Imagen: Gojko Franulic

Derecho a réplica: Sin miedo a las armas

Ante la columna de nuestro editor, Marco Canepa, invitando a prohibir las armas de fuego a nivel continental, el lector Federico García hace una sólida defensa del derecho a tenerlas. Lea, medite y debata.

Por Federico García | 2015-06-04 | 20:00
Tags | armas, pistolas, violencia, delincuencia, América
"Si se acepta que la población de un país es demasiado inmadura como para permitírsele tener armas de fuego, una actitud coherente exige que se la considere inmadura también para otros asuntos de importancia"

Noticias recientes, nacionales e internacionales, han revivido los clamores para un control aún más estricto sobre los civiles que tienen armas. Se entiende, pero las leyes hay que hacerlas con la cabeza fría para no caer en desproporciones. Es comprensible que las armas pongan nerviosas a algunas personas, su poder destructivo es evidente y no tienen otro propósito, sin embargo, es necesario poner esto en perspectiva, así se pasa de una reacción visceral a un juicio más razonado. 

Escribo esto como respuesta a la columna ¡Paremos la matanza! Expulsemos las armas de América de Marco Canepa, publicada en este medio. Entiendo el punto de vista del autor –y durante algún tiempo ese punto de vista fue el mío– pero creo que algunas distinciones y aclaraciones están en orden para un debate más productivo.

Comencemos con una objeción: un arma no es, como suelen decir los defensores del derecho a tener armas, aludiendo a Shane, una herramienta como cualquier otra. Un arma es una herramienta destructiva, sí, pero eso no la hace mala. Un hacha o un combo son también herramientas destructivas. Lo que hace especialmente destructiva a un arma de fuego es que su poder no depende de la fuerza del que la usa y además opera a distancia. Al funcionar en base a la energía almacenada en un producto químico, cualquiera puede aplicar enorme poder sin importar su edad o tamaño. Esto es de especial importancia en un mundo en el que los más grandes y fuertes abusan de los más pequeños y débiles (por eso dijo Samuel Colt que él fue quien había igualado a los hombres.) Un arma se parece no tanto a un hacha, sino a una motosierra (una herramienta que impone respeto, exige un uso cuidadoso y también despierta temor en algunos). Si le agregamos que es de fácil manejo y pequeño tamaño, tenemos un artefacto destructivo único. Por lo mismo parece sensato regular el uso de armas de fuego, como se regulan otros artefactos que funcionan en base a energía almacenada en un producto químico, como los automóviles. ¿Pero eliminarlas completamente? Es aquí donde hay que enfriar la cabeza y hacer distinciones.

Lo primero es distinguir la propaganda de los argumentos. Me refiero a otro artículo publicado en El Definido, citado por Canepa en el suyo, que muestra una “tienda de armas” que sólo “vende” armas que han estado involucradas en accidentes o asesinatos. Vale. Eso le quita a cualquiera las ganas de comprar una, pero es sólo la mitad de la historia. Una actitud honesta hubiera exigido tener también en exhibición armas usadas exitosamente en la defensa de la persona o de la familia, armas de caza con las que campesinos hayan podido controlar plagas y llevar carne a la mesa de su hogar, armas deportivas con las que se hayan ganado campeonatos mundiales y medallas olímpicas. Pero la actitud propagandística sólo considera un lado de cada cuestión.

Lo segundo es aclarar que los llamados a prohibir la tenencia de armas se dirigen no tanto a la conducta sino al instrumento. En su artículo, el autor reconoce que esto es una solución parche, pero es sorprendente la fe en el parche. Es verdad que la restricción en el instrumento disminuye la capacidad del malhechor, pero las prohibiciones suelen ser acatadas por los ciudadanos honestos y no por los criminales. Se menciona que los delincuentes obtienen sus armas de los mismos ciudadanos honestos, pero lamentablemente ellos no son su única fuente y la tecnología actual permite fabricar armas caseras con relativa facilidad. Frente al problema de las armas de fuego como instrumento del crimen una solución más razonable parece ser combatir directamente al delincuente mediante la aplicación de las leyes ya existentes, porque el problema es el crimen, no las armas.

