Imagen: Eye of Providence / Tumblr

La tele me hizo bien

Pélenla todo lo que quieran, pero somos muchos quienes sentimos que debemos buena parte de quienes somos y lo que sabemos, a la famosa "caja idiota".

Por Magdalena Cárcamo @manecarcamo | 2015-05-11 | 19:55
Tags | televisión, entretenimiento, TV, medios, infancia, prejuicios
"Y sobre todo gracias, querida TV, por enseñarme que a las mujeres no nos hacen felices los pasteles"

Satanizar la tele es un gran deporte nacional. La mayoría de los padres que conozco predican el mandamiento “Dirás que la TV es lo más terrible que le puede suceder a un hijo”. Se escriben cartas en los diarios, se abren debates entre los especialistas y hasta inventaron hashtags para que los niños no se sienten frente a la famosa caja. A esa misma caja a la que le debo tanto.

Probablemente con lo que diga acá moriré a trolleos. Pero amo la TV y no me preocupa que mis niños la consuman. De hecho, muchas de las personas más creativas que conozco, pasaron gran parte de su infancia dando vuelta la perilla.

No se pongan talibanes tampoco. Con esto no quiero que se imaginen que promuevo una niñez sedentaria, con papas fritas bañadas en kétchup, sin conocer una bicicleta ni una obra de teatro. Sólo quiero defender a mí adorada tele que tantas cosas me enseñó.

Me enseñó a hablar como venezolana después de seguir con fidelidad absoluta el melodrama Abigail. ¿Para qué sirve hablar como venezolana? se preguntarán ustedes. “Para mucho” respondo yo. Se pueden producir teleseries familiares, hacer reír a las amigas y usar el acento en un viaje al extranjero en el que a uno le da lata que otro chileno te meta conversa.

También con mi queridísima TV aprendí que ser nerd no era tan terrible. Si bien Screech de Salvado por la Campana no gozaba de la popularidad del mariscal de campo, Sandy de Grease tuvo que sufrir para alcanzar el amor y Paul de Los años maravillosos fue confundido por muchos años con Marilyn Manson, todos ellos eran queridos, tenían buenos amigos y siempre alcanzaban un final feliz. Screech ganó el premio al mejor alumno de la clase, Sandy terminó a los besos con Dany y Paul se fue Harvard. Mish.

“Quieres la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vas a empezar a pagarla…con sudor”. Si Luli, Arenito y Nelson Mauri se hubiesen criado viendo la serieFama y escuchado TODOS los días esta famosa frase de la profesora de baile, capaz que hoy estarían animado el Festival de Viña. Los que fuimos fans de Fama gozábamos con esas coreografías en el casino de la escuela que, además de salir perfectas pese a su supuesta improvisación, nos enseñaron que el puro talento no basta. Esa cursilería de que “hay que trabajar duro para alcanzar los sueños” resultó ser verdad. ¿No vieron Fama? Don´t worry: busquen Glee en Netflix. Es la misma cosa, y mejor editada.

Mi profundo respeto a las guaguas se lo debo a la tele. Sí… la TV me enseñó a desarrollar una virtud tan escasa en estos días: la empatía. ¿Qué tipo de madre podía someter a esa tortura de La carrera de las guaguas a sus pobres hijos de meses? Por 25 lucas los llevaban al programaÉxito y eran capaces de transformarse en un cascabel humano con tal de presionar a la pobre criatura a gatear lo más rápido posible. Ahí me prometí a mí misma que si algún día llegaba a hacer eso con uno de mis hijos, iba a ser por un mínimo de 5 palos.

La literatura tampoco quedó fuera. Si había algo que nos fascinaba hacer en familia era ver ¿Cuánto vale el Show? (pero, obvio, en su versión nocturna). Gozábamos con los saltos de Alejandro Chávez y nos asustaba la dureza de Yolanda Montesinos. También me hacía feliz la gran cantidad de gente talentosa y anónima que daba vueltas por las calles y ser testigo de la enorme autoestima de miles de freaks que se creían merecedores de merendinas. Además descubrí a un escritor que tal vez hubiese conocido mucho más tarde de lo que lo hice. Era insoportable, mayor, pero el show no era lo mismo sin él y sus palomitas blancas. Gracias telecita por presentarme a Enrique Lafourcade, que a pesar de ser más pesado que vaca enyesada, algo tenía que despertaba ternura.

Y sobre todo gracias, querida TV, por enseñarme que a las mujeres no nos hacen felices los pasteles. Candy fue mucho más visionaria y moderna para sus tiempos que Soltera otra vez. En la teleserie del 13 se sigue alimentando el mito de que con amor se puede cambiar a un pastelazo de marca mayor. NO SEÑORES. Candy se enamoró de un verdadero cacho para la época. Terry era pachotero, bueno para los combos, caído al litro y además un imán de pololas locas obsesivas. Candy pololeó harto, pero por engancharse con Terry y ser buena persona al final se quedó sola sufriendo por las calles. Lección aprendida: HUYE DEL PASTEL.

Esta es mi humilde defensa de una de mis grandes compañeras de la niñez. La que tiene peor fama que Amy Winehouse y Maradona juntos. A esa a la que nadie quiere reconocer. Yo tele lo digo aquí y sin vergüenza… te banco a morir.