El apego: Reconciliarse con el pasado es lo mejor para cultivar relaciones sanas

Aunque se asocia normalmente a la primera infancia, el apego es una tendencia humana a buscar protección en los otros, que dura toda la vida y que se ve fuertemente influida por nuestra infancia.

Por Luz Edwards @luzedwardss | 2013-06-12 | 08:37
Tags | familia, padres, hijos, parejas, relaciones, amor, apego
"Quienes logran corregir su estrategia de apego, en general son personas que se han reconciliado con su pasado"

El concepto de “apego” es una de esas palabras que se ponen de moda y que pasan a ser parte de nuestro vocabulario, aún cuando no sabemos bien a lo que se refieren. Tampoco tenemos certeza de que la persona con que conversamos entienda por esa palabra lo mismo que nosotros.

Alguien que ha desarrollado el concepto de manera clara y con ejemplos concretos para las personas que no son del área psicológica, es la estadounidense Patricia Crittenden. Por eso mismo, ha sido invitada varias veces a Chile para dar seminarios y entrevistas.

Una de las cosas que han hecho tan conocida a Crittenden, es que ella tiene una visión amplia del apego. No lo restringe a la relación del recién nacido con su madre, sino que plantea que toda persona, a toda edad y a lo largo de toda su vida, vive en función del apego, que es la tendencia del ser humano a buscar personas que lo protejan. Según ella, lo que cambia es la manera en que nos relacionamos con nuestros seres queridos a medida que vamos creciendo. 

Durante la infancia, el apego con los papás es unidireccional, es decir, los padres consuelan y protegen y el niño tiene un rol pasivo. En la edad escolar, le piden menos a los papás porque de algunas cosas ya pueden protegerse solos. 

Luego de la pubertad, el apego comienza a dirigirse a los pares y al objetivo protector de las figuras de apego se suma el reproductivo. Comienza así la búsqueda de una persona que cumpla ambas funciones. Estas, en realidad, están entrelazadas: por algo las muestras de cariño de la función sexual como las caricias, besos y abrazos, son los mismos gestos esenciales para mantener el apego protector. 

Otra diferencia es que con el compañero de vida el apego es simétrico y recíproco; cada uno es al mismo tiempo el protegido y el protector. Eso en la teoría, porque cómo sea la pareja en la práctica dependerá de la estrategia adaptativa que use cada uno de ellos. Y ésta, para bien o para mal, tiene mucho que ver con la usada en etapas anteriores del desarrollo. 

Cómo marca la infancia 

Está demostrado que quienes tuvieron una infancia protegida y desarrollaron, por lo tanto, una estrategia adecuada, escogen parejas que les permiten seguir con esa mirada de las cosas: confían lo justo, arriesgan lo justo, quieren estar bien ellos y cuidan a los demás. Por eso mismo, la mayoría de las veces estas personas eligen como compañero de vida a alguien que viene de una situación similar.

Quienes forjaron tipos de apego inseguros, debido a una infancia vulnerable, actúan de igual manera. Ellos, para protegerse del medio, se acostumbraron a inhibir respuestas, a no considerar ciertos datos y a dar importancia excesiva a otros. Aprendieron a vivir así y por eso tienden también a perpetuarlo. Según Patricia Crittenden, es el caso de las mujeres que sufrieron abusos cuando pequeñas, quienes muchas veces se casan con un hombre que les pega. También sucede con las separaciones matrimoniales, que son más frecuentes entre hijos de padres separados. 

Siempre se puede cambiar

Sin embargo, Crittenden observa que, en la realidad, esto de repetir patrones no tiene por qué ocurrir. Cada etapa del desarrollo ofrece alternativas: por un lado, la oportunidad de corregir errores pasados y generar comportamientos más adaptativos y, por otro, el riesgo de que los nuevos desafíos se conviertan en problemas insuperables.

Quienes logran corregir su estrategia, en general son personas que se han reconciliado con su pasado. Han logrado dejar de sentir rabia por sus padres y consiguen relacionarse con ellos de una manera distinta, que no niega lo que pasó y que, a la vez, permite que no siga haciendo daño. Como es difícil, cuando ocurre generalmente es luego de algún evento vital como un accidente o muerte, de una psicoterapia o debido al encuentro de una persona que tendrá un rol preponderante en la reparación. Las personas reflexivas y que trabajan valientemente para tomar las riendas de sus vidas, también pueden tener éxito en esta tarea.

EL MODELO DE CRITTENDEN

Todas las personas buscan la mejor manera de relacionarse con el contexto en que viven. Por ejemplo, tratan de sufrir menos, de sentirse queridos por las personas que consideran importantes y evitar sentirse inseguros. El modelo de Patricia Crittenden entiende estos estilos de comportamiento como estrategias de sobrevivencia y las agrupa en tres tipos: A, B y C. 

La diferencia entre ellos radica en la manera que la persona interpreta o da significado a los datos de la realidad y a sus propios sentimientos. La estrategia B es la que dimensiona de manera equilibrada ambas variables. Los tipos A y C, en cambio, son maneras distorsionadas de ver la realidad, y entre ellas son estrategias opuestas: mientras la A se basa en la información cognitiva y niega los propios sentimientos, la C considera sólo las demandas afectivas propias.

Todo comienza en el nacimiento: Desde ese momento la guagua capta que para sobrevivir necesita de la protección de sus padres y así comienza la búsqueda de su estrategia personal para conseguirlo. Sin tener conciencia ni voluntad de ello, va probando distintos comportamientos con miras a un único objetivo: lograr mantener a sus padres cerca de él. Entonces, según cómo ellos reaccionen, el niño va modelando su actuar.