(Madre mía querida, si estás leyendo esta columna quiero antes decirte que te adoro, que eres la mejor mamá del mundo, y que nada de lo que aquí diré aminora ese cariño infinito que te guardo en mi corazón. Te pido, asimismo, paciencia y empatía con este hijo tuyo columnista. Besos).
Que tu mamá se haga una cuenta en Twitter, seamos súper sinceros, es algo raro, incómodo. Despierta nuestro pudor. Dan ganas de llamarla y decirle que mejor que no, que si ha vivido tantos años sin redes sociales, ¿qué le importa seguir así? Verla opinar públicamente sobre el cambio de horario, el choque de Vidal o la última encíclica del Papa Francisco, da como vergüenza, ese mismo pavor inexplicable que nos producía el que ella nos fuera a dejar al colegio cuando estábamos en plena adolescencia, o a buscar en la noche a una fiesta de 15.
¿Es injusto lo que estoy diciendo? Sí, muy injusto. Nuestras madres tienen el mismo derecho que nosotros a abrir una cuenta en redes sociales. Mirado con objetividad, de hecho, es algo positivo: aprenden de tecnología, se mantienen vigentes, informadas, actualizadas, conectadas con sus amigas, con quienes comparten datos, se ríen, organizan juntas… etcétera. Eso nadie lo discute. Son los “pros” que puedo mencionar. Pero cuando uno es hijo, no puede ser objetivo, y es ahí cuando surgen las complicaciones, aquellas desventajas de que –después de los 50 años de edad- tu vieja se haya atrevido a dar el salto y se haya comprado un smartphone… y quiera llenarlo de “íconos” (así le dicen a las aplicaciones).
Entonces, ¿quién le enseña a usar el aparato? ¡Uno mismo! Paradojas de la vida… “¿Para qué sirve Twitter?”, te pregunta la mamá. Y uno trata de ser riguroso en la información, pero tan técnico que no suene muy entretenido: “Es una red de microblogging en donde las personas pueden contar en pocos caracteres las cosas que suceden en su entorno”. Ella lo encontrará fascinante, en pocos minutos tendrá su propia cuenta… y tú serás su primer follow. Lo mismo pasa con Facebook, o cuando nuestras madres descubren la maravilla de WhatsApp, que le permite llevar a toda la familia en su cartera, 24/7.
Con todo el respeto del mundo, me largo a continuación con algunos puntos críticos que –cuando “Mamá” aparece en la pantalla de tu celular-, requieren de contar hasta 10, respirar profundo y reaccionar con impostada amabilidad. Porque madre hay una sola, y ella nos dio la vida (gracias a la cual podemos, por ejemplo, twittear) y también nos aguantó llantos nocturnos, vómitos explosivos y mañas a la hora de comer.
1. LENTITUD: Las madres no son nada de diestras a la hora de teclear textos en un teléfono. El “Escribiendo…” de sus WhatsApp puede durar 2 eternos minutos, y cuando pensábamos que el texto iba a ser un párrafo largo… lo que llega de vuelta es un “bien y tú?”. Hay que comprender que, con la mamá, en WhatsApp no existe la instantaneidad. Para invitarla al cine, por ejemplo, es mejor llamarla: de lo contrario verá el mensaje al día siguiente… o cuando la película ya no siga en cartelera.
2. EMOTICONES: Error garrafal instalarle los emojis al celular de la mamá. Porque nuestras madres son una institución seria, respetable, que debe estar a la altura del cargo que detenta, y eso es imposible compatibilizar con el uso de caritas o signos del tipo :P / :) / :( / :B. No, las mamás no hacen :P, porque son mamás, no pokemones.
3. SEGUIMIENTO: Facebook y Twitter les entrega a nuestras progenitoras el poder de seguir nuestras vidas casi en vivo y en directo. Entonces saben dónde fuimos a carretear, con quién estamos pinchando o el color de la última polera que nos compramos. Si lo piensan bien, es el sueño de las madres hecho realidad: saber dónde están sus hijos, a cualquier hora. También tienen acceso a las fotos de tus amigos(as), lo que deriva en frases como “no me gusta nada la forma en que se viste esa niñita” o “dile a Felipe que se corte el pelo”. (No me referiré en esta columna al dato de “última conexión” que ofrecen los perfiles de WhatsApp, porque seguramente hay más de alguna madre leyendo y no quiero enseñarle más de lo que necesitan saber).
4. GARABATOS: La presencia de nuestras madres en redes sociales funciona, asimismo, como un sofisticado método de censura, o edición. Ya no podemos escribir garabatos, ni ser tan ácidos en nuestros posteos, de lo contrario recibiremos el correspondiente reproche maternal.
5. EVANGELIZAR: El día en que el Papa Benedicto XVI se hizo Twitter y dijo que las redes sociales son una excelente herramienta para dar a conocer la palabra de Dios… jamás imaginó la legión de madres que se tomarían tan a pecho sus palabras. Las mamás son secas para subir a Twitter y Facebook comentarios religiosos, prédicas, noticias del Vaticano, estampitas de la Virgen y consejos de vida cristiana.
6. POWERPOINTS: Las mamás jamás van a comprender que ya a nadie le interesan los Powerpoints con fotos de la naturaleza o historias con moralejas (con música somnolienta de fondo). Yo ya me rendí a intentar explicarle a la mía que, simplemente, no abro esos archivos.
7. FRASES MOTIVACIONALES: Las redes sociales de las madres son caldo de cultivo para frases de Paulo Coelho y sus derivados. ¿Por qué? Para mí es un misterio.
8. OPINIONES: Las opiniones de las madres suelen ser más conservadoras que las nuestras, por eso nos da temor verlas exponerse en Twitter, donde la mayoría es más liberal.
9. SERVICIO TÉCNICO: Cuando algo no les resulta en Facebook o Twitter, las madres acuden vía WhatsApp al “servicio técnico”, es decir: el hijo. “No me resulta twittear una foto”, “¿cómo hago para mandarle un mensaje a Obama y que nadie más lo vea?”, “¿cómo busco un video que apareció el otro día en mi Twitter y no me acuerdo quién lo puso?”, “un señor le puso like a una foto mía en Facebook y una amiga me dice que eso significa que me está joteando, ¿cómo lo borro?”. Lo peor de todo –aunque uno lo hace con todo el cariño del mundo- es explicarles qué hacer, paso a paso, durante… ¿35 minutos?
10. NO ES LA VIDA REAL: Las mamás son educadas en WhatsApp, entonces saludan, se despiden, no abrevian las palabras, haciendo más lento todo el sistema. No diferencian la vida real de la virtual. Además, no saben lo que significa LOL, cuek, OMG y WTF.