Imagen: Felipe Muhr

9 cosas que deben pasar para que los chilenos volvamos a confiar

No queremos una sociedad de personas egoístas, asustadas y desconfiadas; pero un cambio no ocurre de la noche a la mañana y sin que se den primero las condiciones necesarias para que confiemos. Estas son 9 cosas que deben cambiar para que podamos volver a confiar.

Por Marco Canepa @mcanepa | 2015-11-11 | 07:01
Tags | seguridad, confianza, corrupción, medidas, leyes, probidad, transparencia, desconfianza, educación, cívica, ciudadanos, solidaridad, sociedad
"Es un abuso del poder exigir confianza, si no creas las condiciones necesarias para que la confianza surja" - Andrés Murillo

En Chile, el que pueda cagarte, lo hará. Esa vendría a ser nuestra forma de ver el mundo; una especie de "ley de Murphy" donde la mala suerte ha sido reemplazada por la mala sangre.

Y para qué estamos con cosas, razones no nos han faltado, sobre todo en el último tiempo, para ver confirmada esta hipótesis. Políticos, empresarios y religiosos han pasado más tiempo en las noticias por sus escándalos, que por cualquier otro motivo; la delincuencia es el invitado de piedra en todos los noticieros, cada día parece inventarse una nueva forma de despojar a la gente de sus pertenencias; y las promesas sobre nuestra llegada al desarrollo y el progreso que por tantos años nos prometieron, parece cada vez volver a alejarse como un espejismo. El eterno perdedor, por supuesto, parece ser siempre el ciudadano "de a pie", ese ser anónimo que trabaja de sol a sol para juntar las chauchas para mandar a sus hijos al colegio, pagar el tratamiento de sus achaques, poner pan sobre la mesa y pagar la tarjeta de crédito, siempre sobregirada.

Pero esta desconfianza es más una actitud mental que un factor externo, una especie de virus o cáncer que se extiende sin control en nuestras mentes y que empieza a teñirlo todo. De pronto, también las ONGs, las fundaciones y corporaciones benéficas, los extraños en la calle, los extranjeros, los vecinos, e incluso colegas, amigos y familiares empiezan a engrosar la lista de sospechosos, y de pronto nos vemos viviendo encerrados en jaulas, saliendo con spray pimienta sólo en horarios de luz, negándonos a hacer ningún acto de generosidad por otro humano y, en definitiva, viviendo para nosotros mismos, en un "sálvese quién pueda" generalizado (que dicho sea de paso, sólo contribuye a empeorar la misma desconfianza que le dio origen).

No sé ustedes, pero no es así la sociedad en la que yo quiero vivir. Por eso -y en el espíritu de este medio- me pareció que era hora de buscar una solución para extirpar este mal endémico nacional. El problema, claro, es que no es fácil. Y me sorprende la liviandad de las soluciones que suelo oir en la prensa cada vez que se trata el tema, como si una o dos medidas pudiesen cambiar algo tan arraigado.

Mi impresión es que, si nos tomamos en serio el tema y lo queremos erradicar de verdad, debemos pensar un plan integral, desde la cuna hasta el cementerio, para cambiar la psiquis del chileno. A continuación señalo 9 puntos que a mi entender son esenciales para empezar a transitar en esa dirección; pero son muy bienvenidos a sugerir otras medidas.

1. Una educación que forme ciudadanos

Muy lindo eso de incorporar un curso de educación cívica a la malla curricular escolar, falta que hacía, pero no basta. La educación debiese ser un permanente entrenamiento en lo que significa ser miembros de una sociedad: apoyarnos mutuamente, asumir responsabilidades de manera conjunta, pensar en el otro, colaborar, liderar y servir. Que antes de realizar cualquier acto, consideremos no solo nuestro propio beneficio, sino también el de quienes nos rodean. Aprender a ser seres sociales y bien adaptados; que no implica, en todo caso, anular tu individualidad y libertad, sino simplemente acostumbrarte en pensar en el bien del resto, junto con el tuyo propio.

Y eso no se enseña en un curso, sino en el modo en que se diseñan todas las actividades en un colegio, desde las clases, al recreo y la hora de almuerzo (y el hogar). Podría extenderme mucho sobre el tema, pero creo que es más simple mostrarles este video de cómo se sirve el almuerzo en una escuela japonesa, país famoso por su cultura cívica (pueden adelantar al minuto 2:25).

¿Cuántas cosas aprende el niño en este sencillo proceso?: A servir a sus compañeros, a valorar el trabajo de los empleados que sirven la comida, a ver la comida como un recurso valioso, a considerar la higiene, el aseo... ¡y eso es sólo la hora de almuerzo!

