Los altos costos en la producción de libros, la opacidad del mercado editorial, la ausencia de estímulos tributarios a la venta de libros, las pocas instancias de fomento a la creación literaria y las bajas tasas de lectura en Chile, son el telón de fondo del complejo escenario al que se enfrentan los escritores nacionales.
El enorme talento literario chileno se expresa con diversidad a través de los distintos géneros literarios. Grandes poetas, cuentistas, novelistas y ensayistas enriquecen nuestra literatura, lo que nos ha significado ser reconocidos internacionalmente como un país de grandes letras. Sin embargo, la producción editorial en nuestro país forma parte de un nicho reducido y poco rentable.
A continuación examinamos algunas de las trabas que frenan un mercado literario más dinámico.
Los círculos literarios en nuestro país, son evidentemente cerrados. Rodrigo Hildalgo, quien es Editor de Balmaceda Arte Joven señala que “estamos en un Chile en el que nos leemos entre nosotros, nos editamos entre nosotros, compramos libros entre nosotros, y asistimos a los eventos literarios entre nosotros. Debemos generar interés en la población a través de la educación. La industria es precaria porque está condicionada a un mercado precario; no hay compradores, porque no hay consumidores; no hay demanda por lo tanto, no hay oferta”.
Según los resultados de un estudio hecho en el año 2012 por el Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública de la Universidad Central, se determinó que el 41,5% de los chilenos asegura “no haber leído ni un solo libro en el año”. En tanto que el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC) indica en una investigación respaldada por la UNESCO (2011), que en nuestro país la lectura además de ser escasa, es “obligada”. Las estadísticas indican que la lectura recreativa en Chile se reduce a tan sólo un 7%. La mayor parte de la lectura en Chile (73%) se realiza con fines académicos y laborales. “En Argentina y Brasil un 70% y 47% de las personas lee por diversión e iniciativa propia, en tanto que en Chile la cifra apenas llega al 7%.
La principal razón que esgrimen los chilenos que no leen, radica en la falta de tiempo (36,6%), aunque es posible atribuir esto más bien a la falta de hábitos de lectura, puesto que siempre queda algún momento para el relajo y el esparcimiento, que habitualmente se destina a otras actividades recreativas.
La tramitación inicial es relativamente económica, se deben costear los permisos y derechos correspondientes. En primera instancia, se debe registrar la obra en el Registro de Propiedad Intelectual (10% de la UTM) y posteriormente inscribirla en el International Standard Book Number (ISBN) por unos $12.400.
Sin embargo el costo de edición y producción promedio de un libro de edición modesta, de 250 hojas y 500 copias, bordea los $2.500.000 en nuestro país, unos $5.000 por libro. Esto, sin considerar los costos de lanzamiento, difusión y distribución. Las distribuidoras cobran, por ejemplo, cerca de un 25% del valor del libro, en tanto que las librerías suman a su precio final un 40% más. Y finalmente se agrega el IVA, tema sobre el que hablaremos más adelante.
Ante un mercado pequeño y que invierte poco en lectura, sumado a los altos costos de producción, existen pocos incentivos para las casas editoriales a tomar riesgos. Así, muchos autores se enfrentan al rechazo de sus obras por parte de éstas, especialmente si no calzan con las temáticas y estructuras más probadas del mercado.
Si bien existen no pocas editoriales independientes y emergentes, muchas son de corta existencia, pues operan con cierto grado de informalidad, poco acceso a los canales tradicionales de distribución, colecciones pequeñas y grandes dificultades logísticas y financieras; todo lo cual juega en contra del real alcance y difusión que un autor puede esperar apostando por ellas.
Por último, existe un sinnúmero de malas prácticas en el mercado editorial, desde contratos abusivos a ocultamiento de información sobre los volúmenes reales de producción y ventas, que atentan contra el interés del autor. Aunque existe la obligación legal de pagar al autor como mínimo un 10% del valor a público por las unidades vendidas y de presentarle completos informes de venta al menos una vez al año, éstos últimos no tienen más opción que confiar en que dichos informes dicen la verdad, pues no existe forma de verificar la información. A esta opacidad no contribuye el hecho de que las librerías se niegan a entregar a los autores su información de ventas y que, al administrarse independientemente (incluso dentro de una misma cadena), resultaría extremadamente engorroso levantar la información desde cada una, si accedieran a entregarla. Otros canales de venta de las editoriales, como ferias y venta directa, son igualmente imposibles de fiscalizar. Así, el autor queda a merced de la honestidad (o falta de esta) de quienes editan sus libros.
Por ello, urge implementar medidas que fuercen a una mayor transparencia del mercado editorial, aprovechando la digitalización de las transacciones y la existencia de bases de datos automatizadas a las que se podría echar mano para facilitar el acceso, por parte de los autores, a la información de venta de sus libros.
Publicar de manera independiente implica para el autor una tarea adicional a la de la creación en si misma. Sometidos a mismas reglas del mercado chileno, los escritores deben buscar algún método de financiamiento. En caso de optar por acceder a un fondo estatal, la vía a seguir es la de fondos concursables, un mecanismo por lo menos, cuestionable.
