*¿Te lo perdiste? Regularmente republicamos contenidos vigentes que pueden resultarte interesantes.
Alejandro y Sandra se sientan a comer junto a sus dos hijos, Martina de 5 y Nicolás de 8 años. La mamá se ha esmerado por preparar una rica comida para el día domingo. Alejandro pide que le traigan mantequilla y Sandra le responde que no hay. Alejandro se molesta y dice "nunca hay nada en esta casa". Frente a tal afirmación, Sandra se altera y comienza a subir el tono: "¡Cómo que no hay nada, me paso el día entero tratando de tener la comida lista y tú me vienes con esto!". "Pero que histérica tu reacción!", responde Alejandro. "No puedes decir que siempre hay de todo… ayer no había bebidas, ni servilletas,la encargada del supermercado eres tú!". Sandra explota "¡Puede ser que se me olviden algunas cosas, pero por lo menos hago el intento. En cambio tú llegas de la oficina y no te preocupas de las cosas de la casa. Hace un mes que quedaste en arreglar el horno y todavía no lo haces!".
Para ese entonces, la conversación ya se ha convertido en gritos y descalificaciones, mientras que los niños se pusieron a pelear entre ellos porque uno le sacó la servilleta al otro. Martina se pone a llorar y se va corriendo a su pieza, mientras que Nicolás le dice a su papá que no sea tan pesado con la mamá.
Es frecuente observar como una pequeña situación cotidiana, tal como la falta de mantequilla, puede terminar convirtiéndose en motivo de discordia y pelea dentro de una relación de pareja. Si bien es cierto que dinámicas como las anteriormente descritas pueden esconder una serie de conflictos más profundos, en esta oportunidad queremos poner el foco en la otra cara de la moneda: la vivencia de los hijos.
Los niños, a lo largo de su desarrollo, deben ir construyendo una sensación de confianza y seguridad básicas, lo que implica ir interiorizando un modelo positivo y amable respecto al mundo que los rodea. Dentro de la configuración de ese modelo básico, juegan un rol primoridial las relaciones afectivas más cercanas, como lo es la que ellos establecen con sus padres y también la que ven que sus progenitores establecen entre ellos. Un niño se siente contenido y protegido cuando ve que sus padres están unidos, que se quieren, se tratan con respeto y son capaces de resolver diferencias a través del diálogo. Eso le entrega a los niños "un colchón de seguridad", que les permite experimentar que frente a cualquier dificultad podrá recurrir al amor y serenidad que existe en el núcleo familiar.
Con lo anterior, no se quiere decir que los padres no puedan tener conflictos y dificultades. Tampoco se pretende que tengan que estar permanentemente fingiendo algo que no es real. Por el contrario, se trata de tomar conciencia del impacto que tiene en el desarrollo infantil el clima emocional en el que viven, y el gran peso que tiene sobre dicho clima la relación entre ambos padres.
Un niño que vive en un ambiente caracterizado por discusiones o peleas permanentes, es un niño que tiene mayores posibilidades de experimentar sentimientos de inseguridad, pudiendo traducirse estos en síntomas emocionales o de ansiedad.
Por otro lado, a partir de la relación de los padres, los niños van internalizando un modelo respecto a cómo son las relaciones entre las personas. Si ven que sus padres se faltan el respeto, se gritan, se agreden o se tratan de un modo poco considerado, aprenderán a validar ese tipo de trato. Dicha situación los puede llevar a ponerse en cualquiera de los dos polos de una relación de maltrato: ser ellos quienes lo ejerzan con sus pares (ya que pasa a ser una forma legítima de relacionarse con otros) o pueden asumir la posición de víctimas (validan que otro los pueda tratar de esa forma).
Otro posible efecto de las peleas frecuentes entre los padres frente a los hijos, es que alguno de ellos comience a ser "triangularizado", es decir, que se vean arrastrados de forma más o menos consciente, a tomar bandos y aliarse con uno de los padres en contra del otro. Algunas veces sentirán que tienen que defender al que ven más débil (como lo hace Nicolás en el caso anterior) y otras veces tenderán a abanderizarse con el que más los entiende o defiende a ellos mismos. Esta dinámica es muy dañina para el niño, porque lo saca de su posición de hijo dentro de la familia y lo deja atrapado entremedio de ambos padres. Además, pueden aparecer fuertes sensaciones de culpa en el niño, quien en un nivel más profundo se siente traicionando al otro progenitor.