Imagen: Gojko Franulic

¿Chulo, siútico o cursi? Yo hablo como quiero

Tras ser tildado de "chulo" luego de usar la palabra nevera, Miguel Ortiz reflexiona sobre la riqueza del lenguaje y cómo el chaqueteo nacional puede inhibirnos de usar el idioma en todo su potencial.

Por Miguel Ortiz A. @ortizmiguel | 2014-10-22 | 12:30
Tags | diccionario, palabras, idioma, castellano, siutico, chulo, rasca, idiosincracia, hablar, lenguaje, miguel ortiz, nevera

Bastó sólo un posteo en Twitter, para que tres personas –sin ponerse de acuerdo- me dijeran chulo, siútico y cursi. La palabra que desató los comentarios fue “nevera”. Según ellos lo “normal” es decir “refrigerador”. El episodio, lejos de pasarlo por alto, me hizo reflexionar: ¿existen palabras prohibidas para mantener cierto status social?, ¿tiene sentido abandonar el uso de ciertos vocablos para no convertirse en el hazmerreír de unos pocos?

Me ha pasado otras veces, cuando he dicho “tomar once” en vez de “tomar té”. La gente me mira con cara de “pobrecito, hablas como los huasos”. Me han hecho ver lo “rasca” que es convidar a un amigo al “cine” en vez de al “teatro” (a sabiendas de que son cosas diferentes)… y también me han sugerido que diga “invitar”, y no “convidar”. Admito que hay palabras que me producen una pequeña punzada en la boca del estómago, palabras que no uso simplemente porque no me gustan –hermoso, cabello, caricia, soleado, cómico, entre otras-, pero no soy quien para discriminar a nadie en función de cómo habla. Sobre todo si ha logrado darse a entender.

Según el diccionario, y dicho de una persona, el “cursi” es “el que presume de fino y elegante sin serlo”. “Siútico” es quien “procura imitar en sus costumbres o modales a las clases más elevadas de la sociedad”. Al decir “nevera” no quise presumir de nada, simplemente usé un nombre propio que incorporé a mi vocabulario durante el tiempo que viví en Madrid. ¿Snob? Tampoco… porque me sale natural. Igual de espontáneo como quienes dicen “falda” (en vez de pollera), “lentes” (en reemplazo de anteojos), o “bello” (en lugar de bonito).

Sepan, por lo demás, que “chulo” es “lindo, bonito y gracioso” según la Real Academia de la Lengua Española… y que “chulería” es “cierto aire o gracia en las palabras o ademanes”. Aquí en Chile se utiliza como sinónimo de “rasca” o “flaite”… pero eso es harina de otro costal.

El fin de semana pasado fui a ver “El diccionario”, brillante montaje teatral escrito y dirigido por Manuel Calzada Pérez, que cuenta la historia de María Moliner, bibliotecóloga, filóloga y lexicógrafa española que se olvida de las palabras a raíz de una arterioesclerosis cerebral. Emocionante resulta ver a la actriz Liliana García, en una magnífica interpretación, perder de a poco su capacidad para hablar, para ser precisa en sus palabras, buscando la expresión exacta que respalde con fidelidad sus pensamientos.

De hecho, y en mi calidad de “amante” de la lectura –que palabra más manoseada-, soy muy amigo de aprender palabras nuevas o en desuso e incluirlas en mis escritos y conversaciones. Soy un convencido de que es menester hacerlo, para enriquecer el lenguaje, y darle mayor amplitud y diversidad. ¿Saben lo que es un banquete “pantagruélico”?, ¿o estar en “duermevela”?, ¿conocen el real significado de “festinar”?, ¿utilizan ustedes correctamente la palabra “sendos”? Los invito a tomar el diccionario y buscar… al menos antes de atreverse a calificarme como siútico o “ampuloso”.

Según registros oficiales, el idioma español tiene casi 300 mil palabras o conceptos diferentes, sin contar variaciones, ni tecnicismos o regionalismos. En nuestra comunicación cotidiana, sin embargo, utilizamos apenas 300. Una persona culta e informada usa aproximadamente 500 palabras. Un escritor o periodista puede llegar a 3 mil. Miguel de Cervantes usó 8 mil palabras diferentes en su obra. El diccionario de la RAE define más de 88.500 palabras… y un perro bien entrenado puede “entender” casi mil.

El “chaqueteo” local, lamentablemente, nos inhibe a usar el idioma en todo su potencial. Una palabra desconocida y ¡zaz!... eres chulo, picante, siútico, cursi o engolado. ¿Pero les digo algo? Me da lo mismo, porque hablo como quiero y el camueso no soy yo.