Imagen: Marina Menegazzo y María José Coni

Por las turistas argentinas, por todas las mujeres y también por los hombres

Por las turistas argentinas, por mis amigas, por mis hermanas, por mi hija, por mí y por todas las mujeres. Y también por mis amigos, por mi hermano, por mi hijo y por todos los hombres. Por favor dejemos de pintar al sexo masculino de depravado y al femenino de provocador.

Por Macarena Fernández | 2016-03-02 | 12:13
Tags | Abusos, machismo, crianza, educación, sexualidad

Si escribo esto es porque al igual que a todos, la macabra noticia del abuso, tortura y asesinato de las dos jóvenes argentinas en Ecuador, me ha dejado helada hasta los huesos. Indignada, asqueada, asustada y completamente descompuesta. Y no tan sólo por el hecho en sí, que ya de por sí es terrible: que el viaje de dos mujeres jóvenes termine de esta manera; sino por el trato morboso e indignante que se le ha dado a la noticia, y los innumerables comentarios que han surgido al respecto.

“¿Qué hacían dos chicas de 20 años solas en Ecuador?”, “¿Por qué le hablaron a desconocidos?”, “¿Por qué terminaron alojando en la casa de unos ecuatorianos a quienes acababan de conocer?”, “¿Por qué andaban mochileando?”, “¿Por qué se quedaron sin plata y decidieron ahorrar alojando con desconocidos?”.

En lugar de estar hablando de los desgraciados que las torturaron, asesinaron y arrojaron en bolsas de basura en la playa, estamos hablando de ellas: dos niñas que hoy están muertas y que no pueden dar explicaciones, ni contar los hechos como verdaderamente fueron. Dos jóvenes que no pueden defenderse hoy, porque dos depravados les quitaron la vida.

Que si fueron ingenuas, que si estaban con trago o con drogas, que si fueron confiadas, irresponsables, inmaduras, provocativas. Por favor… he llegado incluso a leer comentarios de que ellas se lo buscaron. Y es aquí donde de frentón me descompuse y no puedo quedarme callada. 

Porque es injusto.

Que se hayan topado con un par de depravados es terrible, pero es pura mala suerte. Le podría haber pasado a cualquiera, hombres o mujeres. Es injusto que por ser mujeres tengamos que vivir con miedo. Es injusto que tengamos que dejar de caminar solas porque algo nos puede pasar. Es injusto que no podamos vestirnos como queremos, porque podemos “provocar” a alguien. Es injusto tener que probarnos profesionalmente, porque si somos bonitas y mujeres, nadie nos va a tomar en serio. Es injusto que no podamos irnos de vacaciones con amigas porque nos pueden violar y matar.

Pero también tengo amigos, hermanos y soy mamá de un hombre. Y también encuentro horriblemente injusto que el hecho de que hayan sido dos hombres los asesinos, no llame la atención, y que a raíz de esto mismo, generalicemos y creamos que todos los hombres son depravados. Que todos los hombres quieren abusar de nosotras, que todos los hombres son seres sexuales por sobre pensantes, y que hay que tenerles miedo.

Perdón, pero el tema que hay que tratar es este. Porque, ¿qué nos dice? Que vivimos e incentivamos una sociedad completamente enferma y errada. A las mujeres nos enseñan desde pequeñas a que no debemos provocar a los hombres, que tenemos que ser señoritas, que debemos cuidarnos, que los hombres son seres sexuales. Que si caminamos solas frente a un grupo de hombres, bajemos la mirada para pasar desapercibidas y que jamás les contestemos de mala manera ante algún piropo, porque nuevamente, los estaríamos provocando.

Y la verdad es que creo que ahí surge la raíz del problema. Este tipo de crianza es el que tanto daño hace a nuestra sociedad, tanto a mujeres como a hombres. Porque por un lado, ningunea al sexo masculino, al intentar demostrar que ellos no son culpables, sino que es su instinto, su condición por ser hombres. Es tratarlos directamente de animales, y además sirve de excusa para normalizar y justificar cualquier tipo de abuso.

