¿Qué nos pasó?, ¿cuándo comenzamos a sentir culpa por comer cosas ricas?, ¿vale la pena negarse a un tentempié por lucir un abdomen más plano?, ¿por qué nos preocupa tanto la cantidad de calorÃas que ingerimos a diario?, ¿lo hacemos por salud o vanidad?, ¿cuánto pesa nuestro peso al momento de elegir lo que almorzamos?, ¿está bien que las farmacias vendan pÃldoras quema-grasas?, ¿qué espacio le damos al placer en nuestras vidas?, ¿es justo que la publicidad nos insinúe que “verse bien†es clave para ser feliz?, ¿cuán grave es tener un par de kilitos de más?, ¿por qué vivimos a dieta?, ¿no se puede ser rellenito y vivir en paz?, ¿stevia en vez de azúcar?, ¿pan integral mejor que marraqueta?, ¿â€no puedo a esa hora porque tengo que ir al gimnasioâ€?
Cavilaciones todas que me surgen mientras cuchareo los últimos rastros de un tarro de Nutella. Crema italiana de chocolate y avellanas de la que me declaro adicto, a pesar de su famosa condición de “bomba atómica†de calorÃas (100 gramos suman 544 kcal). Además del inigualable sabor y su mágica capacidad de no hostigar –algo que la mantequilla de manà jamás logrará-, la Nutella nos brinda la posibilidad de recuperar una virtud (no encuentro una palabra más certera) que poco a poco hemos ido perdiendo: la del DISFRUTAR.
Cuchara en mano, considero que debiésemos condenar con el máximo rigor del sentido común a todos quienes resulten responsables de haber asociado el GOZO con la CULPA. ¿Habrá concepto más malévolo y repudiable que aquel llamado “placer culpableâ€? Culpa sintamos al mentir, al robar, al discriminar, al ofender… ¿pero al comer?
¡Tenemos derecho a comer sin culpas! Estoy convencido de que el éxito mundial de la Nutella radica precisamente en eso, en que sin eufemismos ni disfraces ofrece la posibilidad de darse un gusto. “Despierta tu entusiasmo†es el slogan. Asà de simple. Por algo no existe la Nutella light.
Cumplo en este párrafo con aclarar que mi intención no es desbandarse y dar rienda suelta a la gula, poniendo en riesgo la salud fÃsica y mental de cada uno. La obesidad es “la epidemia del siglo XXIâ€, tal como la OMS la bautizó. Respeto y valoro la labor que hacen por nosotros los nutricionistas y las autoridades que, etiquetados de por medio, nos advierten del contenido calórico de todo lo que engullimos… pero, al final del dÃa, ¿no nos estaremos obsesionando con el temita?
Propongo que los fabricantes de golosinas añadan en sus envases otro dato, igualmente importante: los gramos de placer que producen en el consumidor. Un cálculo que bien podemos hacer cada uno. ¿Cuántas carcajadas me sacó el último paquete de cabritas?, ¿no fue ese helado con caramelo el que me ayudó a contarle mis problemas a un amigo?, ¿pudo ese muffin hacer sonreÃr a mi mamá, cuando la fui a ver por sorpresa?, ¿cuánto más entretenida es mi serie favorita si la veo cuchareando Nutella?
Suena cursi, como tarjeta Village, lo sé. Pero creo que algo de razón tengo. No me parece saludable vivir como presos, restringiendo el placer como si se tratara de un virus. En ese recomendable “equilibrio†de vida sana que todos deberÃamos llevar (actividad fÃsica y dieta balanceada) también debe haber espacio para tentaciones sin culpa: manjar, galletas, queque, crema, chocolate, caramelo, flan, cupcakes, muffins, helado, cheesecake, kuchen, pie, cabritas, papitas fritas, nachos, suflitos… ¿es necesario que siga?
Comer es un placer. Una de las cosas fantásticas que tiene la vida. Un placer sencillo, como el leer, que nos reconforta, nos hace más sabroso el dÃa a dÃa, nos alimenta el cuerpo y también el espÃritu. El peligro está en el exceso. Las golosinas –lo digo responsablemente- no son el enemigo.
Termino aquà esta columna. Es que se me acabó la Nutella… y con ella, también la inspiración.