Imagen: Gojko Franulic

¿Y si relajamos la vena?

El trabajo, los tacos y el transporte público estresan y nos pueden llevar a actuar de forma prepotente e incluso violenta, lo que se denomina como "El Zopenco". Conoce aquí a este personaje y como evitar convertirte en él.

Por Francisco J. Lastra @efejotaele | 2014-11-04 | 10:39
Tags | enojo, estrés, ira, transporte público, violencia, relajo
"Hace un calor espantoso, el precio de (inserte cualquier cosa) sigue subiendo y cada vez se suma más gente a este manicomio que ya sobrepasa los 7 millones de personas. Santiago es duro y esto tiene sus consecuencias"

Hace algún tiempo traté de plasmar mi sentir provinciano sobre Santiago con un cuento corto. Iba así:

"¡Cuidado con el cierre de puertas!" grita el hombre vestido de amarillo chillón mientras me empuja dentro del vagón. Asombrosamente, mi cuerpo se adapta al pequeño espacio disponible y termino aplastado contra el vidrio. Tengo a una vieja bajo cada axila, y yo, a su vez, estoy bajo la axila de otra persona. Huelo... ¿sedimentos marinos? La señora de la izquierda se agita y me dan ganas de rascarme. Levanto mi mano, pero no aparece; está prisionera de las anchas caderas de una mujer que me mira y me dice "¿Se baja en la próxima?". "¿En la próxima? ¿Cuántas estaciones tiene esta cuestión?" pienso. Alzo la mirada y veo unas serpentinas de colores que marcan cada línea del Metro. Ruego que la próxima estación sea la mía, pero no lo es. Ni cerca. La puerta se abre y el precario equilibrio del grupo se ve en peligro, la presión de los miembros de atrás (la galería en términos de estadio) sugiere el sacrificio de alguien para que podamos continuar la expedición. Así son las travesías épicas, no todos los que la comienzan pueden terminarla. "Que sea alguna de estas viejas que tengo en las axilas" pido, pero mis ruegos vuelven a ser ignorados. La presión me lleva afuera "¡Pero si no es mi estación!" digo con mis ojos de ciervo asustado. La mole humana me mira como si fuese un quiltro con demasiadas pulgas. Me armo de valor: “volveré a entrar aunque me tenga que echar a alguna de estas viejas”. Tomo impulso y vuelvo al pozo de almas. La vieja de la izquierda dejó de respirar, pero no me importa. Santiago es duro.

Mi sentir sigue siendo el mismo. Hace un calor espantoso, el precio de (inserte cualquier cosa) sigue subiendo y cada vez se suma más gente a este manicomio que ya sobrepasa los 7 millones de personas. Santiago es duro y esto tiene sus consecuencias. Según una encuesta realizada por Chile 3D a 3.200 personas, el 55% se consideró “estresado” o “medianamente estresado”. El mismo estrés es el responsable del 30% de las licencias por dolencias físicas y el 40% del ausentismo laboral, según un estudio de este año del Minsal.

Cansados y estresados. Es una mala combinación que nos lleva a un lugar oscuro. Y es allí, querido lector, donde nos podemos convertir en ese desagradable personaje que bautizaremos como “El Zopenco”.

El Zopenco es un personaje sin edad ni sexo definido que se alimenta del estrés y el cansancio. Su pasatiempo favorito es correr frenéticamente con el ceño fruncido, su forma de decirle al mundo que no quiere ser molestado. Su mayor enemigo, obviamente, es el transporte público. Odia que sea tan lento, odia las paradas imprevistas, odia a la señora que le dice que espere detrás de la línea amarilla, y sobre todo, odia a las 7 millones de personas que comparten “su” espacio. Aun cuando anda en auto, no puede evitar sentir desprecio por los buses con sobrepeso que dominan la ciudad, y ni hablar de la gente que ocupa “su” carril. No es hindú, pero se cree “intocable”.

Ojo, no digo que este personaje sea endémico de Santiago. El Zopenco cubre toda la geografía de nuestro país, de Arica a Magallanes, pero por características ya descritas del ecosistema capitalino, es aquí donde mutan y se desarrollan más rápido.

En su primitiva mente, El Zopenco aun juega a la “pinta” (o “tiña”), por lo que ve en cada toque con otra persona una muerte inminente. De ahí su forma reaccionaria frente a cualquier mínimo estímulo dirigido hacia él. Hace un tiempo lo vi peleando con otra persona que tuvo la mala fortuna de topárselo en una esquina. “¿Acaso te da miedo pelear, viejo culiao?” le decía, animado por un amigo que hacía de Zopenco de reparto en el plano de atrás. “¡Pero pa’ qué voy a pelear contigo!” se defendía el desafortunado. “No sé poh, ¡pero peleemos!”, atacaba nuevamente El Zopenco. Tiempo después me lo encontré sentado en una micro, en la forma de una mujer. “¡No me toques con tu hombro!” le gritaba a un hombre que pasaba por el angosto pasillo de la máquina, en plena hora pick. “Pero señora, si no hay espacio…”. Ahí se puso feo. “¡Cómo que señora, weón! ¡Soy señorita, conchatumadre!”. Este es un punto importante, El Zopenco no es consciente de su transformación. Puede que conserve su cuerpo, pero es cosa de ver su rostro desencajado y sus maneras irracionales para darse cuenta de que de humano le queda la carcasa y poco más.

Estos son algunos casos llamativos que nos permiten identificarlos, pero, como dice un proverbio africano: Cuando apuntas con un dedo, recuerda que los otros tres dedos te señalan a ti”. La dura realidad es que todos tenemos un pequeño Zopenco con ganas de hacer de la suyas, el culpable de que miremos en retrospectiva ciertas situaciones y pensemos “¿Por qué hice eso? No soy así”. Se presenta siempre cuando tenemos la guardia baja y, sin preguntar, toma las riendas de la situación, algo así como la versión retorcida de Ratatouille, que nos controla para meter la mano en el aceite hirviendo, abofetear al cliente y robar las propinas. No es agradable estar bajo su control (ni tampoco saludable).

Afortunadamente hay una solución.

La Escuela Médica de Harvard recomienda un ejercicio de relajación que no toma más de 1 minuto y que puede replicarlo en cualquier lugar (sí, hasta en el transporte público). Ponga la mano sobre su estómago, a la altura del ombligo, y respire hondo contando hasta 3, luego exhale, nuevamente contando hasta 3. Evite pensamientos ajenos, ponga toda su atención en su respiración durante este minuto. El Zopenco odia este tipo de ejercicios y no tardará en volver a las profundas cavernas de donde vino.

Así que ya lo sabe. La próxima vez que sienta esa pérdida de control, respire hondo, relaje la vena, y no se convierta en El Zopenco.