Imagen: Ted and Jen/Flickr

Auschwitz puertas adentro: la experiencia de recorrer el Holocausto

Hoy se cumplen 70 años de la liberación de Auschwitz, uno de los campos de concentración que fueron parte de la maquinaria nazi que exterminó a más de 6 millones de personas. Esta es la experiencia en carne propia de visitar uno de los lugares más estremecedores de la historia: un memorial para nunca olvidar lo que pasó durante la Segunda Guerra Mundial.

Por Macarena Fernández | 2015-01-27 | 07:00
Tags | Auschwitz, Holocausto, Segunda Guerra Mundial

Visité Polonia con mi papá el año 2010. Nos hospedamos en Cracovia, una de las ciudades más antiguas e importantes del país, famosa por ser la ciudad natal del Papa Juan Pablo II, por sus peregrinajes, por sus enormes catedrales, por el Castillo de Wawel y su famoso dragón humeante de la entrada. Por su barrio judío Kazimierz, lugar donde Spielberg filmó La lista de Schindler; por su majestuoso río Vístula y sus enormes parques.

Una ciudad imponente, limpia, de mucho verde, donde la tranquilidad es lo que reina. Donde se respira paz y donde cada una de sus construcciones permanecen intactas y en perfectas condiciones. Una ciudad maravillosa, de gente amable y sonriente, por lo que cuesta hacerse la idea de que Cracovia - declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO - durante la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en la capital del Gobierno General de la Alemania nazi, en centro estratégico de la guerra y en la protagonista de innumerables atropellos en contra de los derechos humanos.

Porque estando en Polonia resulta imposible pasar por alto la Segunda Guerra Mundial. Cada calle te la recuerda, cada museo, cada librería, cada cafecito, cada cartel colgado; y en cada esquina te ofrecen realizar el famoso “tour del exterminio”, en el que por pocos zlotys te llevan a visitar Auschwitz y Birkenau, campo de concentración que se encuentra a 60 kms. de Cracovia.

Con mi papá lo evitamos por días. Estábamos envueltos en la contradicción de si ir correspondía a una morbosidad horrorosa, de que era ridículo y vergonzoso “hacer turismo” en un lugar tan cargado y tan siniestro como un campo de concentración. Y por otro lado, convencidos de que Auschwitz más que un museo, es un memorial; y de que pasar de largo sería como vendarnos los ojos e ignorar la memoria de los seis millones de personas que murieron en el Holocausto.

Finalmente decidimos ir. Nos subimos silenciosos al bus. Nos pasaron audífonos y cuando la gente ya estaba totalmente acomodada, encendieron unas pantallas en las que comenzaron a transmitir imágenes de la Segunda Guerra Mundial y de los campos de concentración nazi. Esas imágenes que hemos visto siempre, en los libros de historia, en las películas relacionadas al tema, en los medios, y en todas partes y que resultan imposibles de asimilar para la mente de cualquier persona. Para mí esa vez ver esas imágenes fue diferente, ya que sabía que a pocos minutos, vería parte de eso en vivo y en directo.

Llegamos a Auschwitz y antes de entrar, te separan por grupos. Rápidamente te das cuenta quiénes son los turistas y quiénes vienen con flores, de negro riguroso, a recordar a sus familiares, alejándose de los tours. Y eso desde el primer minuto te pone los pelos de punta y se te hace un nudo en el estómago que te recuerda que estás pisando el mismo lugar donde millones de personas inocentes, ingresaron forzosamente y engañados a "trabajar" para ser liberados. Y una vez que sientes eso, tu rol de turista pasa inmediatamente a un segundo plano, y te envuelve un sentimiento de respeto y sobrecogimiento que no puedes evitar. Te das cuenta que vas a recorrer no un cementerio, tampoco una cárcel; sino el lugar mismo donde millones de personas fueron víctimas del trabajo forzado, personas  torturadas y asesinadas por el simple hecho de ser judíos; y de que vas a recorrer este lugar a la par con personas que quizás lo vivieron en carne propia o por sus familiares.

Nos pasan los audífonos con los que puedes adaptar el idioma, y el guía se presenta. Un joven de unos 30 años que resulta ser familiar directo de una de las víctimas. Porque la mayoría de los guías lo son. Y así nos presentamos frente a la imponente reja con su famoso y cínico letrero “ARBEIT MACHT FREI”, El Trabajo los hará Libres.

Sorprende de inmediato la belleza del lugar, aunque suene absurdo. Las construcciones de ladrillo y los caminitos de piedras hacen parecer que este lugar antes fue cualquier cosa menos un campo de exterminio. Y por la misma razón fue construido así: para que desde afuera, nadie imaginara las atrocidades que ocurrían en su interior.

La experiencia al recorrer cada habitación es indescriptible. Cada rincón está protegido de un silencio inmaculado, que incomoda, y que hace que cada paso que das, se transforme en una experiencia dolorosa, de esas que llenan de impotencia y que dan ganas de salir corriendo. Dan ganas de cerrar los ojos y no querer ver más, porque lo que va relatando el guía, es simplemente increíble. 

