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“Adiós a los horarios, a las reglas y a los gritos”, piensan muchos adultos y jóvenes cuando deciden dejar la casa de sus papás para emprender un nuevo camino: el de la independencia.
La propuesta suena bastante tentadora y, según expertos, conlleva múltiples frutos. Sin embargo, dejar la casa familiar para irse a vivir solo o con amigos(as) no es un reto fácil. Es recomendable seguir ciertos pasos, adoptar determinadas actitudes y estar consciente de sus dificultades y beneficios.
Vivir solo implica, en primer lugar, hacerse cargo de uno mismo más allá de las tareas prácticas. “La vida independiente te moviliza a ser más autónomo en tus decisiones y acciones, ya que no hay nadie controlándote, tú eres tu propio controlador y el que recibe directamente las consecuencias de tus actos”, afirma José Piraino, psicólogo organizacional. En este sentido, es importante tener conciencia de que la vida independiente implica más que pagar cuentas y lavar platos; conlleva deberes y responsabilidades trascendentales, como el hecho de tener que ser una persona capaz de mantenerse y de auto gobernarse.
En este contexto, Vicente García-Huidobro, profesor de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica, afirma que si este cambio es llevado a cabo con responsabilidad también puede afectar positivamente al desarrollo personal: “Esta es una oportunidad para que la persona explore nuevas experiencias y, a partir de esto, tenga una postura más propia frente a la vida, para que así vaya también consolidando su identidad”, explica.
Uno de los ámbitos más afectados es el familiar, ya que se genera otro tipo de vínculo con los padres. Los expertos recomiendan que la decisión de los hijos se transforme en “un paso a nivel familiar”. Es decir, deben tener una previa conversación con sus padres, para así hacerlos parte de su decisión, ya que, de lo contrario, los cambios abruptos pueden dar paso a la generación de conflictos. En esta línea, se le aconseja a los implicados que argumenten bien su decisión y que la comuniquen con madurez para, de esta forma, generar confianza.
Según Piraino, en muchos casos los hijos que dejan la casa mejoran la relación con sus padres, ya que los valoran más y priorizan la calidad por sobre la cantidad de encuentros, llegando así a conversaciones más profundas y a forjar lazos como “hijos adultos”. En este contexto, el psicólogo afirma que los padres que dejan partir a sus hijos van dando pie al establecimiento de un “equilibrio familiar”, ya que se van ajustando a cambios que son naturales.
Aunque cada caso tiene sus propias particularidades y es difícil establecer reglas generales en este ámbito, se recomienda que los hijos no tomen su propio rumbo antes de haber alcanzado la madurez propia de la adultez temprana, es decir, ya cumplidos los 20 años. Durante la etapa previa, en la adolescencia, las personas aún no tienen clara su identidad y, por lo tanto, no son capaces de hacerse cargo de ellos mismo adecuadamente.
“Debes tener la madurez cognitiva y la experiencia necesaria para saber tomar decisiones correctamente. No es recomendable que una persona que aún busca su identidad tome un desafío tan importante como independizarse”, explica Josefina Vial, psicóloga clínica.
Por otra parte, aseguran también que se debe tener la situación económica para poder mantenerse sin patrocinios externos. De lo contrario, el joven o adulto no consigue hacerse responsable de sus gastos e ingresos y, por lo tanto, no se logra una verdadera autonomía.
Dejar el nido no sólo puede representar una ayuda para el desarrollo personal. El tema va aún más allá: “Aprender a vivir con uno mismo podría conllevar a hacer mejores elecciones de pareja; en la medida en que uno se conoce mejor va a tener un proyecto de vida propio más claro”, afirma Eve Marie Apfelbeck, profesora de la Escuela de Psicología de la Universidad Católica.
En esta línea, el hecho de que, a través de un proceso de independencia, la persona fortifique su identidad y descubra cuáles son las metas que quiere en su vida, lo va a llevar, por consecuencia, a tomar también decisiones más consensuadas en el ámbito amoroso. Por lo tanto, su relación de pareja debiese gozar de mayor estabilidad. “La relación amorosa conlleva entrega y responsabilidades y al irte a vivir sólo estás más preparado para esto”, agrega Josefina Vial al respecto.
Actualmente los chilenos se muestran reacios a la independencia. Según cifras del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), a los 29 años el 38% de los jóvenes sigue viviendo con alguno de sus padres y a los 25 la cifra se eleva a un 61%.