El Estado moderno reclama para sí el monopolio de la fuerza, pero éste no es completo. Los criminales también ejercen la fuerza y los funcionarios del Estado sólo llegan a tiempo para constatar el daño. El hecho es que frente a un criminal decidido el ciudadano inocente no puede contar con la defensa de la policía, que demorará en acudir a su llamado. Los derechos a la vida y a la integridad física son vacíos si es que hay una prohibición de poner los medios para defenderlos. Con una prohibición total para la tenencia de armas por parte de particulares, el ciudadano de a pie queda indefenso, dependiente de lo que el Estado pueda, o quiera, hacer por él en una emergencia.

Lo anterior nos lleva a un punto más delicado. No todos los países tienen una misma cultura de armas, reconoce el autor, pero por lo mismo, se trata de una cuestión que admite matices, y una cuestión prudencial no se ve bien servida por soluciones radicales. Aunque América sea el continente más violento, no parece prudente aplicar en Chile una medida provocada por la situación de Honduras, El Salvador o México (que, por lo demás, tiene una legislación sobre armas extremadamente restrictiva). De nuevo, el problema no parece estar tanto en el instrumento sino en la conducta. En Suiza, por ejemplo, la tenencia de armas es común y los suizos hace unos años rechazaron restricciones a la tenencia de armas, pero ahí no parece haber problemas de violencia. Se dice que países como el nuestro, en cambio, son inmaduros, por lo que correspondería una total restricción. De acuerdo. Pero si se acepta que la población de un país es demasiado inmadura como para permitírsele tener armas de fuego, una actitud coherente exige que se la considere inmadura también para otros asuntos de importancia, como pedir créditos, elegir a sus gobernantes, convocar manifestaciones (que suelen terminar con daños a la propiedad pública y privada), etc. A un pueblo inmaduro no se le pueden dar muchas libertades.

Con esto llegamos a la consideración penúltima: es una consideración teórica, pero que alguna vez ha visto su aplicación real. Un ciudadano armado, un pueblo armado, es capaz de defender su libertad frente a un Estado que podría verse tentado a usar el monopolio de la fuerza contra el mismo pueblo. No en vano recuerdan los defensores del derecho a tener armas que el primer registro completo de armas en manos de civiles fue realizado, sí, por la Alemania nacional socialista. Otros regímenes totalitarios luego hicieron lo mismo. Un arma de fuego, precisamente por las características que la hacen de temer, es la última línea de defensa del ciudadano honesto ante el más fuerte, sea quien sea. Eso lo aplicaron heroicamente los armenios defensores del Musa Dagh, cuya epopeya –relatada por Franz Werfel– ahora cumple cien años, por citar sólo un ejemplo.

Por último, no se puede dejar de reconocer que la posesión de un arma de fuego implica riesgos para quien la tenga: si no la sabe usar o no está decido a hacerlo, un delincuente podría quitársela y usarla en su contra. Podría ser encontrada por un niño y causar un accidente (como autos y piscinas son constantemente causa de accidentes). Aumenta el riesgo de que se concrete un intento de suicidio. Implica riesgos, sí, como permitir una marcha implica el riesgo de locales saqueados, como el voto universal implica el riesgo del populismo. A una persona inmadura, a un pueblo inmaduro, se le puede indicar qué riesgos tomar y cuáles no, y es siempre tentador declarar inmaduros a los demás. Por mi parte, asumo: prefiero tener un arma en casa mil veces y no necesitarla nunca, con todo lo que ello implica, a necesitarla una sola vez y no tenerla. La eliminación completa de las armas es una bella aspiración, pero no reconoce la condición de nuestro mundo caído.

RESPUESTA DE MARCO CANEPA

Gracias Federico, quiero felicitar tu respuesta por el tono respetuoso y los buenos argumentos. Si como nación tuviésemos este nivel de discusiones en todo ámbito, ya seríamos un país desarrollado. Eso sí, en cuanto a los argumentos mismos, voy a tener que rebatir varios que en principio suenan muy razonables, pero con un análisis más cuidadoso, no lo son tanto. 

Pero primero, dos aclaraciones:

- Sé que la medida que propongo es drástica y, podría pensarse, autoritaria. Yo lo que planteo es un sueño (un continente sin armas de fuego) e invito a la ciudadanía a clamar por él. No se trataría de hacerlo en contra de la voluntad popular, sino más bien, que sea la misma población la que lo pida. Es campaña, no lobby.

- Tengo claro que eliminar las armas no elimina la violencia, como tampoco lo hacen la cárcel o más policías en las calles, pero nadie osaría decir que estos últimos no son necesarios. No es que tenga fe infinita en el "parche", sino que veo que es una alternativa que no se ha utilizado, mientras el resto de las estrategias han demostrado ser claramente insuficientes y la armas circulan sin control por el mundo criminal. Sólo "limitar" el acceso a aras evidentemente es una medida demasiado fácil de burlar, mientras que medidas tipo "tolerancia 0" suelen resultar mucho mejor, porque no dan pie a ambigüedades ni puntos ciegos.

