Son libros que me marcaron durante mi infancia, relatos asombrosos que me cautivaron y despertaron mi actual gusto por la lectura. No son grandes obras de la literatura mundial, al menos no todas, pero tienen el mérito de que –como si se tratara de clásicos imprescindibles-, permanecen aún en mi recuerdo.
La semana pasada, buscando una novela para el verano en una librería de Providencia, me topé con uno de ellos. Fue un momento mágico, como si el libro me hubiese estado buscando, guiñando un ojo desde la vitrina. Lo tomé con cuidado y, ahí mismo, sin pensarlo, comencé a releerlo. Me sorprendió constatar lo breve que era, pues yo tenía en mi memoria un relato mucho más extenso… y las ilustraciones me sacaron una sonrisa. Lo compré y esa noche me lo devoré. Fue como viajar en el tiempo, volver a usar uniforme escolar y verme sentado en mi sala de 5° básico, rindiendo la prueba de Lectura Común con el profesor Amaro Díaz.
Lo más alucinante, en todo caso, es que me pareció que el libro –si bien posee una trama sencilla, fácil de seguir- no tenía nada de infantil en su trasfondo. Leerlo me hizo meditar un buen rato sobre problemas presentes y atreverme a tomar un par de decisiones medianamente relevantes. Si el protagonista de la historia hubiese hecho lo mismo… ¿por qué yo no?
A continuación les dejo un breve listado con cinco libros infantiles que, estoy seguro, significarían un “redescubrir” el amor por la lectura para cualquier adulto. Pedirle prestado un libro a un hijo o sobrino puede convertirse en una nuevo y divertido pasatiempo.
“Érase una vez –para ser más precisos, un martes- un oso que estaba parado en el lindero de un gran bosque mirando hacia el cielo. Allá, muy alto, vio una bandada de gansos salvajes que volaba hacia el sur”. Así comienza este enternecedor cuento que fue ilustrado por su propio autor. En no más de 50 páginas acompañamos al protagonista por una divertida visita a la ciudad, donde nadie le cree que es un oso. Escrito con humor y “chispeza”, este libro es una verdadera joyita para hacernos reflexionar sobre quiénes somos y descubrir nuestra verdadera identidad.
Recuerdo que éste fue el primer libro “gordo” que me leí. Es el diario de vida de Enrique –mucho más entretenido que el de Ana Frank, con todo respeto-, un niño italiano que cuenta sus aventuras escolares y transcribe algunos relatos. Es una obra que busca emocionar… y lo consigue. Las historias hablan de sacrificio, esfuerzo, amistad y unión familiar. Toda una lección adulta, más aún en los tiempos que corren.
Fue éste el primer libro que me hizo reír, junto con los Papelucho. La historia cuenta la aparición, desde las oscuras profundidades de un sótano, del Rey Pepino, un controvertido personaje que –dueño de una personalidad de temer- se atreve a cuestionar la autoridad del padre dentro de la familia. Las reflexiones, por tanto, son poderosas, sobre todo cuando la paz familiar se ve amenazada por un simple pepino. De verdad que se trata de una novelita imperdible.
Este seguro que lo leyeron, es lectura obligada en colegios chilenos, y no sólo porque su autor sea compatriota nuestro, sino porque la historia recoge una de las leyendas más intrigantes del país: la existencia de una ciudad perdida en la Patagonia, al estilo de El Dorado, con riquezas incalculables en oro y plata. Durante el periodo de la Colonia fueron muchas las expediciones que intentaron dar con su ubicación. En el libro de Rojas se narra la experiencia de un grupo de viajeros que encuentra la ciudad (también conocida como Trapalanda) mientras siguen las huellas de un minero desaparecido. En esta versión del mito –hay varias otras-, los descendientes de españoles conviven con patagones… y se encuentran al borde de una sangrienta guerra. Es de esos libros que uno no puede dejar de leer.
Ideal para entender aquel refrán popular que dice “más perdido que el teniente Bello”. Con la pluma precisa y atractiva de un periodista, esta novela está basada en lo sucedido al teniente Alejandro Bello, aviador chileno que se perdió en un ejercicio de práctica.Lo impactante del libro es que en sus primeras páginas –enganchando al lector desde el minuto uno-, se revela que Bello en realidad está vivo, viviendo en Neva York… y es él quien, a modo de bitácora, recuerda las aventuras que debió enfrentar. ¿Por qué se llama Pacha Pulai? Porque es en un pueblo con ese nombre donde Bello despierta tras sufrir el accidente aéreo, un lugar donde todavía viven como en la época de la conquista.