Imagen: Panamericana Hoteles

Un finde en el mítico Hotel OʹHiggins: ¿Es real su supuesta “decadenciaâ€?

“Que el servicio se echó a perder hace años, que penan, que hay ratonesâ€â€¦ De todo se dice del histórico lugar que ha hospedado a cientos de estrellas durante el Festival de Viña. Miguel Ortiz se alojó y cuenta su experiencia como huésped.

Por Miguel Ortiz A. @ortizmiguel | 2015-07-01 | 11:23
Tags | Hotel O´higgins, Viña del Mar,

Necesitaba encerrarme a escribir. Estoy trabajando en un libro, un proyecto de largo aliento, y me era urgente desconectar y pasar tres días en algún lugar tranquilo. Las opciones eran muchas: la casa de un familiar en Puerto Varas, el departamento de un amigo en Iquique, alquilar una cabañita en la playa… finalmente opté por enclaustrarme en un hotel. Coticé precios, comodidades y ubicación. ¿Mi elección final? El mítico Hotel O`Higgins de Viña del Mar, de 4 estrellas. En la web ofrecían unas “mini vacaciones†(4 días, 3 noches) por sólo $199.000, incluyendo los desayunos. Me pareció un precio razonable, y muy por debajo de las otras ofertas de la V Región. Tenía mi hotel, además, esa carga histórico-farandulera que –debo admitir- me atrajo. No iba a tirarme ningún piscinazo al estilo reina del Festival, no al menos con este frío, pero podría conocer sus habitaciones y rincones más secretos. En TripAdvisor el O`Higgins está en la ubicación 27, de un total de 46 hoteles en la ciudad.

Cuando les conté a mis amigos que me hospedaría ahí, la respuesta fue unánime: “¿¿¡¡En el hotel O`Higgins??!! Pero si está en decadencia… cuidado con los ratonesâ€, “pensé que había cerradoâ€, “nica me alojaría ahí, dicen que el servicio se echó a perder hace añosâ€, ¿por qué en el O`Higgins? Paga un poco más y te vas a un hotel buenoâ€.

La reserva, sin embargo, estaba hecha. Sólo me quedaba apechugar y lanzarme a la aventura. Quiero, a continuación, hacer un relato objetivo de mi estadía, con sus luces y sombras, sin prejuicios. Juzguen si les vale la pena, o no, hospedarse en el O`Higgins. Al final entrego mi propio veredicto.

Cuando llegué, la fila para hacer el check-in era larga y la espera se prolongó por 25 minutos. Ese día jugaba Argentina contra Colombia, en el estadio Sausalito, en los cuartos de final de la Copa América. Eran decenas los extranjeros que –metiendo ruido con cornetas- ocupaban gran parte del lobby. En el mesón de recepción, finalmente, me atendió Nicole, con una amabilidad a prueba de vuvuzelas. Su gentileza –quiero en esto ser categórico- es compartida por todo el personal del hotel, siempre dispuesto a ayudar y hacerte más agradable la estadía. Todos: los guardias, ascensoristas, personal de aseo, garzones… todos fueron conmigo la mar de simpáticos.

Habitación 463: amplia, bien iluminada, un poco fría (pedí una estufa), limpia y bien ventilada. Decoración sencilla, anticuada. Cama de dos plazas con ocho cojines, televisión con cable, wifi gratuito y con buena señal, frigobar con latas de cerveza y gaseosas, un escritorio con su silla, dos butacas y una pequeña caja fuerte. El baño: amplio, inmaculado.

Estaba alerta, atento a cualquier problema, casi buscando el “peroâ€. Esa noche dormí como lirón, cubierto por suaves sábanas y flotando sobre un mullido colchón. El ruido de las micros y una que otra bocina se colaba por mi ventana. Nada grave, en todo caso.

El primer problema –dramático, para mi gusto- se presentó en la mañana: la ducha tenía poquísima presión. Una lata. Con el lavamanos y el WC ocurría lo mismo. La temperatura estaba OK, pero es un desagrado enjabonarse bajo un hilillo de agua. Mal.

El desayuno continental, disponible hasta las 10:30 AM, cumple perfectamente con su misión de cargar las pilas para un nuevo día: en un amplio mesón se ofrecen diferentes tipos de pan, pastelería, quesos, jamones, yogurt con cereales, jugos naturales, huevo revuelto, mantequilla, café, té, leche caliente y tuti-fruti. Nada muy gourmet, nada muy sofisticado, pero todo fresco y rico.

Un personaje que me llamó la atención: el guardia de la entrada principal. Con un audífono tipo guardaespaldas y un walkie-talkie en el bolsillo trasero, su actitud Jack Bauer –siempre atento al peligro- transmitía la sensación de que en el O`Higgins, ese día, se hospedaban Michelle Bachelet, Barack Obama, el Papa Francisco, Madonna, el Dalai Lama, la Reina Victoria, Vladimir Putin y Don Francisco. Sin mayor necesidad, y haciendo gala de su buen estado físico, se paseaba de un lado a otro, cual perro guardián, demostrando que tenía todo bajo control. Cuático el sujeto. Engrupido. Bien.

La tarde del sábado, y por casi dos horas, el ascensor estuvo fuera de servicio. Se trata de esos elevadores antiguos, con reja, que deben ser operados por un ascensorista. El resto del tiempo funcionó sin problemas.

La ubicación del hotel es fantástica: está en plena Plaza José Francisco Vergara, a pocas cuadras del terminal de buses, junto a un supermercado, un correo, un restaurant de sushi, la parroquia de la Virgen del Carmen, y las calles comerciales. Caminando, uno tarda 15 minutos en llegar al Casino. Al mall se puede ir en colectivo, taxi, microbús o victoria.

Desde la habitación se debe marcar el 0 en el teléfono del velador para comunicarse con los servicios: a veces tardaron muchísimo en contestarme… y otras, simplemente, no me respondieron.

El Harry`sbar, un agrado. La música un tanto extraña: escuché desde Frank Sinatra hasta los Backstreetboys. Pero el servicio impecable, con precios razonables ($3.800 la piscola, $2.800 el pisco sour y $5.900 un sándwich “Premium†de atún).

Así concluyó mi fin de semana en el Hotel O`Higgins. Me pareció que, por ese precio ($66.333 el día) el servicio está a la altura. Da el ancho. Desmiento, así, cualquier injusta calumnia respecto de su supuesta “decadenciaâ€. No vi ratones ni pulgas. No me penaron por las noches. Claro: no es el Burj Al Arab, de Dubai, pero me atendieron bien, me alimentaron… y hoy puedo decir, a diferencia de ustedes, que “una vez me alojé en el O`Higginsâ€.