Ahora, entrando a los argumentos planteados en la carta:

1) Parto por cuestionar la idea de que un arma "iguala a los hombres". Semejante cosa solo podría decirse de dos personas armadas con el mismo tipo de armamento, misma habilidad en su manejo y misma oportunidad de usarlas (es decir, un duelo). La realidad, en cambio, es que en una sociedad armada, solo algunos cuentan con armas, y lo hacen no para igualarse, sino justamente para ser "inhumanamente" más poderosos que aquellos no armados, eliminando toda posibilidad de defensa. Mientas las diferencias naturales de fuerza son relativamente acotadas y pueden compensarse, por ejemplo, con entrenamiento en combate, la ventaja que otorga un arma hace la diferencia inalcanzable. Las armas siempre se han usado para desnivelar la balanza, no para equipararla, esto es el principio de toda carrera armamentista.

2) La afirmación de que vivimos en una sociedad donde "los (físicamente) más fuertes abusan de los débiles", que insinúa que en un mundo desarmado todos dependeríamos de nuestra musculatura para hacernos respetar, ignora que existen incontables mecanismos de control social mucho más efectivos que la fuerza bruta, como el dinero (los poderosos suelen ser fofos y débiles), jerarquía (¿acaso nuestros Presidentes son fisicoculturistas?), convenciones sociales (¿acaso los fuertes se saltan impunemente la fila del supermercado?), sabiduría, control emocional (como sabe cualquier hombre casado), liderazgo natural, persuasión y otros. En mis 35 años de vida, no recuerdo ni una ocasión (fuera de mis primeros años de escolar) en que haya sido la fuerza física la que haya determinado si dejé o no que me pasaran a llevar. Pero, por el contrario, ningún control social blando es capaz de detener a un individuo armado dispuesto a tomar lo que no le pertenece. Allí donde las armas mandan, es donde la lógica del "más fuerte" (el armado) se aplica con mayor frecuencia, como se ve en casi la totalidad de los atropellos a los derechos humanos que se han desatado en la historia.

3) Dado que -a diferencia de la fuerza física- las armas pueden alcanzar un poder destructivo fuera de toda escala, siempre habrá un arma "más grande" para dominar a otro peor armado. Lo anterior permite entrever por qué armar a una sociedad para una hipotética defensa ante una acción violenta del Estado sería inútil: el Estado cuenta con armamento pesado: tanques, ametralladoras, misiles, aviones, satélites y otros, que le permiten aplastar fácilmente una resistencia civil con armas cortas de bajo poder (las revoluciones civiles "exitosas" suelen estar alimentadas con armamento pesado y apoyo logístico provisto por otros Estados, no se basan en el armamento pre-existente de la población). No es de extrañar que para ilustrar el punto haya habido que escarbar en el pasado hasta una pequeña batalla de hace ya 100 años, cuando las armas de fuego estaban en pañales y la diferencia entre el armamento civil y militar era escasa. De hecho, en 1915 recién se probaban los primeros prototipos de tanques.

4) No me parece válida la comparación de las armas de fuego con otras "herramientas destructivas" como motosierras, hachas o combos. Estas últimas tienen un fin pacífico y forman parte de un proceso creativo: yo talo árboles para producir muebles y boto muros para construir algo nuevo. Mucho menos se pueden comparar con un automóvil, simplemente por utilizar ambos la fuerza química, pues este último tiene un fin totalmente distinto, donde el daño se da solo por una mala manipulación del artefacto. El arma de fuego tiene, en cambio, el único objetivo (negativo) de matar y este es su efecto incluso cuando se usan "correctamente" (salvo que entendamos como uso correcto el no usarla, en cuyo caso, su mera existencia es una contradicción).Esta es una condición que es exclusiva de las armas y explica por qué los criterios para su autorización y uso pueden ser totalmente diferentes de cualquier otro objeto.

