Imagen: Gojko Franulic

El mejor horario para carretear: ¡Que vuelvan los malones!

¿Y si empezamos a carretear más temprano? Esto es lo que nos plantea nuestro columnista Miguel Ortiz, quien explica los beneficios de que todos tengamos una vida nocturna, un poco más tempranera.

Por Miguel Ortiz A. @ortizmiguel | 2014-10-01 | 17:40
Tags | miguel ortiz, carrete, carretear, fiestas, vida nocturna, horarios, temprano, salud, malón
"¿Qué sentido tiene que todos, literalmente, esperemos varias horas para salir a bailar?, ¿no es de toda lógica que la música comience más temprano? Y así, el que quiera quedarse hasta las tantas… que lo haga; pero el que no, tenga la opción de emprender la retirada cuando quiera, sin haberse perdido la fiesta"

Siempre he escuchado con envidia el relato que hace mi madre sobre los carretes de su época, en la década de los ’60: “Nos juntábamos en las casas, tipo 8 de la tarde, corríamos los muebles, poníamos algún disco de Rock & Roll y sacábamos chispas bailando… como hasta las 12 de la noche”. Era en ese ambiente que la juventud de entonces se conocía, pinchaba y pololeaba, alrededor de una fuente con ponche –con más Ginger Ale que champagne- y sanguchitos de ave palta o pimentón, queques y bebida. Cada uno llevaba algo para colaborar con el “malón”.

Sólo lo más atrevidos se iban a esa hora a la discotheque “Las Brujas”. Más sana que un yogurt.

¿Muy ñoño? Quizás sí (aunque confieso que FELIZ iría a una fiesta con esas características). Lo que quiero plantear, sin embargo, es un tema recurrente, en el que suele haber amplio consenso, pero del que nadie se hace cargo: los horarios para carretear. Todos quieren empezar más temprano, pero cada día se hace más tarde. ¿Qué onda?

El viernes pasado, sin ir más lejos, nos juntamos un grupo ex compañeros de trabajo en el departamento de Fernando, un amigo, a eso de las 21:00 horas. Piscolas, pizza y conversación. A eso de la 1:30 AM me fui, caminando por el barrio Bellas Artes, rumbo a mi casa. Las terrazas de los pubs llenas, a más no poder, con gente fumando y bebiendo, “esperando” para ir a bailar. En la tradicional discotheque “El Túnel”, a esa hora, penaban las ánimas. El guardia de la puerta jugaba Candy Crush en su celular, esperando la llegada de los feligreses.

Difundida está la curiosa creencia de que, mientras más tarde, más “prendido” es el festejo. De ahí el surgimiento, hace ya algunos años, del fenómeno de “la previa” (toda una institución, a estas alturas). ¿Qué sentido tiene que todos, literalmente, esperemos varias horas para salir a bailar?, ¿no es de toda lógica que la música comience más temprano? Y así, el que quiera quedarse hasta las tantas… que lo haga; pero el que no, tenga la opción de emprender la retirada cuando quiera, sin haberse perdido la fiesta.

Y no hablo sólo desde la vereda de los treintones a los que las sábanas y la almohada cada vez se nos hacen más apetecidas (“el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, diría Milanés), sino que incluso hay un tema práctico, de carácter económico y de seguridad: se facilitarían las cosas para poder salir a carretear en micro o en Metro. Así lo hice, por ejemplo, durante el año que viví en Madrid, donde las cantinas y discotheques abren sus puertas a eso de las 19:00 horas… para que a la medianoche uno ya se pudiera dar por vencido, tras cinco horas non stop de marcha. En Nueva Zelanda pasa algo similar.

Pero no. Acá la noche se enciende recién pasadas las 2:00 AM, muy a pesar del noble (?) esfuerzo de locatarios por promocionar descuentos para quienes lleguen más temprano (siempre me ha dado risa eso de “mujeres gratis hasta la 1:00”). Ojo que no quiero entrar en la polémica que inició la alcaldesa de Providencia, Josefa Errázuriz, con su cuestionada medida de prohibir la venta de alcohol después de las 2:00 AM en cinco barrios de su comuna… pero quizás eso sirva, como efecto secundario, de chiripa, para que nos atrevamos a comenzar la juerga cuando el sol aún no se pone.

Sería magnífico que pudiéramos volver a los malones, una suerte de “previas bailables”, para aprovechar el tiempo y –es cosa de saber sumar- poder carretear más y en mejores condiciones. No soy amigo de restringir las libertades individuales ni de llevar al Parlamento, con la formalidad y costos de una ley, los hábitos sociales de cada uno. Esto tiene que surgir solo, como una necesidad, casi en señal de rebeldía al antojadizo modo en que el comercio nos ha ido trastocando la forma de pasarlo bien.

¡Que vuelvan los malones! Y para predicar con el ejemplo me pongo altiro a organizar uno en mi casa. ¿Quién se apunta?