Así debería ser en cualquier escuela y colegio chileno, especialmente en los el barrio alto, donde se forman casi todos los líderes empresariales y políticos del futuro. 

2. Una estructura de poder que favorezca la organización comunitaria

La mejor forma de confiar en el vecino, es conocerlo; y así lo demuestran las exitosas iniciativas de fundaciones como Techo, Mi Parque, Junto al BarrioCasa de la Paz, que organizan a comunidades para tareas específicas, pero que en el proceso generan vínculos sociales entre los vecinos, que pasan de ser un montón de habitantes viviendo juntos, a ser una verdadera comunidad en que todos se apoyan mutuamente, como solía ser antes que nos encerráramos a vivir detrás de muros y rejas de 3 metros de altura.

Pero es difícil que eso ocurra a nivel nacional, si las decisiones de temas locales no se toman directamente con la comunidad. Es bueno que existan estas ONG y algunas iniciativas gubernamentales exitosas, como el programa Quiero mi Barrio (premiado por la ONU, de hecho), pero es hora de escalarlas a una política pública oficial para cualquier materia localizada. Hablamos de que la junta de vecinos pase a ser un órgano con voz y voto en las decisiones que competen a los barrios; hablamos de presupuestos participativos; hablamos de cabildos como herramienta básica para las decisiones de cualquier alcaldía; hablamos de que las familias participen activamente en la gestión de las escuelas en que tienen a sus hijos; en definitiva, hablamos de traspasar más grados de poder a las comunidades, a los mismos vecinos, para que decidan junto con las autoridades cómo y en qué gastar el dinero, en lugar de sólo actuar como receptores pasivos del políticas centralizadas.

Esto no sólo favorecerá la creación de comunidades y confianza entre vecinos, también favorecerá la confianza en la actividad política y dará la opción a nuevos líderes a ingresar a esta profesión, desde donde podrán escalar y renovar las altas cúpulas donde se han apernado personas que ya no tienen ningún contacto con al realidad que deben gobernar.

3. Sentar acuerdos básicos sobre temas clave a nivel de sociedad

¿Qué queremos ser como país? ¿queremos iniciativa privada, provisión estatal o algo mixto? ¿privilegiamos libertad, igualdad o queremos compatibilizar ambas cosas? ¿queremos seguir centrándonos en la extracción de recursos naturales o vamos a apuntar a la tecnología y el medio ambiente? ¿seguiremos buscando resolver la delincuencia con penas más duras o apostaremos por la rehabilitación?

Hay acuerdos fundamentales a los que debemos llegar como país, y me parece que nunca hemos sido consultados. Tenemos que entrar en un proceso de reflexión y construir colaborativamente un acuerdo país sobre los temas esenciales. Este acuerdo puede tomar forma de una nueva Constitución, que sintamos representativa del alma nacional; pero no tenemos por qué esperar a que esto ocurra. Podemos empezar a buscar esos acuerdos desde ya, organizadamente como sociedad civil y que el cambio constitucional venga después, como una consecuencia lógica.

Yo creo que estamos más de acuerdo de lo que nos damos cuenta en la gran mayoría de la cosas.

4. Potenciar la economía social o "economía del bien común"

Sin duda, el mal comportamiento de las empresas y los efectos negativos del sistema de mercado en general, son un problema al que hay que ponerle atajo. Mientras tengamos la permanente sensación de que nos tratan como una billetera con patas, que valemos por sólo por lo que tenemos, que nuestros trabajos no se diferencian mucho de la esclavitud o que nuestro mundo está en peligro por la acción de los intereses económicos, jamás confiaremos en aquello que, nos guste o no, también es fundamental para nuestra propia subsistencia: la iniciativa privada.

Existe una oleada mundial de empresas que están cambiando el foco de su actuar, de maximizar ganancias, a maximizar el "triple impacto" (económico, social y ambiental). Son empresas que intentan usar el mercado para lograr un bien en la sociedad y la naturaleza, y donde hacer dinero es sólo un mecanismo para maximizar esos impactos y no estar dependiendo de donaciones. Tienen diversos nombres y en general caen dentro del concepto de empresas sociales, pero en Chile el sistema más instalado es el de Empresas B.

El Estado debería fomentar este nuevo tipo de empresas, favoreciéndolas en las compras públicas (en lugar de sólo evaluar el costo de un servicio o producto, debería considerar los impactos que genera la empresa que los ofrece); ayudarlas a competir, porque tienden a tener menores rentabilidades económicas y mayores dificultades de acceso a crédito; relajar ciertos trámites y controles, porque su propia misión garantiza su buen comportamiento; generar fondos y capitales semillas especiales para ellas, etc. Ser una empresa con fines sociales y ambientales debe ser más atractivo que ser una empresa tradicional. 

