Queridos lectores maestros. Les escribo con dolor. Si alguien hubiera venido del futuro a decirme que escribiría una columna sobre ídolos caídos después de ver Interestelar de Christopher Nolan, le diría a ese futurista que es un mentiroso, que de ninguna manera yo, YO, iba a encontrar mala una película de Nolan.
Yo, que lo he defendido cuando todos lo han basureado. Yo, que le encontré explicaciones lógicas a todos los condoros de Dark Knight Rises, yo que organicé un ciclo de cine donde vimos y le tiramos flores a todas sus películas, yo, que cuando tenga un hijo le voy a poner Mamerto y que me tatué la PiriNolan de Inception en una nalga. Salpica, futurista. Y bien charcha tu mensaje desde el futuro, podrías haberme dado los resultados del Loto en vez de embarrar la onda.
Pero bueno, aquí estamos. Con presencia futurista o no, no me gustó Interestelar. Le vi muchos defectos que todos los detractores de Nolan (los No-Nolans) siempre le habían achacado y que yo siempre había defendido. No quiero hablarles de la película, eso sí, quiero hablarles de ese momento en la vida de todo fliméfilo en que después de pasarnos mucho tiempo amando a algún peliculasta, aparece esa obra que nos pone a prueba, y nos complica, y nos deja plop.
Porque reconozcan que ver una película que no nos gusta hecha por alguien que amamos, es muy distinto a ver una película que no nos gusta a secas. Cuando la hizo alguien que amamos nos obligamos a que nos guste. Intentamos hacer un esfuerzo consciente por obviar todo eso que nos está molestando, y buscamos la excusa para encontrarla buena de todas formas, mencionando solo aquello que funcionó y omitiendo el resto, para que nuestro amor quede intacto y para que nadie cuestione ese amor, y para ver si nos auto hacemos un Inception para encontrarlas buenas.
Me acuerdo cuando descubrí a John Carpenter, por ejemplo. Durante mucho tiempo cada película nueva que veía de él era un sueño fliméfilo hecho realidad. De Prince of Darkness saltaba a The Thing, de The Thing a They Live, de They Live a In the Mouth of Madness. Como un pololeo que recién comienza, todo es hermoso y hay maripositas en la guata y todo. Hasta que de pronto llega Memorias de un hombre invisible. O Vampiros. Y ahí uno tiene que luchar contra toda su alma fliméfila para poder decir: “Igual me gustó”.
Pero la verdad es que no, no te gustaron esas películas. Y el hecho de que el ADN fliméfilo de tu ídolo estuviera clarito en la pantalla, lo hacía todavía más doloroso. ¿Y lo peor? Esos detractores contra los que has peleado de pronto tienen razón en sus quejas y no se puede discutir con ellos.
Yo sé que todos se han sentido así alguna vez. A mí me pasó con Spielberg, cuando después de toda una vida defendiéndolo hizo Caballo de guerra y de pronto no pude defenderlo más. O con Pixar cuando después de mandarse muchas obras maestras al hilo estrenaron Cars 2 y después Brave. O cuando los hermanos Coen hicieron The Ladykillers. George Miller Happy Feet 2. Y me pasó también cuando Robert Zemeckis hizo Contacto. Contacto, una película con Matthew McConaughey que dura como siete horas sobre un viaje interestelar que termina siendo en realidad un viaje al interior del alma humana. Sorpresa.
¿Qué pasó, Nolan? ¿Y qué hago ahora después de haber dicho que era perfectamente posible que Bruce Wayne se curara la espalda fracturada en unos días con la ayuda de un reo doctor en la cárcel de Bane? ¿O después de haber defendido todo el diálogo expositivo apestoso que hay en Inception? ¿Qué hago ahora que los condoros de lógica, y los diálogos expositivos apestosos de Interestelar me dejaron knock-out en el suelo? ¿Me hago el leso y trato de concentrarme en las cosas que sí me gustaron de la película (como toda la historia con la hija, o algunas ideas ciencio-ficciosas de la historia) o digo de una no más que la película no me gustó?
Desde que la vi que le he dicho a un montón de gente que me gustó Interestelar. Porque me estaba resistiendo a la verdad. Mientras más cerca de la película me preguntaron qué me pareció, más disfrazada estaba la opinión. Un minuto después de verla: “Sí, me gustó”. Un día después de haberla visto: “Me gustó pero con reparos”. Cuatro días después de haberla visto: “Cuando se nos cae el ídolo”.
A mis alumnos en el taller de Críticas Fliméfilas siempre les digo que lo más importante es ser honesto, sin importar nada. Y ese es el problema de hablar de películas cuando amas mucho a su director. Porque el amor es así, te hace perdonar defectos y te distorsiona el juicio. Y eso no va con la honestidad, así que lo siento Nolan. Pero esta es nuestra primera pelea.
Sí, te ves gordo con este vestido.
Pero no te enojes conmigo. Esto no significa que me voy a transformar en un No-Nolan. No se me va olvidar cuando quedé marcando ocupado después de ver Mamerto. O cuando aplaudí todas las Batman con una sonrisa de Joker en la cara. Ni cuando The Prestige me voló la cabeza, ni cuando se me pararon los pelos durante esa pelea sin gravedad en el pasillo de Inception. No me pasó nada de eso con tu último flim, pero todavía te quedan muchas películas, y filo.
El tiempo lo va a borrar todo menos el amor. En eso estamos de acuerdo, Interestelar.