Imagen: Gojko Franulic

Mis comentarios a tus comentarios: ¿por qué la mala onda?

En esta columna, Miguel Ortiz nos cuenta las conclusiones que sacó luego de recibir un par de insultos en los comentarios de su columna pasada.

Por Miguel Ortiz A. @ortizmiguel | 2014-12-10 | 11:20
Tags | miguel ortiz, columna, el definido, comentarios, feedback, lectores

Durante varios días me hice el loco. Como si nada hubiera pasado. Pero después dije que no, que si uno deja pasar ese tipo de cosas… de alguna manera las tolera, las acepta, les da espacio. Hace un par de semanas escribí una columna en El Definido contando mi experiencia de vivir 24 horas sin celular. Lo hice a mi estilo, exagerando algunos puntos, con algo de ironía y comparaciones graciosas (?) para lograr mayor nitidez en algunas ideas. En pocas horas recibí más de 40 comentarios.

Antes de continuar quiero aclarar que, como periodista y columnista, disfruto leyendo lo que mis lectores postean. Una de las satisfacciones más grandes que produce el escribir en un sitio web es el poderoso feedback que existe, directo e instantáneo, con la audiencia. Lo digo porque durante los casi 10 años que trabajé en el vespertino La Segunda, nunca tuve una conexión tan fluida con el público como la que tengo ahora con ustedes. Por eso lo quiero dejar claro: comentarios positivos y negativos son bienvenidos. De todos intento aprender.

De esos 40 comentarios que recibí, sin embargo, hubo uno que me encendió una alerta. Un lector, que opinó con su nombre, sin el anonimato de un pseudónimo, me recomendó ir al psicólogo y aseguró que mis opiniones eran estúpidas y subnormales. Yo, obviamente, me sentí atacado gratuitamente y, sarcasmo de por medio, le respondí. Entonces él contraatacó y, como palabras sacan palabras, preferí dejar el asunto ahí… hasta hoy.

Dos semanas estuve dándole vueltas al asunto. No quería reaccionar en caliente. ¿Era yo el que andaba susceptible?, ¿estaba poniéndole demasiado color a una asunto insignificante? Conversé el tema con algunos amigos, revisé los comentarios de otras personas en otros sitios, y llegué a cinco sencillas conclusiones:

1. A veces es mejor callar que hablar, simplemente porque no es necesario ni obligatorio comentarlo todo. Si uno no tiene nada bueno que aportar, creo, es más valioso el silencio. Den un vistazo a los comentarios de Emol: es sorprendente el nivel de violencia que generan algunos temas. Los “debates” de los lectores se extienden como diálogo de sordos, gritando (MUCHOS ESCRIBEN TODO EN MAYÚSCULAS), menospreciando el punto de vista ajeno… o simplemente ofendiendo. ¿Arrepentido de haber callado? Tienes tiempo para decir aquello que te guardaste. ¿Arrepentido de haber dicho algo? Lo dicho, dicho está.

2. Las críticas, por muy duras que sean, siempre se pueden hacer desde el respeto. No es menester ser pesado o despectivo para subrayar una idea. Un argumento, si es bueno, convence a cualquiera.

3. Son los buenos comentarios –aquellos expresados con tino y rectitud-, los que van formando comunidades virtuales poderosas, influyentes. A fines de noviembre El Mostrador puso fin a los comentarios de sus noticias. Si bien las razones que esgrimieron fueron otras (el espacio destinado a comentarios “ha perdido importancia”), les puedo asegurar que si los posteos de sus lectores hubiesen sido un aporte, ellos no habrían osado suprimirlos. Porque –seamos sensatos-, ¿no les parece triste que un medio diga que la opinión de su público “ya no es necesaria”?

4. El Definido es claro ejemplo de la relevancia que, incluso en la generación de pautas, pueden tener las audiencias. Al hacerse responsable de lo que escriben (hay que inscribirse con el RUT previamente), los comentaristas suelen esmerarse en sus intervenciones, muchas veces contando sus propias experiencias, enriqueciendo así la conversación.

5. Finalmente, y citando al propio lector que me criticó, en una carta que publicó el año pasado, “’la alegría, el bienestar, incluso la felicidad, existen, pero tienen que encontrarte sonriendo’, así que, ya saben, pongan buena cara, sonrían, ríanse, gástense buenas bromas junto a la gente que aman, para que estén preparados cada vez que lleguen buenos tiempos, después de todo, no se trata de subestimar los problemas, se trata de no subestimarnos a nosotros mismos”.

Es más satisfactorio y efectivo contagiar buena onda, con espíritu constructivo y colaborativo. ¿No creen? Espero sus comentarios.