Igualdad vs. Justicia

Mientras unos hablan de igualdad a secas, otros la acotan a las oportunidades. Sin embargo, ambos conceptos violentan derechos y provocan diferencias. Aquí, propongo reenfocar la discusión hacia la justicia.

Por Marco Canepa @mcanepa | 2013-05-27 | 17:12
Tags | política, sociedad, igualdad, justicia
"El concepto de justicia nos dice que el triunfo en sí no es bueno ni malo, todo depende de cómo se obtiene y qué haga yo con él una vez que lo obtengo."

“¡No es justo!”, hemos reclamado todos, más de una vez en nuestras vidas. Lo más probable es que el reclamo haya surgido por haber sido víctimas de una evidente desigualdad en el trato. De niños, por ejemplo, que a nuestro hermano le hayan hecho un regalo mucho mejor que el nuestro, o que, con igual nivel de conocimientos que un amigo, a él le haya tomado el examen un profe paleta y a nosotros uno perro, con un resultado claramente perjudicial para nosotros.

Pero en otras ocasiones, esa sensación de injusticia ha provenido de la situación exactamente opuesta: De sentir que, producto de nuestro esfuerzo y sacrificio, merecíamos recibir más que otro que no hizo los méritos para recibirlo. Cuántas veces, por ejemplo, nos tocó un miembro “parásito” en algún grupo de trabajo como estudiantes, que no aportó nada, pero se benefició de nuestro esfuerzo. O aquél patán que se dedicó todo el semestre a entorpecer las clases y no estudió nada para el examen, mientras nosotros nos quemábamos las pestañas estudiando, pero que a punta de copiarnos la prueba, sacó igual resultado.

Así, pareciera que la justicia y la igualdad pueden ser, dependiendo del caso, sinónimos o antónimos.

Igualdad de resultados


En política, el término igualdad es uno que se ha repetido de manera constante en tiempos recientes.

Razonablemente, los menos privilegiados, los que recibieron pocas o nulas oportunidades en su vida y que hoy deben mirar la escala social hacia arriba, sienten que ser provistos de un mayor grado de igualdad es justo. Las desigualdades de origen, argumentan con toda razón, no les permitieron jugar en la misma cancha y desarrollar sus talentos y, por lo tanto, sería justo recibir una compensación de parte de la sociedad.

Hasta aquí, me atrevería a decir, hay acuerdo. Los errores del pasado deben compensarse. Pero el tema es qué debería pasar hacia el futuro y es ahí donde las diferencias empiezan a hacerse patentes.

Para algunos sectores, la igualdad debería estar garantizada de por vida. No se trataría sólo de una igualdad de oportunidades, sino también de una cierta igualdad de resultados garantizada por el Estado. Es decir, eliminar al máximo las diferencias tanto en resultados educativos, como en términos económicos, en toda la sociedad.

Esto, por supuesto, preocupa a los grupos que han logrado ascender en la escalera social y a aquellos que siempre han ocupado su cúspide. De qué manera, dado que no todos podemos sobresalir en todo, podría asegurarse en la práctica una igualdad de resultados sin tener que “emparejar hacia abajo” y en definitiva “prohibir el éxito”, es algo que nunca ha quedado del todo claro. Más aún, señalan, si no hay un premio por trabajar más y esforzarse más, nadie se esforzaría. 

Volviendo a los ejemplos del principio, es como asegurarle por ley la misma nota al estudiante que estudió como al que se dedicó a sacar la vuelta. Eso no sería justo.

Igualdad de oportunidades

Por ello, otros sectores proponen, en lugar de la igualdad a todo evento, el concepto de igualdad de oportunidades. Ésta señala que a todos se nos debería dotar inicialmente de las mismas herramientas (o herramientas equivalentes), pero lo que construyamos luego con ellas y lo alto que lleguemos, es totalmente libre. Esto, afirman quienes adscriben al concepto, es lo más favorable para un crecimiento económico y social saludable.

Pero si la igualdad de resultados resultaba demasiado rígida, el problema con la igualdad de oportunidades es que carece de un parámetro ético para controlar la desigualdad. Por ejemplo, a todos nos parece justo que Lionel Messi gane más que cualquier otro jugador del planeta, pues es efectivamente el mejor jugador del mundo. Pero cuando nos damos cuenta que este jugador gana en un mes, por perseguir una pelota, lo mismo que un buen profesor gana en toda su vida profesional, por formar a varias generaciones de niños, uno empieza a sentir que eso tampoco es muy justo. Está bien que gane más, ¿pero es justo que gane tanto más? O más bien, ¿es justo que un profesor gante tanto menos?

Igualdad vs. Justicia

Así, la discusión política se ha mantenido en el eje de la igualdad, total para unos, de oportunidades para otros. Pero ante estas dos visiones del mismo concepto, antepongo uno diferente, pero que los incluye: La justicia. 

Creo que, conceptualmente, supera por mucho al concepto de “igualdad”, porque señala que el éxito debe ser premiado, pero en su justa medida. 

¿Cuánto es justo?

Ante esto, la pregunta que es inevitable hacerse es: ¿Cuál es la cota superior? ¿Hasta dónde llega el legítimo derecho a beneficiarme de mi esfuerzo y disfrutar de mi éxito?

Parece haber un límite moral, un límite ético respecto a cuánto es justo que alguien se “despegue” del resto, pero ese límite no corresponde a una cifra o porcentaje fijo de diferencia, sino que parece estar dado por cuánto contribuye esa persona a la comunidad o sociedad que le entregó las herramientas para llegar a donde está. 

Así, un empresario que gana una pequeña fortuna con un negocio, a costa de abusar de sus clientes y pagar malos sueldos a sus empleados, nos resulta inaceptable. En cambio, los millonarios ingresos de otro, cuya empresa ha revolucionado la industria y el estilo de vida de millones de personas en el mundo, que se esfuerza por crear un buen ambiente de trabajo y reducir su impacto medioambiental -como es el caso de Google- nos parecen totalmente justificados.

En otras palabras, el concepto de justicia nos dice que el triunfo en sí no es bueno ni malo, todo depende de cómo se obtiene y qué haga yo con él una vez que lo obtengo.

Así, el concepto de justicia da una cota inferior fija, que asegura que todos tengamos oportunidades similares, pero una superior flexible, que no limita el libre emprendimiento y su justa retribución, sino que entrega un parámetro ético respecto al modo en que se obtiene y administra ese éxito. En el fondo nos dice que así como es justo jugar en una cancha pareja, pero también es justo que nuestros esfuerzos se premien, existe además un deber moral de retribuir y contribuir al éxito de toda la sociedad, tanto en el ascenso al éxito, como una vez que se ha triunfado.

Sería de esperar que los candidatos, los políticos, los líderes de opinión y los actores sociales adoptaran esa bandera, que creo que nos une, en lugar de separarnos, para por fin juntos empezar a construir un país, precisamente, más justo.