En Chile el único incentivo estatal concreto es el del Fondo del Libro y la Lectura, del CNCA. Pero la adjudicación de esta beca a la creación no es sencilla. Se divide en dos categorías: escritores inéditos y profesionales. En el segundo caso, la competencia incluye tanto a escritores consagrados, como a aquellos emergentes, aunque hayan publicado tan sólo una obra y esta sea una auto-publicación.
Postular a un fondo concursable se transforma en un tema de experticia técnica, en el que no predomina el talento, la creación artística, ni la cultura, si no la correcta formulación de proyectos. Conocidos son los casos de grandes grupos económicos que se han adjudicado fondos culturales, lo que demuestra la inequidad de un sistema que pretende ser accesible para todos a través de convocatorias abiertas, pero que debido a su forma, deja al margen a quienes no sean capaces de fundamentar presupuestos.
El periodista y escritor Gabriel Canihuante señala, en una columna de opinión, que “los recursos con que se financian estas publicaciones derivan del erario público. Tal es el caso de libros que se han impreso gracias a becas de creación o a dineros que salen de otros proyectos culturales. En estos casos tampoco hay, necesariamente, un filtro de calidad”.
Es legítimo para un poeta preguntarse si está siendo juzgado por la belleza de su lírica o en cambio, por la presentación un proyecto viable. El artista, o en este caso, el escritor, debe incurrir a asesorías externas que les faciliten rellenar los requerimientos y formularios. Tanto es así, que en el año 2010 se creó abiertamente la empresa Dispositivo Cultural, en la que profesionales de distintas áreas asesoran técnicamente a los postulantes de fondos concursables culturales.
Por otro lado, las postulaciones son tan sólo una vez por año. La cultura sea cual sea su expresión, está en constante movimiento y en constante creación, por lo que debiésemos tener fondos permanentes, replanteando oportunidades y procesos de postulación constantemente a través de un sistema inclusivo y en el que prime el talento o el valor cultural por sobre la burocracia bien armada.
Si bien hay una progresiva preocupación en torno a mejorar la lectura en nuestro país por parte de las entidades estatales, no existe hasta el momento un fomento real hacia la creación literaria.
Si bien el problema de la lectura en nuestro país obedece en gran medida a rasgos culturales y educativos, es lógico suponer que los bajos índices de compra de libros en nuestro país también se deben, en parte, a sus elevados precios. Se calcula que apenas el 46% de los libros que leen los chilenos son comprados. Pero, ¿si efectivamente los libros tuviesen rebaja o exención de IVA, compraríamos más?
Según una encuesta realizada por la Fundación La Fuente y Adimark en el año 2010, el 65,3% de los encuestados afirmó que sí compraría más libros ante posibles rebajas en el IVA. Al menos según esta encuenta, entonces, esto podría ser un incentivo a la industria literaria.
Si bien diversos estudios demuestran que este tipo de medidas tienen poca incidencia en cambiar la actitud de aquellas personas que no se consideran lectoras, sí tienen un impacto en la demanda de aquellos consumidores que se definen como lectores, lo que podría agregar un estímulo vital al mercado literario nacional.
No deja de ser discutible que en nuestro país la venta de libros no cuente con ningún tipo de descuento o exención en el IVA. Cabe destacar que Chile es el segundo país en el orbe (precedido sólo por Dinamarca) en tener el IVA asociado al libro más alto.
Por ejemplo, dentro de América, Estados Unidos y Canadá, cuentan con un descuento que limita al IVA a máximo un 7% para libros, mientras que en otros países de nuestro continente como Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela, hay una exención total de IVA al libro.
Con todo, ninguna exención tributaria puede combatir los altos costos de producción y distribución que emergen de tener un mercado literario poco dinámico y de escasa lectura, lo que impide alcanzar las economías de escala necesarias para reducir costos, dar sustentabilidad a proyectos editoriales más atrevidos y obtener mejores márgenes para todos los actores de la cadena.
Por esto, debemos hacer accesible la lectura a toda la sociedad y alejarla del nicho pequeño y elitista que sabe quién es Roberto Bolaño. Para que una mayor cantidad de chilenos lean, debemos partir desde el inicio: desde la educación en la familia y en las escuelas, haciendo hincapié en su valor recreativo e integral y no tan sólo en el tradicionalmente académico.
No debemos olvidarnos de la lectura por placer y entretenimiento, ya que es también un camino al desarrollo de competencias y destrezas como la ampliación del léxico y el desarrollo de la creatividad y la imaginación. Para ello, es importante dejar de abordar la lectura, en nuestros colegios, como una obligación a ser evaluada mediante pruebas y exámenes, para pasar a ser un acto de placer y enriquecimiento.
Los beneficios de leer son variados e innegables y no debemos dejar de insistir como sociedad en su fomento. Pero para ello, no basta con la ejecución de planes y programas de lectura por parte de los ministerios, ni con tener mejores infraestructuras ni mayores catálogos en las bibliotecas. El aporte, si bien es efectivo, de nada servirá si no existe el interés.
La sociedad adquiere un valor cultural e integral a través de la lectura y esta debe ser promocionada desde la niñez.