Hace pocas semanas se publicó la noticia del nacimiento de 30 niños resultantes del experimento del doctor Jacques Cohen, dos de los cuales poseen material genético de tres padres. Estos nacimientos no son recientes, sino que se dieron entre 2001 y 2010, al alero del Institute for Reproductive Medicine and Science of St. Barnabas en New Jersey, Estados Unidos, donde trabaja Cohen.
El experimento consistía en traspasar material de óvulos fértiles a los óvulos de mujeres infértiles para que ellas pudieran ser madres genéticas de sus hijos y las parejas no tuvieran que resignarse a usar sólo óvulos ajenos. Ese óvulo modificado –o esa fusión de dos óvulos– se fecunda in vitro con un espermio del hombre en cuestión. Según Cohen, el proceso no implicaría de por sí el traspaso de genes de los óvulos donados a los óvulos protagonistas, por llamarlos de alguna manera, pues lo que se transfiere no es el núcleo del óvulo. Sin embargo, en dos de los casos –o en dos de los niños– sí sucedió. Al ser acorralado e interrogado por otros científicos, Cohen contestó, con toda tranquilidad, que se trata de bebés completamente sanos y que eso es lo importante, ya que el experimento pretende ser una alternativa más de tratamiento de fertilidad.
Esta técnica tiene reparos éticos importantes. Como toda fecundación in vitro, implica una selección de los “mejores” embriones y, por lo tanto, un descarte de los de menor calidad. Para muchos, se trata de una eugenesia hecha y derecha, pues mata a los seres humanos que no cumplen con cierto estándar. Por otro lado, dado que en esta técnica se agregan genes de una segunda mujer, se prestaría para el diseño de niños al más puro estilo de la película Gattaca, filmada en 1997 como ciencia ficción. Se supone que no es lo que pasó en los niños formados por Cohen, donde el foco era hacer padres a una pareja donde ella era infértil. Pero bien podría suceder que, ya que habrá genes de una segunda mujer, esta donante o vendedora de óvulos sea escogida cuidadosamente para incorporarle al niño rasgos deseables.
Muchos científicos acogen estos reparos. Aunque no es necesario considerar estos argumentos para estar en contra de la técnica que produce bebés genéticamente modificados o transgénicos. La comunidad científica se ha declarado contraria aludiendo a razones que pertenecen netamente a su área (lo que no quita que haya ética científica de por medio). En primer lugar, se postula que el hecho de que tengan material genético extra es un riesgo, pues estos genes van a ser heredados a su descendencia, alterando la línea germinal humana que lleva siglos evolucionando y haciendo selección natural. En segundo lugar, no se puede tomar por verdadero el argumento de Cohen de que se trata de niños completamente sanos. Para poder saber eso, hay que esperar a que los niños crezcan. Por último, la técnica implica un nivel de manipulación de la vida humana que no parece aceptable, ni siquiera en pos de algo tan loable como el deseo de tener un hijo biológico.
Lo de los niños transgénicos, como muchos otros temas del área científica, parece tan complicado que se nos hace ajeno. Sin embargo, lo que está ocurriendo en cuanto a las técnicas para hacer nacer niños es algo que debiera incumbirnos a todos. La periodista estadounidense Shannon Brownlee, investigadora en temas de bioética y directora del Health Policy Program de la New America Foundation de Estados Unidos, abre los ojos a la necesidad de informarnos y de ser más críticos. “En nuestra nación se están llevando a cabo experimentos de bioingeniería en humanos sin ningún control en clínicas de fertilidad, como Cohen y sus colegas han demostrado. Pero el debate y la búsqueda de información están mucho más centrados en las implicancias del maíz genéticamente modificado que en los humanos genéticamente modificados”, escribe en su texto “Designer babies”.
En su opinión, esto tiene relación con que el hecho de que una pareja pueda lograr tener un hijo es un tema sensible y nos quedamos ahí, en la sin lugar a dudas buena noticia. Observa que ante cada nueva técnica de reproducción los medios titulan “Nuevo milagro para parejas infértiles” y cosas del estilo, sin indagar en las implicancias del método. Tampoco parecen reparar –dice Brownlee- en los millones de dólares que mueven las clínicas de fertilidad en el mundo entero, que hacen sospechar que se trate de un sector que no busque nada más que el bien de las personas que no han podido tener hijos.
Quienes realizan estos experimentos dicen que hay que diferenciar entre los fines terapéuticos y los reproductivos, pues las implicancias de uno y otro fin serían distintas. Sin embargo, hay bastante acuerdo en que la clonación humana es un área oscura de experimentación que puede ser un paso hacia atrás para la humanidad.
Chile y la mayoría de los países tienen leyes que la prohíben explícitamente (Ley 20.120). Otros tipos de experimentaciones y técnicas como la fecundación in vitro no están regulados en Chile y tampoco se sabe bien con qué protocolos opera cada laboratorio o clínica.