció. Pero ahora, superada la rabia de hace un buen tiempo, pude al fin abordar esta nueva entrega como lo que es: una simple pelÃcula de matiné para niños y adolescentes.
Poder disfrutar la 3 gracias a lo mala que era la 2 suena absurdo y me hace sentir un poco estúpido, porque refleja lo mucho que influyen los factores externos en cuánto disfrutamos las cosas. Es que me hace ver lo crÃtico que soy con el cine (y quizás con qué más), provocando que el pasar un buen rato en la sala a veces se vuelva algo secundario. Todo por preocuparme de que una pelÃcula cumpla con los requisitos que le impongo a priori. Y termino convertido en un verdugo más que en un espectador, donde linchar al cineasta por no satisfacer mis exigencias parece más importante que disfrutar la pelÃcula.
Bueno, pero la culpa no es sólo mÃa. Las verdaderas villanas son las malditas y escurridizas expectativas. Son ellas las que nos hacen sufrir solo por el placer de hacerlo. Y aunque las tratamos de ignorar, a veces es realmente imposible. Asà son ellas, unas verdaderas loquillas.