Ya en los años setenta y ochenta aparecen los primeros casos de series que tratan problemas de cierta intensidad, con hilos argumentales entrelazados, grandes interpretaciones y tramas trepidantes. No sin razón los episodios finales de series como M*A*S*H o Roots batieron en audiencia al Super Bowl en su año de emisión. Pero esto solo era el caldo de cultivo perfecto para que unas cuantas reacciones auto-catalíticas produjeran la que probablemente es la mayor y más importante revolución del medio audiovisual desde que el cine sonoro se asentó a principios de la edad dorada de Hollywood.
Es la pregunta que nos hemos hecho muchos, y aquí intentaremos una respuesta. Como ya hemos comentado, el caldo de cultivo existía desde una época bastante anterior a la de finales de los años noventa. La realidad obedece a una serie de factores diversos. Uno de ellos fue la regulación. En 1961, un recién nombrado presidente de la Comsión Federal de Comunicaciones cuyo nombre era Newton Minow dio un apabullante discurso en el que criticaba abiertamente los programas que no se ajustaban a su visión de "buena televisión" a los que tachaba de violentos, profanos y populistas.
Minow lejos de quedarse ahí y conformarse con la crítica, advirtió seriamente sobre que, aunque hasta ese momento se había asumido que se renovarían las licencias televisivas para guardar las formas de cara a la galería, en el futuro no habría nada permanente o sagrado sobre esas licencias. Minow justificó esta afirmación advirtiendo que, ya que el espacio donde circulaban las ondas era público, las compañías deberían pagar su deuda con la sociedad otorgando un buen servicio.
A partir de este momento las cadenas de televisión tuvieron sumo cuidado en revisar el contenido de sus series y programas para no causar convulsiones en las sensibilidades provenientes de Washington. Lo que nadie, ni los dueños de las cadenas ni los reguladores pronosticaron en los años '60, es que gracias a la televisión por cable estos problemas se resolverían. El usuario pagaba por una suscripción que no se emitía en abierto y, por lo tanto, era su responsabilidad y de la compañía proveedora lo que en ese intercambio aconteciera, bien podía ser dura crítica social, alta carga emocional o representaciones de violencia televisiva.
Este cambio nos ayuda a explicar otro factor determinante de la edad de oro de la ficción televisiva, y es el cambio en la forma de obtener ingresos. Todo comenzó cuando los directivos de marketing de las grandes cadenas se dan cuenta de que están vendiendo el público "al peso" a las agencias de publicidad, lo que era un absurdo rotundo teniendo en cuenta que era un mercado amplísimo que creció muchísimo a partir de los '60 y proporcionaba excelentes oportunidades de segmentación.
Así, el primer paso que dieron fue dirigir ciertos programas de más calidad, con menos clichés y menos estereotipados a un público de trabajadores cualificados que compartían tanto la capacidad para degustar ese plato, debido a su mayor nivel cultural, como el poder adquisitivo que las agencias publicitarias necesitaban para vender sus productos. Gracias a esto, se empieza a percibir un género que se escinde del resto de series debido a su calidad y público objetivo.
En el momento en el que los dos sucesos anteriormente mencionados se funden, se puede decir que se crea la base de la gran transformación que ha vivido la televisión. El público segmentado anteriormente por las cadenas que transmiten en abierto, pasa a la televisión por cable (la cual puede pagar debido a su mayor poder adquisitivo) en busca de programas de calidad (los cuales busca debido a su mayor nivel de educación).
¿Cómo rentabilizan esto las nuevas cadenas? Muy sencillo, en lugar de conseguir fondos mediante la publicidad, se consiguen mediante suscripciones, pero la segmentación del público se mantiene idéntica.
Así se preparó todo lo necesario para la llegada de Oz a HBO, a la cual le siguieron las series que componen la famosa tríada de esta cadena (Los Sopranos, The Wire y Deadwood). Al día de hoy, una infinidad de series claramente influídas por esta primera ola de series de calidad (y algunos prototipos como Twin Peaks) entran y salen de nuestras pantallas, por mencionar algunos podríamos citar Mad Men, Juego de Tronos o Breaking Bad. Y como guinda del pastel, grandes actores y directores de Hollywood deciden participar en diferentes proyectos del sector, no por haber caído en desgracia y verse relegados a este medio, sino para experimentar con las posibilidades que ofrece y así consagrarse una vez más en el medio audiovisual.
Este marco histórico combinado con un aumento bestial del tráfico de datos en internet ha proporcionado una base de legiones de fans que retroalimentan la demanda de estos productos culturales y que en muchos casos ya no quieren ver las series como las veían sus padres, sino de una manera totalmente diferente, mucho más directa y personalizada. Así, servicios como Netflix alcanzan durante hora punta un 18% del tráfico de datos en Reino Unido y un 34% en Estados Unidos.
En resumidas cuentas, bienvenidos a la edad de oro de las series de televisión, una época que cambiará para siempre las condiciones de este medio audiovisual.