Ver en vivo los pijamas a rayas usados por judíos que murieron. Escuchar por parte del guía que además, en invierno los obligaban a andar sin zapatos, cuando había nieve y temperaturas bajo 0°; y que cuando usaban zapatos, los obligaban a llevar dos pares de un mismo pie y en 3 tallas menores a las correctas. Y que cada nuevo prisionero debía escoger su uniforme de uno muerto y desnudarlo.

Pasar por pasillos eternos y sombríos viendo los retratos de los judíos detenidos, con sus cabezas recién rapadas, y ver cómo parte de las personas que recorren el lugar, buscan desesperados a sus parientes y lloran y besan los marcos al encontrarlos.

Poder dimensionar la real envergadura de lo que significa 1 millón y medio de personas muertas en ese mismo lugar; al ver habitaciones de más de 50 mts2 repletas de puros zapatos de tope a tope, otras de puras maletas, de anteojos, de ropa, de artículos de aseo y de los cabellos cortados de mujeres, hombres y niños.

Ver millones y millones de latas vacías y otras a medio usar de Ziklon-B, el gas utilizado para asfixiar a los prisioneros dentro de las cámaras de gas. Ver un ánfora enorme que contiene la ceniza rescatada de las cámaras de gas (las pocas que no fueron destruidas por los alemanes para eliminar todo tipo de rastro de homicidio al finalizar la guerra).

Ver todas las construcciones rodeadas de cercos eléctricos, con carteles que amenazan con que si los tocas, morirás electrocutado y darte cuenta que esos mismos carteles fueron la salida de tantos prisioneros que prefirieron quitarse la vida antes que seguir soportando las torturas inhumanas. Entrar al pabellón médico donde el mismo Josef Mengele, el “ángel de la muerte”, experimentaba científica y genéticamente con los prisioneros con trasplantes de huesos de prisioneros a militares alemanes heridos en guerra; esterilizaciones obligadas; investigación del tifus y la malaria, infectando a propósito a prisioneros sanos, para ver sus reacciones; entre muchas otras torturas médicas.

Ver los catres de una plaza donde dormían de a cuatro personas, contagiándose todo tipo de enfermedades. Bajar las estrechas escaleras que conducían a las cámaras de gas. Ver colgados los pijamas de los últimos prisioneros que fueron ejecutados de esta forma. Y estar presente en las habitaciones en las que pasaban sus últimos minutos, encerrados con portones blindados y sentir una claustrofobia indescriptible, sabiendo además que a ellos los llevaban engañados, diciéndoles que era sólo una ducha para desinfectarlos.

Luego llegar a Birkenau (Auschwitz II), el verdadero campo de exterminio, y darte cuenta que ya no todos bajan del bus. Ver las líneas de tren en las que llegaban los prisioneros enfermos y heridos desde Auschwitz que pasaban directo a las cámaras de gas. Ver exactamente el lugar donde separaban a las mujeres de los hombres y de los niños y que a los enfermos les disparaban a quema ropa en frente de sus familias. Ver las fosas que rodean las construcciones y saber que ahí los nazis se deshacían de muchos cuerpos.

Un recorrido horroroso, que angustia y genera una impotencia descomunal. Un recorrido que por más que te detallen las atrocidades cometidas en su interior; resulta imposible dimensionarlo, porque es tan terrible que nuestros cerebros no logran entenderlo. Un recorrido en el que te topas con el sufrimiento de los familiares cara a cara y en el que te avergüenzas de estar ahí sufriendo, sabiendo que ellos viven con eso todos los días de su vida.

Pero un recorrido que vale la pena. Porque como dice la lápida del memorial ubicado en Birkenau, este museo se mantiene abierto para que "siempre dejen que este lugar sea un grito de desesperación y una advertencia a la humanidad, donde los nazis asesinaron a más de 1 millón y medio de mujeres, hombres y niños, mayormente judíos, de muchos países de Europa”.

Hoy se cumplen 70 años desde que en 1945 llegaron las tropas soviéticas a liberar a los prisioneros de Auschwitz. 70 años desde que se liberaron a siete mil sobrevivientes moribundos, y en el que se encontraron un millar de cadáveres amontonados para ser quemados y unos 600 muertos diseminados, casi todos asesinados a tiros a última hora por los nazis, como también la destrucción de gran parte de las pruebas de sus crímenes antes de retirarse. 70 años desde que Alemania empezaba a sentir la derrota y la Segunda Guerra Mundial llegaba a su punto de término.

Hoy, los principales jefes de Estado de Europa se reúnen en Auschwitz para conmemorar los 70 años de liberación y para que nunca se olvide el atropello a los derechos humanos ocurrido contra el pueblo judío, con el fin de que este hecho jamás se vuelva a repetir en nuestra historia. Hoy es una fecha para celebrar el término de cinco años de infierno consecutivos en el que se experimentó la peor masacre humana de todos los tiempos. Pero también un día para reflexionar, para darnos cuenta de lo débil que puede llegar a ser la mente humana y de lo corrosivo que puede llegar a ser el poder, si no se ejerce con responsabilidad.

Desde diciembre de 2014, el museo Auschwitz incluyó una visita virtual en 360° que permiten una panorámica completa de las construcciones y que incluye fotografías de cada una de las habitaciones, pasadizos, escaleras, paredes de exterminio, rejas eléctricas, crematorio, entre otras.