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Padres débiles, sobreprotectores y autoritarios. ¿Estamos fallando como figuras de autoridad?

Hay diferentes caminos para enfrentarnos ante las desobediencias de nuestros hijos, pero muchas veces escogemos el equivocado. ¿Cómo ser un modelo de autoridad en la justa medida?

Por Ignacia y Javiera Larrain | 2014-10-02 | 12:30
Tags | autoridad, permisivo, sobreprotector, autoritario, desobediencia, enseñanza, guía para padres
"Si nos situamos en un punto de equilibrio, que supone ser claros y firmes, pero a la vez conectados con las necesidades y procesos que está viviendo el niño, vamos a favorecer la sensación de que creemos en ellos"

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Es la hora de que el niño se vaya a dormir. La madre decide que el día de hoy será diferente… Acostará a su hijo de forma tranquila, sin caer en los mismos gritos y retos que tuvo que usar ayer para lograr que se durmiera. 

Hace que el niño se meta a la cama y él le pide que por favor le lea un cuento. La mamá accede feliz y se siente contenta porque además de un momento de relajo estará estimulando el lenguaje de su hijo. Hasta aquí todo va bien. Termina la historia y el niño pone su cara más cautivadora y le dice “uno más mamá, por favor”. 

La mamá ya está cansada y sabe que aún le esperan varias tareas domésticas, pero prefiere contarle otro cuento que arruinar ese momento que hasta ahora ha sido tan agradable. Lee la segunda historia, él escucha muy atento y al finalizar la mamá apaga la luz, le da un beso de buenas noches y se va del dormitorio. A los cinco minutos se encuentra con el niño levantado y pidiéndole que por favor vaya a acompañarlo un ratito. A estas alturas el nivel de tolerancia de la madre ya es menor. Trata de respirar profundo y le dice en un tono firme que se vaya a acostar. 

Él le dice “mamita, solo un minutito”. La mamá es incapaz de decirle que no así es que lo lleva de nuevo a la cama y lo acompaña durante un minuto. Cuando se está yendo, él le dice “no te vayas” y se pone a llorar. La mamá ya bastante desesperada le dice que le prestará su teléfono para que juegue un ratito antes de dormirse, esperando poder así terminar de lavar la loza y ordenar la casa. El niño se queda jugando un rato, pero vuelve a aparecer en la cocina diciendo que tiene hambre… 

A esas alturas la mamá ya no puede más y comienzan los gritos “¡Cuántas veces te he dicho que te quedes dormido! ¡Anda a acostarte inmediatamente, me tienes agotada, todas las noches el mismo problema! ¡Ya hiciste que se me acabara la paciencia! ¡Mañana te quedas todo el día sin televisión porque esto ya no lo resisto!”. El niño se va a acostar llorando y la mamá se queda en la cocina con una frustración enorme por no haber sido capaz de mantener la calma y una sensación de culpa que la consume. Espera unos minutos y va a ver al niño a quien le dice “Mi niño, si yo te quiero tanto… te voy a acompañar hasta que te duermas”.

Este caso refleja un escenario que es cada vez más frecuente de observarSylvia Langford, reconocida psicóloga británica, explica este proceso como un círculo vicioso en el que muchos padres nos vemos atrapados y que se relaciona con la forma en que somos figuras de autoridad

Ella señala que existen tres estilo de parentalidad: el estilo “permisivo y buena onda” (queremos ser amigos de los hijos, no queremos decirles que no, por lo tanto vivimos negociando con ellos). El estilo “sobreprotector o asistencialista” (no queremos que el niño se frustre o sufra por lo que nos anticipamos y resolvemos todos sus problemas y hacemos todo por ellos) y el estilo “autoritario o tirano” (imponemos las normas a través de gritos y amenazas).

¿Cómo ocurre este círculo negativo? Partimos siendo amigos o sobreprotectores (la mamá no es capaz de decirle que no frente a la petición de un segundo cuento a pesar de que habían acordado que solo leerían uno. Tampoco es capaz de decirle que no lo acompañará y cuando intenta que se quede solo en su cama debe recurrir al “salvador teléfono”). 

Cuando nada de esto parece dar resultado entramos en la desesperación, perdemos la paciencia y nos convertimos en padres tiranos (les gritamos, los amenazamos con castigos que obedecen más a nuestra propia rabia que una consecuencia directa de las acciones). Esto nos lleva a sentir culpa, reconocemos que actuamos mal y en un intento por compensar el error volvemos a la ley de la buena onda (la mamá le va a decir al niño después de haberle gritado y termina quedándose con él). Todo esto confunde mucho al niño y lo deja desorientado y sin una guía clara.

Langford plantea que gran parte de los problemas que viven hoy en día los niños se deben a que como adultos no hemos sabido ser buenos guías, y ser guía para ellos debe ser nuestro rol como padres. ¿Qué es un buen guía?

  • Un adulto que tiene un proyecto definido y claro y es consecuente con él. En este caso la mamá debiera estar convencida de que para el niño es necesario contar con una cierta cantidad de horas de sueño. También tendrá que convencerse que él es capaz de dormirse solo y que eso no significa un daño y que ella no es la que tienen que hacer que el niño se duerma.
  • Un adulto que tiene claro el camino a recorrer. La madre tendría que mentalizarse que el acuerdo será leer un solo cuento y que después de eso tendrá que mantenerse firme, independiente de los ruegos y caras de pena del niño.
  • Un adulto capaz de distinguir lo que es relevante en la formación de un niño. En este caso la mamá tendría que darse cuenta que al ser constante y formar en hábitos al niño le está dando una herramienta para la vida que le permitirá ser más ordenado y disciplinado. Según la autora anteriormente citada, en el esfuerzo, la voluntad y el trabajo sistemático es donde reside la clave para obtener logros y eso se forja en las situaciones más cotidianas de la vida.
  • Un adulto que está presente y acompaña, pero confía en las capacidades del niño y lo deja hacer sus cosas y resolver sus dificultades. La madre se mostrará disponible, le contará el primer cuento de manera de calmarlo, contenerlo y crear un espacio de intimidad. Sin embargo, dejará que posterior a eso el niño sea capaz de dormirse por sus propios medios y tranquilo. Para eso es fundamental que mantenga una actitud serena y que le dé la oportunidad de quedarse dormido sin que ella tenga que estar a su lado.
  • Un adulto que mantiene la calma. Caer en gritos o amenazas no logra nada con los niños, solo la culpabilidad por parte de los padres. Más vale repetir 60 veces una instrucción de manera calmada para que el niño obedezca que una vez con un grito o descalificación.

Si logramos romper este círculo vicioso en el que oscilamos desde el extremo de la permisividad o sobreprotección al polo de la tiranía, y nos situamos en un punto de equilibrio, que supone ser claros y firmes, pero a la vez conectados con las necesidades y procesos que está viviendo el niño, vamos a favorecer la sensación de que creemos en ellos, en sus capacidades y que por eso les exigimos y los dejamos resolver sus problemas por sus propios medios. 

¿Cuál ha sido tu experiencia como padre? ¿Recuerdas la actitud que tenían tus padres cuando les desobedecías?