Imagen: Gojko Franulic

Carmela se equivocó: mis razones para vivir en regiones

Vivir en regiones tiene sus inconvenientes, pero en la suma y resta, nuestra columnista Mane Cárcamo se queda con su ciudad, y aquí explica por qué.

Por Magdalena Cárcamo @manecarcamo | 2015-07-06 | 10:53
Tags | regiones, descentralización, Santiago, smog, seguridad, esmog, calidad de vida
"Los compadezco por no poder hacer libremente deporte, por depender de unos dígitos para organizar su día, por tener chimeneas sólo para poner plantas"

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No vimos jugar a Chile nunca. Hay pocos cajeros automáticos. Te encontrarás con ex pololos hasta el fin de los tiempos y probablemente hasta sean coapoderados. Odias el noticiero regional porque cuando viene una gran entrevista en el central, te mandan a ver los peligros del lomo de toro de Quilpué. Los bares con onda los puedes contar con los dedos de la mano. Pero aun así y a pesar de todo eso, amo ser de Viña. Y no lo cambiaría por nada del mundo (mentira, por un 300% más de sueldo sí).

Los cacerolazos y la preemergencia dominan mis chats con los amigos de la capital. Y yo ahí… más callada que Natalia Compagnon en almuerzo familiar. Le ponen tanta pasión en Twitter, en los WhatsApp, en los medios, que hasta me anduve cuestionando si tenía ollas decentes por si me animaba y miré de reojo la patente por si tenía restricción. Pero ahí es cuando me urjo porque son las 7:50 y mis niños aún no se van al colegio que queda a exactos 700 metros. Porque vivo en un lugar donde en mi presupuesto no hay cercos eléctricos, me voy a la pega mirando el mar (es súper cliché, pero es verdad) y tenemos un idioma especial para nombrar el pan batido, el typex, el cuchillo cartonero y Serena.

En una mañana se puede ir al banco, la isapre, la feria, correr por la orilla del mar y llegar puntual a una reunión. Cuando hay tacos es porque es verano y deja de ser dramático cuando el del auto de al lado es un argentino buenmozo (como todos los argentinos).

Cuando entras al supermercado hay que ir digna. Nada de salidas de canchas feas o pelo sucio. Siempre te encontrarás con alguien conocido mientras estás discutiendo con tu marido o cuando estás comprando ese shampoo para los piojos que te acaban de recomendar (porque además como en regiones la discreción no es la virtud más fuerte, es una certeza que TODO el curso sabe que la lucha contra esos malditos es incesante en tu grupo familiar).

El malón o cuota son mandamientos. En región los tiempos no están para ponerse con todo y lo importante es estar juntos. Matar el largo domingo y si es posible despedirse con todos los niños comidos listos para acostarse. Si tienes 6 salchichas, ¡bienvenidas! Un vino abierto... también (personalmente lo único que no perdono es el sour de botella).

Cuando la guagua tiene 2 años estamos preocupados de que no se meta la moneda en la oreja y no de que se sepa las vocales y colores para el examen de admisión al colegio que tiene que hacer en tres semanas. No estamos esperando el sobre de aceptación como si fuera una beca en Stanford ni pidiéndole cartas de recomendación al Papa Francisco. Y eso es liberador.

Y ¡el aire! Qué latero ese discurso del aire limpio y bla bla bla. Pero lo siento, ahora los compadezco. Los compadezco por no poder hacer libremente deporte, por depender de unos dígitos para organizar su día, por tener chimeneas sólo para poner plantas. Porque además mucha gente está en los consultorios sólo porque hay demasiados créditos para comprar autos y porque a Pedro de Valdivia no se le ocurrió un lugar mejor para fundar Santiago.

Y ojo que no quiero hacer una campaña anti Santiago. Cuando voy me siento en Nueva York, gozo y me saco selfies en los malls. Le envidio la vida nocturna, los mil lugares para ir con el cabrerío y mi lado superficial se pone feliz con la gran oferta de tiendas que muchas veces sólo conozco por Instagram. Esto no se trata de una pelea entre clubes de futbol o partidos políticos. Viví en Santiago y mientras estuve ahí fue una buena experiencia. Pero nací en Viña y cuando vi el test con las dos rayas rojas, supe que también quería que mis hijos fueran con ansiedad a los Juegos del Estero y que si tienen las ganas pueden ir a hacer un castillo de arena en mayo (aunque me cueste una visita al pediatra)

Me gusta vivir más lento y aunque me traten de convencer de lo contrario, acá me siento segura. Y ojo, han asaltado en mi barrio. Y hace unos meses un ladrón entró a mi casa con todos durmiendo y se fue cuando se metió al refrigerador y se dio cuenta de que el menú era paupérrimo. Pero ¿qué quieren que les diga? Me siento segura. Hay delincuencia, obvio. Pero no estoy en Ciudad de México y si me raptaran a un niño sería muy raro (y probablemente me lo devolverían a la hora de intentar hacerlo dormir).

¿Hay barrios acomodados y colegios de élite? Obvio que también. Pero al menos todos vamos al mismo mall, capeamos las mismas olas y sapeamos juntos la alfombra roja del Festival de Viña. Por eso me indigna cuando dicen que Reñaca se ha puesto flaite. El problema es que nos hemos puesto muy cuicos. Nuestro país es eso. Radios en la playa, palmeras azucaradas, familias haciendo picnics y niños tirándonos arena por doquier.

Todos estamos mirando a Santiago siempre. Como un gran hijo único que hay que sobreproteger y celebrar. Sólo digo que hay más hermanos en esta familia y que para criar bien a ese hijo favorito sería bueno mirarlos a ellos también. Y aprender un poco.

¿Y tú qué prefieres?