Estando en el supermercado me topé tres veces con la misma señora, quien llevaba en su carro a su hija de 2 años. En la primera oportunidad le decía “si te vas sentada arriba del carro y no te bajas te compraré el chocolate”. En el siguiente pasillo la niñita iba llorando y gritando porque quería una muñeca que había visto y la mamá le decía que si se portaba bien hasta que se fueran del supermercado, se la compraría. Y en la caja la niña figuraba con chocolate y muñeca en mano y la mamá le estaba diciendo que si no se comía la comida le quitaría el premio.
Esto me llevó a pensar que muchas veces nosotros como padres abusamos y mal usamos de un recurso educativo muy importante, como lo son los premios. En vez de educar a nuestros hijos, a veces caemos en condicionarlos o amaestrarlos. Usamos el premio como mecanismo para obtener resultados inmediatos a través de un soborno: “te doy esto para que tu hagas esto otro”, en vez de ponerlo al servicio del aprendizaje de dicha conducta en el largo plazo, “porque hiciste esto, te doy el premio”.
En el caso de la mamá del supermercado, ella usaba el premio como soborno: “Si te vas sentada te doy un chocolate”. Usarlo como refuerzo supondría haberle regalado el premio después de las compras, por no haberse bajado del carro ni hacer pataleta, pero sin haber estado ofreciéndolo permanentemente como una forma de manipular su conducta.
Vivimos en una sociedad marcada por una lógica mercantilista, basada en el intercambio, lo que se ha traspasado a la educación de nuestros hijos, donde intercambiamos conductas por bienes.
No quiere decir que los premios sean en sí algo malo, por el contrario, son una herramienta educativa fundamental para potenciar las conductas positivas de los niños. Sin embargo, si los usamos en forma inadecuada o indiscriminada, lo que estamos haciendo es, por una parte, mostrarles que las cosas se hacen para obtener una ganancia y no por el hecho de que sean buenas en sí mismas, aniquilando su motivación intrínseca. Por otro lado, estaremos fomentando que tengan una conducta reactiva, siendo incapaces de reflexionar, comprender y decidir.
El premio no debe ser usado para forzar una conducta en el menor: dárselo para que se coma la comida, para que se bañe, para que se porte bien. Debe usarse como refuerzo: cuando se comió la comida, cuando se bañó, cuando se portó bien. De esa manera, él siente la motivación para volver a repetirla.
Un buen uso de los premio supone, en primer lugar, diferenciar correctamente los refuerzos concretos de los sociales. Es muy distinto decirle al niño “te felicito”, “estoy orgulloso de ti” o explicitar alguna de sus características positivas “eres muy cooperador”, que ofrecerle una galleta, un dulce o un juguete. En relación a los refuerzos sociales, podemos usarlos con mucho mayor frecuencia, ya que éstos, si son sinceros y vienen de una persona cercana y querida, tienen un impacto muy positivo tanto en el fortalecimiento de la autoestima, como en la consolidación de una conducta deseable. Mientras que los refuerzos materiales o concretos deben ser más restringidos, para que la relación no se transforme en un mero intercambio y el actuar de los hijos esté condicionado al premio.
- Se recomienda no dar dulces ni golosinas, ya que éstas afectan negativamente en los hábitos alimenticios. Es mejor usar calcamonías, estrellitas, caras felices, láminas o algún pequeño juguete. Otra muy buena herramienta puede ser un panorama como ir al parque, andar en bicicleta, ir al zoológico, etc.
- El premio debe darse una vez que el niño ya ha realizado la conducta esperada. No debe ofrecerse como soborno.
- Usarlo dentro de un sistema de calendario, donde el cumplimiento de la conducta lleva a ganar una estrellita diaria, lo que reiterado en el tiempo, se traducirá en un premio mayor.
- No improvisar, sino que tener previamente definido qué conductas se reforzarán y con qué premios.
- Tener presente que no todo debe estar mediado por un premio, sino que usarlo en su justa medida para situaciones que lo ameriten.
- Que no se convierta en un mecanismo para salir del paso, es decir, dar el premio para tranquilizar o callar al niño en un momento complicado. Aunque éste se presente como una buena y tentadora alternativa, será útil en el corto plazo pero con consecuencias negativas en el largo.
- Se puede empezar reforzando una conducta que el niño está comenzado a realizar a través de un premio concreto, pero el objetivo es que poco a poco se pase al social.
- El premio debe entregarse o anunciarse, en el caso de un panorama, inmediatamente después de la conducta lograda para que el niño lo asocie.
- El adulto debe ser quien decide y administra los premios y no el niño.
En conclusión, el premio debe ser usado como medio para que el niño logre una conducta positiva que lo ayudará a desenvolverse en su entrono. Debemos procurar que él no se quede con el premio como un fin en sí mismo, sino que logre entender el valor de la conducta aprendida.