Imagen: Felipe Muhr

Peleamos, nos arreglamos, nos mantenemos en esa pero... somos hermanos

No siempre es fácil la relación con los hermanos, pero en el gran partido de la vida, ellos siempre serán de tu equipo. Mane Cárcamo les dedica una oda a esos cómplices genealógicos y nos aconseja tenerlos cerca y formar a nuestros hijos en esa amistad filial.

Por Magdalena Cárcamo @manecarcamo | 2015-12-21 | 13:14
Tags | Hermanos, familia, amigos, navidad

Te disputaste los chocolates cuando eras chico, te defendió cuando algún pololo te hizo sufrir, te tapó un condoro con tus papás cuando era irrelevante y habló con ellos cuando consideró que su amor se manifestaba en hacerles saber algo que podía ponerte en riesgo. Tal vez hiciste esa cochinada de compartir escobilla de dientes y el desodorante, le dijiste cosas hirientes y aprendiste a echar de menos cuando ya no vivían juntos. Esos son los hermano/as. Gente que por definición uno debe querer, cuidar, ayudar y perdonar siempre.

Ayer fui a una misa en donde el sacerdote habló del Año de la Misericordia. Y uno de los puntos que tocó, es aprovechar la Navidad para acercarse a esas personas con las que uno está distanciado. Un medio palo sin anestesia para la mitad de los presentes. Y esa pequeña reflexión terminó en una conversa con mi vecina acerca de lo heavy que debe ser estar peleado con un hermano/a. Hay relaciones que lamentablemente no se pueden recomponer, pero con los hermanos soy simplemente talibana. Compartimos sangre, historias de infancia, penas y códigos propios. Con los hermanos discutimos, nos tiramos pesadeces, nos mandamos a la punta del cerro, pero NO NOS PELEAMOS definitivamente. Porque no nomás. Punto final.

Son las 10 de la noche y siento que el Sename podría llegar a mi casa. He retado varias veces al cabrerío para que se queden dormidos y la paciencia es una palabra que se borró de mi diccionario. Me echo resignada en mi cama hasta que escucho ataques de risas incontrolables y planes en secreto para hacerme creer que están cayendo en los brazos de Morfeo. Y ahí comienzo a derretirme y fantasear sobre cómo serán mis hijos en 20 años más. Me los imagino carreteando juntos, invitándose a sus casas con mis afortunadas nueras, planeando viajes, ayudándose cuando uno se quedó sin pega, chocheando con los hijos del otro y ante todo… muy amigos.

Porque ¿qué haría uno sin los hermanos? Sé que muchos hijos únicos saltarán con este comentario, pero a mí el tener un hermano en muchas ocasiones me ha salvado. Esa sensación de incondicionalidad, el reconocernos aunque muchas veces vivamos y pensemos de maneras distintas, el poder pelar en conjunto a nuestros padres (Porque, ¿se han dado cuenta que a los únicos a los que uno les aguanta que hablen mal de los propios padres es a lo hermanos?) y el saber que un hermano es un amigo sin restricciones de amor, es un sentimiento que aplaudo y defiendo a morir.

Mis hijos saben que de la puerta para adentro pueden haber batallas dantescas, celos, incomprensiones y peleas fuertes, pero al salir al mundo real la lealtad y la protección no se cuestionan. Porque si entre hermanos no nos cuidamos, mejor cerremos por fuera.

Y ¿qué pasa cuando no hay onda entre hermanos? Es triste pero también puede pasar. Cuando veo que hay hermanos que no saben nada de sus vidas, peleados por plata, que ven a sus sobrinos en la calle y no los reconocen, encuentro que esa situación es más triste que ser Miss Colombia hoy (googleen Miss Universo 2015 y me entenderán).

Los padres no tenemos cómo garantizar que nuestros hijos sean amigos, cómplices e inseparables. Pero sí creo que hay pequeñas cosas que pueden ayudar a generar un vínculo fuerte y amoroso: dormir juntos en la misma pieza, preocuparnos de hacer actividades en donde sólo participe la familia nuclear (sin amigos, ni primos, ni vecinos u otros) permitiendo construir una propia cultura, enseñarles desde chicos a decir lo que les duele, a conversar con respeto y pedir perdón, hacerlos trabajar en equipo en labores de la casa, defender la diversidad como un valor en dónde el mateo no es el ídolo de la casa, ni la porra el cacho, y ante todo, hacerles ver de manera consciente que uno puede perderlo casi todo en la vida, pero que al final,esa gente con la que compartimos sangre y lugares en el árbol genealógico, es lo más valioso que cualquier ser humano puede tener. Porque no se equivocaba Sir John Bowring al decir que “Una familia feliz no es sino un paraíso anticipado”. Y los hermanos, sin duda, son parte fundamental de él.

¿Tienes hermanos? ¿cómo te llevas con ellos?