5) Se insinúa que mi idea es paternalista, pero paternalismo es cuando un Estado busca proteger a la persona individual de sí misma, no que busque proteger a los débiles (desarmados) de la acción de otros (armados). Entonces, en una sociedad que clasifico de "inmadura" ¿Por qué autorizar marchas si provocan desmanes? Porque impedirlas es peor para la democracia que el daño colateral que provocan. ¿Por qué votar si puede prestarse para populismo? Porque el daño es menor que una dictadura. ¿Por qué permitir los automóviles, si chocan y contaminan? Porque nuestra ciudad no podría funcionar sin ellos. En cambio, el efecto social de la tenencia de armas por parte de civiles es, principalmente, su uso para delincuencia, homicidios en riñas y crímenes pasionales, mercado negro, accidentes y suicidios, con el muy ocasional efecto positivo de repeler un asalto. La suma da negativo por lejos.

6) Citas mi ejemplo de la campaña de armas mal usadas y dices que sería más honesto exhibir esas armas junto a armas que han sido usadas efectivamente para proteger a sus dueños. Okey, dado que el afán es la honestidad, lo correcto sería, entonces, mostrarlos en una proporción equivalente al tipo de uso que habitualmente tienen. Si se mostrara proporcionalmente la cantidad de armas usadas para robar, para atacar a inocentes y armas disparadas accidentalmente, versus armas usadas en defensa de inocentes, resulta evidente que las primeras tres ocuparían fácilmente el 90% de la exhibición, si no más.

7) Argumentas que el Estado debería actuar sobre las conductas, no la herramienta. Yo diría, más bien, que se debe actuar sobre ambas: la mayoría de las políticas públicas se aplican no solo a la persona, sino también al contexto (reducir la oportunidad, probabilidad o incentivos perversos a cometer la acción). Los problemas se deben abordar de manera integral, no veo sentido a renunciar a actuar sobre un ángulo del problema en favor de otro. Limitarse a "aplicar las leyes existentes", que es la solución que propones, es intentar solucionar el problema haciendo exactamente lo mismo que ya ha demostrado fallar en el pasado. Es hora de enfoques nuevos.

8) En cuanto a que la prohibición sólo le quitaría las armas a las personas honestas (lo cual, como vimos, no es verdad, pues el robo de estas armas es finalmente la fuente del mercado negro) y que criminales igual usarían armas hechizas o autofabricadas; es cosa de ver los arsenales que recolecta la policía desde bandas criminales para darse cuenta que las armas artesanales son un porcentaje mínimo del arsenal delictual, por razones obvias: son muy poco confiables.Por otro lado, lo que no consideras es que, prohibiendo por completo las armas de fuego, también es posible prohibir la venta de municiones, que son muchísimo más complejas de producir artesanalmente, haciendo inútil una escopeta hechiza, por ejemplo. Esto explica también por qué la estrategia debe ser regional y no solo en un país: así se dificulta el tráfico de armas entre países, que es justamente lo que ocurre en México, que pese a su restrictiva normativa, limita con un país en que las armas de asalto prácticamente se pueden comprar en supermercados.

9) Además, al argumentar que las armas de fuego proveen la oportunidad de defenderse ante la delincuencia supuestamente con mayor efectividad que el accionar policial, contradice toda la evidencia estadística que demuestra que esto casi nunca ocurre, pues el delincuente cuenta con el factor sorpresa. ¿Cuántas personas en la cárcel han caído detenidas por civiles armados, versus arrestos de fuerzas policiales? Sospecho que el número es cercano a cero. ¿Cuántas veces al año cae abatido un delincuente por su víctima? Con suerte una o dos veces al año, en comparación con miles de robos exitosos, e incluso estos casos se compensan con la cantidad de víctimas que caen abatidas por intentar repeler el asalto en lugar de cooperar. Esa falsa sensación de seguridad que entrega el arma es, a lo sumo, un autoengaño psicológico para el poseedor del arma, pues el riesgo al que se expone a sí mismo, su familia y el resto de la sociedad, es mucho más grande que la supuesta seguridad que cree obtener.

10) Que en Chile aún no estemos en los niveles de delincuencia de otros países  no es excusa para no actuar cuando el problema aún es manejable. La situación aquí ya es lo suficientemente grave para tomar medidas drásticas, no podemos esperar a estar como Honduras para hacer algo. Y como dije antes, la mirada debería ser regional.

En conclusión, sé que no soy el dueño absoluto de la verdad. Sé que la experiencia internacional no permite sacar conclusiones categóricas sobre la medida que planteo (básicamente porque casi nadie la ha intentado) y sé que la idea puede molestar a muchos, pero mi esperanza es que como sociedad seamos capaces de atrevernos a tomarla, no por imposición, sino por convicción.