Consumo excesivo de alcohol y drogas, altos índices de depresión adolescente y trastornos alimenticios, son problemas que suelen mantener cada día a más padres agobiados y sin saber cómo enfrentarlos.
Si bien la causa de éstos puede ser muy diversa, siempre existe un factor común: la falta de seguridad en sí mismos que los jóvenes han desarrollado. Es normal que los adolescentes busquen la aprobación de un grupo, pero cuando no confían en sus propias capacidades y no se aceptan tal cual son, las probabilidades de verse envueltos en una de estas problemáticas es alta.
La solución de estos problemas es muy compleja y requiere de un tratamiento muy profundo que va más allá del alcance de este artículo. Sin embargo, hoy como padres de niños pequeños podemos revisar cómo estamos actuando, para evitar en la medida de lo posible, estas dificultades en la adolescencia. Un niño seguro de sí mismo será un adolescente sano.
La seguridad en sí mismo es la capacidad que tiene una persona para confiar en sus propios recursos y habilidades, reconociendo que éstos le permitirán alcanzar de una manera realista las metas y desafíos que se proponga.
Como padres ayudamos a construir esta seguridad desde diversas aristas, pero en un área en que estamos fallando como sociedad y por ende en nuestro rol educador, es en el exitismo y las expectativas idealizadas que ponemos sobre nuestros hijos.
Todos tenemos una imagen ideal de nosotros mismos que alimentamos y construimos en base a lo que esperamos poder cumplir pero también en base a las expectativas que los demás tienen sobre nosotros. Por otro lado, tenemos una imagen real de nosotros la cual construimos a partir de los logros concretos que constatamos en la vida. En la medida en que estas dos imágenes se acerquen, la persona logra seguridad, confianza y valoración personal. Si la imagen ideal está muy lejos de la que uno percibe como real, la persona desarrolla la sensación de frustración y de no estar a la altura.
Hoy vivimos en una sociedad exitista y queremos que nuestro hijo sea el mejor alumno, el con más amigos, el más bonito, el que mejor se viste, el mejor compañero, el más deportista, el más artista… en resumidas cuentas, el mejor en todo. Y no nos detenemos a pensar en sus reales capacidades, en su individualidad.
La presión que les hacemos sentir y las expectativas tan idealizadas y fuera de la realidad del niño, “inflan” la imagen ideal de sí mismo provocando un abismo entre éste y su yo real. Así, el menor nunca llega a sentir que cumple con los que se espera de él. La parte más triste es que empieza a sentir que su valor depende de lo que es capaz de lograr y no de lo que él es. Se siente querido por lo que hace y no por ser quien es. Esto le impide construir su propia seguridad.
No se trata de no esperar nada del niño y ser mediocre, ni que no sepamos conducirlo mostrándole objetivos en la vida, eso es parte fundamental de nuestro rol de padres. La clave está en conocerlo bien para saber cuánto y en qué áreas exigirle, sin caer en ninguno de los dos extremos, en las expectativas idealizadas ni en la falta de ellas.
En resumen, como padres debemos tener altas expectativas respecto a lo que pueden lograr nuestros hijos para que ellos se sientan estimulados a dar lo mejor de sí mismos, pero éstas deben ir de acuerdo a la realidad de sus capacidades y talentos y no a lo que nosotros queremos que ellos sean. No hacerles sentir la presión de que deben ser los mejores sino mostrarles que deben dar su máximo esfuerzo, valorando el proceso, no solo el resultado, y lo más importante, hacerlos sentir queridos por quienes son y no por lo que logran. De esta manera los ayudaremos a ser seguros de sí mismos, lo que será siempre una herramienta fundamental para todos los desafíos que enfrenten en la vida.