Evasión en Transantiago: ¿problema de honestidad o de diseño?

Antiguamente, la gente que subía por detrás de las micros amarillas, pasaba el dinero hasta el chofer a través de una cadena humana. Hoy, suben sin pagar delante de su cara. ¿Cambió el chileno o hay un problema de diseño con el actual sistema de pago?

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"Es más fácil tomar latas de bebida ajenas a tomar dinero ajeno"

"Amigo, la respuesta es sólo una", me dijo una vez un señor en la calle, "los chilenos somos una manga de patos malos". Suena fuerte, pero curiosamente, más de alguien ahí presente movió la cabeza con algún dejo de amén ante tal dictamen. Confieso también que en alguna oportunidad me incliné a creer que tal teoría era verdad: que los chilenos somos deshonestos, que nos gusta lo ajeno.

Un ejemplo dramático, para muchos, sería el Transantiago. La evasión en el sistema de transporte de la capital se empina ya sobre el 24% y en algunas zonas, sobre el 35%. Es decir, entre un cuarto y un tercio de las personas no pagan, generando enormes pérdidas al sistema que fuerzan a alza las tarifas, al punto que el Ministerio de Transportes ha debido ponerse duro con la fiscalización e incluso, llegó a proponer hoy crear un registro público de evasores

Y todo porque "somos deshonestos" ¿no?.

Una explicación alternativa

Hace un tiempo atrás me encontré con los trabajos de Dan Ariely respecto del comportamiento humano y, de pronto, algo hizo click en mí: una nueva forma de explicar el fenómeno de la evasión del Transantiago, una menos inquisitiva y bastante curiosa.

¿Mi teoría respecto de la evasión?

El Transantiago podría tener la semilla del pecado en su propia concepción. Los santiaguinos pagamos en menor medida el Transantiago por una característica del diseño: la tarjeta BIP.

Pero, antes de ir a esto, resolvamos la primera pregunta relevante, aquella que hace referencia a la teoría popular: ¿Somos los chilenos tan rufianes como nos "agrada" pensar de nosotros mismos? Los datos de evasión parecen ser contundentes y amenazan con hacernos creer que la respuesta a esta interrogante es un sí rotundo.

Vayamos un poco al pasado. Retrocedamos unos diez años en la historia, hacia ese Chile oscuro, frío y gris que las nuevas generaciones suelen mirar con sospecha y desprecio. ¿Cómo funcionaban las cosas en la era pre-Transantiago?

Bueno, para quienes no lo sepan, la micro había que pagarla con monedas y, curiosamente, la gente mayoritariamente lo hacía. Es más, la gente solía subir por la puerta trasera del bus y hacer llegar su pago al conductor en un puente humano (de chilenos) improvisado. Rara vez el dinero se perdía en el camino y más aún: rara vez el boleto no llegaba de regreso. ¡Cómo! Sí, así era.

Entonces, ¿qué pasó? ¿a los chilenos nos bajó la maldad junto con la llegada de los reality shows?

¡No!

Una razón posible –aunque no exclusiva– del explosivo aumento de la evasión, es el propio diseño de la política pública conocida como Transantiago y más precisamente, la famosa tarjeta BIP.

¿Cómo es eso?

Dan Ariely, profesor y autor israelí, ha hecho varios experimentos para dilucidar la forma que nos comportamos los seres humanos. En uno de estos experimentos, Ariely quiso saber si tenemos un comportamiento más honesto dependiendo de si el objeto en cuestión es dinero en efectivo o una cosa. Para testear esto, colocó sigilosamente un six pack de Coca Colas en los refrigeradores comunes de los departamentos de estudiantes de la universidad. ¿El resultado? En menos de 72 horas todas las latas de bebidas habían desaparecido. Ello puede parecer esperable, pero lo curioso del experimento es lo siguiente: Ariely puso, junto con las Coca Colas, algunos platos con seis billetes de un dólar. Y, ¿qué pasó con el dinero? Después de 72 horas abandonados, los platos con dinero permanecieron intactos. ¿Conclusión? Aparentemente, es más fácil tomar latas de bebida ajenas a tomar dinero ajeno.

Vayamos a un segundo experimento. En esta oportunidad se pidió a estudiantes universitarios completar un set de veinte problemas matemáticos y se les prometió una recompensa en dinero por cada respuesta correcta. Tres grupos lo hicieron. El primer grupo respondía el test y lo entregaba a un evaluador quien corregía los tests y entregaba el dinero cuando correspondía. El segundo grupo, respondía el test, pero no lo entregaba a un supervisor para su corrección, sino que el estudiante mismo indicaba verbalmente al evaluador las respuestas correctas e incorrectas (podía mentir) y solicitaba inmediatamente la recompensa en dinero cuando correspondía. El tercer grupo seguía idéntico procedimiento al grupo 2 (pudiendo también mentir) con la única excepción que, en vez de cobrar el premio en dinero en efectivo y en el momento mismo, este premio se daba en forma de un“vale por dinero” el cual debía canjearse en un módulo a unos cuantos metros de distancia.

¿El resultado? El primer grupo (que no podía mentir) respondió en promedio 3,5 preguntas correctas; el segundo grupo, 6,2; y el tercer grupo (que recibía un vale, NO dinero): ¡9,4!

¿Conclusión? Al igual que en el experimento anterior, quienes no trataban con dinero real, sino con un sustituto (en este caso un “vale por dinero”) parecían mostrar una inclinación mayor a mentir y con ello a quedarse –inapropiadamente con el dinero.

¿Es entonces la tarjeta BIP la culpable de la evasión? No del todo, aunque podría haber ayudado.

El cambio de la transacción en efectivo, en monedas, que caracterizaba al sistema de micros amarillas, por el uso de una tarjeta, pudo haber incidido en el incremento sustantivo que ha tenido la evasión en Santiago. No es que nos haya bajado la maldad repentinamente, o que de pronto nos dimos cuenta que era fácil y posible viajar gratis día a día a costa del sistema, sino que simplemente el sistema cambió y, a partir de entonces, se hizo menos costoso moralmente evadir el pasaje.

¿Qué hacer entonces? ¿Volver al sistema de monedas?. Difícil, pues este era bastante lento e ineficiente y sometía a los choferes al permanente riesgo de ser asaltados. ¿Entonces qué? 

Otros países con sistemas similares han optado por mantener el proceso de pago "abstracto", pero hacer que las multas por evasión sean tremendamente concretas, haciendo a la persona pagar la multa (bastante superior al valor del pasaje) en el momento de recibirla.

En todo caso, independiente de la solución a la que se llegue, por lo menos tenemos el alivio de saber que, aunque no pagar siempre será un acto de deshonestidad y tampoco somos unas santas palomas, quizás pequeños cambios en el diseño del sistema bastarían para que el chileno mostrara su "pato bueno".