Y por otra parte, victimiza erróneamente a las mujeres, quienes deben crecer con esa inseguridad, desconfianza y miedo constante, como si los hombres fuesen seres monstruosos que lo único que quieren es abusar de nosotras. Es crecer con miedo, a la defensiva, pidiendo perdón al mundo por ser mujeres. Es incluso culparnos ante desgracias de este tipo, porque claro, “él me trató así, pero yo lo provoqué”. ¡Por favor!

Taparse el escote, bajar la mirada, ignorar los comentarios obscenos , los bocinazos, los agarrones, pasar por alto las miradas depravadas en la calle y en el metro, hacer caso omiso a los comentarios machistas y sexuales, es sinónimo de victimización: de pedir perdón por ser mujeres. Es incentivar esta odiosa costumbre tan arraigada a nuestra sociedad que dicta que las mujeres somos provocativas y los hombres, depravados.

Si somos mujeres, si somos atractivas, si somos inteligentes, caminemos con la cara en alto y miremos a los hombres directamente a los ojos. No vayamos por la vida avergonzadas por ser mujeres, ni mucho menos con miedo a los hombres. Es injusto para nosotras y también para ellos, porque el mundo es de ambos.

Y es cierto, existe un puñado de cobardes que se sienten con el derecho de abusar de nosotras de cualquier forma. Pero no generalicemos. Mirarlos a los ojos es decirles: yo también observo y sé cómo me estás mirando, es decirles tengo el mismo derecho que tú de caminar sin miedo en la calle, es enfrentarlos y quitarles ese absurdo poder del que algunos creen ser dueños. Van a ver cómo en dos segundos los depravados van a bajar la mirada o al menos no se van a atrever a decir esa obscenidad que estaban pensando.

Y por otra parte, los otros hombres, la mayoría de hecho, que no son depravados, lo van a agradecer, porque es decirles: te miro a los ojos porque no te tengo miedo, porque eres una persona que está caminando por la calle con el mismo derecho que yo, porque te respeto.

Estas dos jóvenes a las que abusaron y asesinaron en Ecuador, no les pasó porque fueron ingenuas, confiadas, provocativas ni idiotas. Eran mujeres jóvenes como tú y como yo, que estaban de vacaciones, que querían conocer y pasarlo bien como cualquier otra joven de su edad. Estos dos jóvenes ecuatorianos que abusaron de ellas, que las torturaron, asesinaron y las arrojaron a la playa, no lo hicieron por estar con trago ni por instinto, ni por ser hombres. Lo hicieron por ser unos depravados enfermos, antisociales y delincuentes, que podrían haber sido hombres o también mujeres.

Dejemos de incentivar discursos y crianzas tan absurdos y sexistas, que lo único que hacen es que vivamos con miedo al género opuesto. Dejemos de condonar este tipo de actos, argumentando que los hombres son así, y que prácticamente las culpables son ellas porque se “expusieron”. Esto es decirles a todos los hombres: son unos depravados y a las mujeres: son unas cualquiera.

Inculquémosles a nuestros hijos e hijas la importancia del respeto y que este respeto sea transversal, el respeto hacia el ser humano como tal, y hacia sí mismos, sin diferenciaciones por género, porque esto sólo confunde y potencia las desigualdades. Inculquémosles a nuestros hijos e hijas la desaprobación hacia la violencia de todo tipo, sin ambigüedades y no sólo a los niños al decirles: a las mujeres no se les pega. Porque no se les pega a las mujeres, pero tampoco a los hombres. Eduquemos a niños y niñas con criterio, creo que eso es algo que no siempre se hace. Niños y niñas que sepan qué acciones están bien y qué acciones mal, en todo tipo de sentido y en especial en las relaciones (con los padres, profesores, hermanos, amigos, vecinos y extraños). Yo creo que por ahí va la base y la diferencia.

Que ser mujer o ser hombre no sea un factor de riesgo. No existen potenciales mujeres violadas ni potenciales hombres abusadores. Existe educación y existe crianza. Hagámonos cargo.