Domingo en la mañana. Los Muñoz tienen almuerzo familiar. María, de tres años, se despierta a las 7:00 am. Sus padres quieren dormir un poco más porque tuvieron evento la noche anterior, por lo que le piden que se vaya a jugar a la sala de juegos.
A los pocos minutos la niña se aburre y empieza a gritar “¡Mamá, quiero mi leche!” “¡Mamá, quiero mi otra muñeca!”. La mamá se levanta malhumorada y le dice “Déjate de gritar. Si sigues gritando te quedarás sin ir a la casa de tus abuelos”. La niña se calla un rato, pero después va a la pieza de los papás y se pone a saltar en su cama. El papá le dice “¡Para de saltar, te fuiste a tu pieza!”. María no se va y empieza la pataleta. El padre, a estas alturas ya furioso, la pesca de un brazo y se la lleva a la pieza diciéndole “¡Te quedas castigada aquí!” y le cierra la puerta. Ella se queda feliz de la vida jugando en su pieza con sus juguetes. Los papás no lograron dormir más.
Más tarde llega la hora de vestirse y María, que ya está enojada, comienza a arrancarse por toda la casa. Nuevamente le dicen “¡Si no te vistes de inmediato, no irás donde la abuela!”. Ella no hace caso por que sabe que la llevarán igual. Terminan vistiéndola por la fuerza. Pasado el medio día, llegan a la casa de los abuelos de María y ella no quiere comer lo que le sirven. La mamá le dice “O te comes lo que hay o no verás televisión”. Ella no come y al rato se está comiendo el aperitivo de los adultos. Cuando llega la hora de almuerzo de éstos, los primos van a ver televisión y a María le dicen que no puede, porque está castigada por no haber comido, pero como están almorzando, no supervisan y ella ve la película entera.
Este caso cotidiano ilustra un modelo de educación muy frecuente en nuestra sociedad, que se basa en el uso del castigo y la amenaza como primera estrategia de intervención, buscando inhibir conductas negativas sin preocuparse de lo que está detrás de ellas.
Estas estrategias no estimulan al niño a tomar conciencia de sus acciones ni sus consecuencias. Educar en base a reprimir conductas y no a estimular, se traduce en que acostumbramos al niño a actuar por temor.
En el ejemplo de los Muñoz podemos ver:
El mal uso y abuso del castigo como sistema para educar hace que el niño termine actuando sólo por temor a la consecuencia, pero no internalizando la razón. Es como cuando una persona maneja en auto y si no hay carabineros se salta la luz roja por que no lo “pillarán” y no porque es peligroso o porque respetar la señalización evita accidentes.
El castigo constituye una estrategia educativa que sólo debe utilizarse como último recurso y en ese caso hay que tomar los siguientes resguardos:
Como padres, lo mejor que podemos hacer para cambiar las conductas negativas, es incentivar las actitudes y acciones positivas que se quieren lograr. Esto toma más tiempo y no se ven efectos inmediatos, pero a la larga, el niño aprende el comportamiento esperado porque sabe que es lo mejor para él y no por temor. Así, cuando los padres no estén para “castigarlo”, su comportamiento igual será el adecuado.