Pero incluso en las empresas tradicionales, se deben empujar cambios, como forzarlas a generar informes de impacto ambiental y social junto a sus informes y balances económicos; o empujar para modificar los incentivos de sus gerencias, para que no fomenten miradas cortoplacistas, como las que llevan a colusiones y falsear resultados económicos con tal de ganar bonos de productividad.

El Estado, sumado a las fundaciones, empresas sociales y empresas tradicionales con los incentivos correctos, podrían empezar a configurar el sueño de una  Economía del Bien Común, que en Europa ya gana adeptos y sobre la que ya les contamos hace poco.

5. Alguien tiene que irse preso (o al menos perder la pega)

"Es un abuso del poder exigir confianza, si no creas las condiciones necesarias para que la confianza surja" dijo José Andrés Murillo, presidente de Fundación para la Confianza, en FiiS 2015.

Y una condición básica para que la confianza surja, es ver que quienes tienen el poder, se rigen por las mismas reglas que nosotros y tienen límites en su accionar. Si a mí me pillan robando, me voy preso y pierdo el trabajo. Y eso es lo que pasa en países con legislaciones sanas: empresarios coludidos o estafadores terminan presos, las empresas pagan multas millonarias. Y si un político es sorprendido en algo ilícito, inmoral o comete un error importante, incluso si no es ilegal, renuncia inmediatamente. En muchos casos, además, queda vedado, por un buen tiempo, de asumir cualquier cargo público.

¿Qué pasa en Chile, en cambio? El acusado niega todo o, en el mejor de los casos, lo califica como "un error" de su parte y pide perdón, pero luego sigue con su vida como si nada; mientras sus pares se niegan a tomar medida alguna hasta no tener un fallo definitivo de la justicia, que habitualmente ocurre varios años después, cuando el tema ha sido olvidado y que habitualmente implica penas ridículas o prescripción de la causa, porque las leyes tratan con insólita laxitud a quienes ostentan cargos de poder.

Así, difícil confiar. Por eso, debemos como ciudadanos velar que tanto las medidas de la Agenda de Probidad y Transparencia, surgida de la comisión Engel, como la ley que mejora la Libre Competencia, lleguen a puerto y JAMÁS volver a votar por quien ha traicionado la confianza de la ciudadanía.

Una buena forma de seguir el trámite de estos proyectos y del quehacer político, es entrar frecuentemente a la web de Ciudadano Inteligente, donde se sigue de cerca la tramitación de las leyes de probidad y transparencia.

6. Establecer una cultura de transparencia

Básicamente, todo lo que haga cualquier organismo, público o privado, que tenga impacto social o ambiental, debería ser considerado de conocimiento público y tratarse como tal. Pero también debería ser comprensible.

La transparencia tiene que ser activa y proactiva. Esto implica saber comunicar y esforzarte por comunicar de manera clara a tus empleados, a tus clientes, a tus votantes; e implica, obviamente, renunciar a privilegios impresentables que la opacidad permite mantener.

Las empresas y gobierno deberían esmerarse en que todo lo que hacen se sepa y se entienda: qué, por qué y cómo, cuánto, cuándo. Los altos cargos de elección popular deberían transparentar durante sus campañas qué creen en una serie de materias; deberían mostrar un registro de cómo han actuado en consecuencia de dichos planteamientos, y deberían explicar el por qué de sus cambios de opinión. Y de todo esto debería quedar registro. 

Naturalmente esto no ocurre por voluntad de los vigilados, sino por presión social, porque la tecnología lo habilita y porque la ley lo fuerza. Así que, nuevamente, la sociedad civil organizada tiene mucho que decir en que este punto se haga realidad.

7. Empujar a los medios a hablar también de lo bueno

Gran parte de nuestra construcción psicológica del mundo, viene de lo que los medios nos muestran. Nuestras imágenes mentales de medio oriente, de los barrios marginales, de los extranjeros, de nuestra propia identidad nacional, están en gran parte influenciadas por lo que vemos en la TV y los periódicos. ¿Y cómo vamos a confiar si somos constantemente bombardeados con lo peor de los seres humanos?

No se trata de dejar la denuncia ¡la denuncia es súper importante! ¿Dónde estaríamos sin las denuncias de QuéPasa, Ciper, El Mostrador o The Clinic? Tampoco se trata de no contar las cosas malas que pasan, que nos importan a todos. Se trata, simplemente, de equilibrar un poco la balanza. ¡No necesitamos a los noticiarios disectando durante 20 minutos el asalto a una bencinera, cajero automático o portonazo cada noche!

