Llueve intensamente sobre la ciudad. En un paradero de Providencia una joven estudiante le ofrece cobijo bajo su paraguas a una mujer mayor que, cargada con bolsas, se estaba empapando. La micro llega, pero viene repleta. Tiritando, y cansada por el peso de sus compras, la mujer decide parar un taxi. Antes de abordarlo, le hace una invitación a la dueña del paraguas: “Voy a Vitacura, ¿te sirve?”. La joven universitaria llegó en minutos a la puerta de su casa… y sin gastar un solo peso.
La historia es real y retrata esa “buena suerte” que, si bien para otros puede ser “mera coincidencia”, algunos llaman karma, una manifestación concreta de aquella ley que establece que nuestras acciones físicas, verbales y mentales son “causas”, y que nuestras experiencias son sus “efectos”. Si haces el mal, te irá mal… si procuras el bien, éste volverá a tu vida. La palabra karma proviene del sánscrito कर्म o “kri”, que significa “actos”. Su existencia es una creencia central en las doctrinas del budismo y el hinduismo.
¿Existe realmente el karma?, ¿está nuestro futuro condicionado a nuestro actual comportamiento? El asunto lo conversé con el budista Juan Carlos Solari, quien lleva 7 años como practicante de la escuela Camino del Diamante (linaje Karma Kagyu). Según me explicó, el karma es todo aquello que sucede como consecuencia a condiciones que nosotros mismos hemos creado: “Las alternativas al karma son, por un lado, la posibilidad de que todo sea producto de un plan divino, y en el otro extremo, que todo es un gran juego del azar”.
- Como budista uno ve todo como producto del Karma, es decir, todas las experiencias de nuestro mundo condicionado son en sí mismas kármicas. Como dice el Lama Ole Nydahl, “no recordamos que nosotros mismos plantamos los cactus en que hoy estamos sentados”.
Solari confiesa que “no es fácil encontrar la causa de las consecuencias que vivimos”, pero con la meditación “uno comienza a observar mejor los patrones y hábitos de comportamiento que nos llevan a hacer, decir o pensar cosas que no generan beneficio, sino sufrimiento (…) Así uno comienza a tener mayor libertad para actuar y cambiar esos patrones que nos mantienen confusos”.
El actor Sylvester Stallone cree en el karma: “Hay una ley natural por la cual las personas vengativas, quienes salen de su camino para hacer daño a otros, terminarán en la ruina y solas”. Y su colega Sandra Bullock añade: “Soy una verdadera creyente en el karma. Recibes lo que das, ya sea bueno o malo”. ¿Otra celebridad que adhería a esta filosofía? Steve Jobs: “Tienes que confiar que los puntos (de tu vida) se conectarán en el futuro, de alguna forma. Tienes que creer en algo, tu instinto, el destino, la vida, el karma, lo que sea. Este enfoque nunca me ha dejado de caer”. Elvis Presley explicaba el karma con otras palabras: “Si odias a otro ser humano, estas odiando una parte de ti mismo”.
Usualmente el karma viene asociado con la creencia de la reencarnación, ya que sólo una vida humana “no alcanzaría” para experimentar todos los efectos de las acciones realizadas, cobrando todo el bien que se ha hecho o pagando todo el mal que se ha realizado. Juan Carlos Solari, añade que desde el punto de vista práctico –“y el budismo debe ser siempre práctico”-, “entendemos que lo que hacemos, decimos y pensamos siempre produce resultados acorde a esas acciones”.
En contraposición al karma está el planteamiento del cristianismo. El propio Jesús debió responder algunas preguntas al respecto, descartando la posibilidad de una ley de causa-efecto. Así, al menos, lo documentó Juan (9, 1-3): “Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?» Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios”.
Demás está decir, además, que el catolicismo no comparte la doctrina de la reencarnación. Son innumerables los pasajes bíblicos que hacen alusión a una vida después de la muerte, a una “resurrección”, y no a un regreso “transfigurado” a esta tierra. El buen ladrón, por ejemplo, recibió la promesa de Cristo de entrar “hoy mismo” al “Paraíso”…, sin haber pagado ningún karma por haber sido un delincuente. El perdón recibido de Jesús le bastó.
Así, el cristianismo prefiere confiar en la llamada “Divina Providencia”, que es el término teológico para explicar aquella “supervisión” o “intervención” por parte de Dios en ayuda de los hombres. Las cosas, en definitiva, nos suceden porque Dios las permite… y no como efecto de nuestras propias decisiones previas.