Ahora bien, si ya aprobamos un 20% de música nacional en las radios, si ya obligamos a cierto porcentaje de programación cultural, si el Estado ya hace obligatorias las cadenas nacionales y ciertas campañas de bien público, ¿no sería posible exigir un 20% de noticias positivas en los noticiarios y medios de prensa y radio?

Les aseguro que no sería el acabose y que nadie tendría por qué perder sintonía. A nosotros nos ha ido muy bien con este tipo de contenidos y hay de sobra, no tenemos suficientes manos para cubrir todo lo bueno que pasa. Canal 13 y TVN ya han visto lo bien que recibe la gente noticias explicativas como las de Ramón Ulloa, que son prácticamente virales. Y existe evidencia científica que demuestra que la gente lee más y comparte más las noticias positivas, e incluso a la publicidad que se pone en esos espacios, le va mejor.

En definitiva, poniendo algo de contenido positivo en la presa, todos ganan: la sociedad, los mismos programas y los avisadores. 

8. Campañas para concientizar y desmitificar

En El Definido hemos tenido que salir al paso de muchos mitos que circulan por ahí, y que nos hacen desconfiar de cosas que, en realidad, son muy nobles. Tuvimos que explicar que los temores sobre la donación de órganos son totalmente injustificados; que es falso que el vuelto que donas en los supermercados los usen para descontar impuestos; que mucho de lo que se dice de la Teletón es falso o exagerado; que mucho de lo que se piensa de los inmigrantes no tiene sustento real, y así, un largo etcétera.

Este tipo de mitos urbanos son un veneno social, que hace daño a los más débiles y necesitados (enfermos que requieren trasplantes, ancianos, personas vulnerables, niños con discapacidad, inmigrantes) y que son agravados por la irresponsabilidad de muchos medios con agenda política que ven en ellos pasto seco para sus guerras ideológicas. Como dicen "una mentira da la vuelta al mundo mientras la verdad recién se pone los zapatos". Estas nociones hay que combatirlas con información, explicando con paciencia, en detalle, con evidencia; pero no podemos estar solos en esta tarea. Debería ser una campaña permanente a nivel país, empujada por el gobierno, pero fortalecida por el sector privado, de reconstruir confianzas educando sobre temas complejos y delicados.

Más aún, estas campañas no deberían limitarse a combatir mitos negativos, sino que deberían contribuir a formar ciudadanos conscientes, mostrando los efectos, por ejemplo, de tocar la bocina, no pagar el pasaje, quedarse plantado en el pasillo del bus, tirar colillas de cigarrillo, meterse al cruce en el auto cuando no hay espacio del otro extremo, etcétera.

Deberíamos construir un relato nacional y usar la presión social y nuestro propio orgullo para conducirnos a actuar mejor: de manera más respetuosa, más culta y más solidaria. El márketing no tiene por qué ser sólo para vendernos cosas.

9. Partir por casa

Por último –y esto es lo más trascendental y lo más difícil– debemos partir por ser confiables nosotros mismos.

¿Tú te consideras una persona confiable? ¿Piensas que contribuyes en eso? Si tu respuesta fue sí (y probablemente lo fue), no deberías tener problemas con lo siguiente.

Si decimos que llegaremos a cierta hora, debemos estar ahí a esa hora. Si nos comprometemos a hacer algo, debemos cumplirlo, y si no queremos hacerlo, debemos decir que no de frente, no primero aceptar y luego inventar una excusa a última hora para zafar. Debemos pagar la micro, por malo que encontremos el servicio, porque al final el servicio lo estamos usando igual y lo que no paguemos, lo tienen que pagar los otros pasajeros o los impuestos que deberían ir a cosas más importantes. Si te rayé el auto, te dejo un papel con mi contacto. Si dice "no estacionar", no estaciono. Si encontré algo botado, hago un esfuerzo real por encontrar al dueño o lo entrego a un policía, no me lo meto al bolsillo. Si me dieron vuelto de sobra, aviso. Si de frente te digo algo, no digo otra cosa a tus espaldas. Si en mi trabajo me piden hacer algo antiético, digo que no, y no simplemente me lavo las manos diciéndome que "así es la pega" y que estoy obedeciendo órdenes o que todo el resto lo hace. 

La sociedad la construimos entre todos, y es una hipocresía exigir a otros lo que nosotros mismos no hacemos. Como decía el gran León Tolstoi: "Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo".

¿Qué más propones para recuperar la confianza?