Imagen: Felipe Muhr

Por qué sigo siendo católica

En un contexto de frecuentes escándalos, Mane Cárcamo explica por qué sigue creyendo en su Iglesia. Y de paso, hace un mea culpa respecto a su propio actuar, y el de otros como ella, a la hora de predicar con el ejemplo.

Por Magdalena Cárcamo @manecarcamo | 2016-03-07 | 14:01
Tags | religión, fe, coherencia, pasión, iglesia, católicos, catolica, sacerdotes, caridad

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Los escándalos y polémicas que rodean a la Iglesia Católica suelen tomarse la agenda noticiosa. En mis chats familiares se producen debates acalorados acerca de sus líderes, el papel de la institución, el Papa y su influencia en el mundo. No les miento que estuvimos dos días discutiendo el tema vía WhatsApp, con los más variados puntos de vista acerca de lo que la Iglesia (para algunos nuestra) necesita hoy. Mi familia no es parámetro, llega a ser latera de buena para la conversa, pero sin duda la fe y la religión son temas que llenan páginas de diarios, tuiteos apasionados y muchas horas de TV.

En El Definido escribo columnas de opinión. Por ende lo que viene a continuación me representa, como dice la palabra, sólo a mí, mis creencias y lo que pienso acerca de esa locura inexplicable llamada Fe

¿La Iglesia católica se equivoca? Sí y mucho. ¿Hay actitudes que me enojan y entristecen? Más de las que me gustaría. Entonces… ¿por qué seguir siendo parte de ella? ¿Por qué educo a mis hijos bajo sus mandamientos y los invito a seguir perteneciendo?

Hay una Iglesia que no aparece en los portales de medios online, ni en las discusiones de las cartas al Director y en la que probablemente muchos de sus miembros se meten con suerte una vez a la semana a revisar sus mails. Hay una Iglesia silenciosa que acompaña a los enfermos, los toma de la mano en sus últimos suspiros cuando nadie se acuerda de ellos y les organiza un funeral en el que la única flor que hay en la tumba, es la que puso esa persona que le cerró los ojos al que murió solo y abandonado.

Hay una Iglesia que acompaña en el dolor a los afligidos, sin hacer nada más que escuchar a ese que lo está pasando mal, se equivocó como nunca en la vida o no es capaz de sobrellevar sus pequeñas dificultades que por muy chicas que parezcan son SUS dificultades.

Hay una Iglesia que está con los ancianos, con los niños, con los inmigrantes, con los que nadie quiere estar y lucha porque tengan una vejez digna, una infancia feliz, un lugar en el mundo y alguien que se la juegue porque sus derechos sean escuchados y respetados.

Hay una Iglesia que, sin hacer ruido, trabaja día a día en pueblos que no aparecen en los mapas, haciendo el bien con humildad, sin querer nada a cambio y verdadera vocación por los demás. Una que, según un estudio realizado el 2007, está a cargo de 5.378 hospitales, 521 leprosorios, 15.448 casas para ancianos, enfermos crónicos y minusválidos, 9.376 orfanatos y 33.146 centros de educación, entre otros.

Esa es la que me motiva, me inspira y me invita a seguir llamándome católica.

Y cuando leo o converso con católicos bien informados e inteligentes que con un sour los domingos, hablan de “los curas” o “la Iglesia” haciendo críticas muchas veces bien fundamentadas, pero poco comprometidas, pienso cuán al debe estamos los laicos que nos hacemos llamar católicos. Aquí haré una reflexión para quienes bautizamos a nuestros cabros, nos vestimos de blanco para tener un compañero de Isapre y llamamos a un cura cuando nuestra abuela partió al más allá. Si no eres uno de ellos, capaz que te aburra este tema y no me sentiré ofendida si dejas de leer.

Creo que los que somos católicos nos metemos poco en la Institución y trabajamos con menos pasión que repartidor de guías telefónicas por mejorar nuestra Iglesia. ¿Por qué sentimos que todo depende de los sacerdotes? ¿Qué hacemos desde adentro para que nuestra Iglesia sea más caritativa, acogedora, empática, justa y transparente? ¿Nos hemos acercado a decir lo que nos molesta y ofrecer nuestros talentos para contribuir a hacerla mejor?

Porque acostados, con el scaldassono en 3, sintonizando el reality de moda es bien fácil encontrar que todo está mal hecho y darle consejos vía tuiter al Papa Francisco.

Hay sacerdotes que se han equivocado de las maneras más tristes, espantosas y desilusionantes para cualquiera que se diga seguidor de Jesús, pero hay miles (y creo que la mayoría) que hacen su pega de corazón, transformándose en sospechosos sólo por llevar una sotana y de los que nadie se acuerda. Por cada Karadima, creo que hay 10 Padres Hurtado viviendo su vocación con audacia, pasión y verdadero amor por los más desvalidos. Llámenme ingenua, pero soy una ferviente convencida que el mundo está poblado por mucha más gente buena que mala.

Y también habemos muchos católicos comunes y corrientes que hemos sacado PhD en opinología, con saldo en contra en acciones concretas, haciendo muy poco porque esa, nuestra Iglesia, que nos ha hecho felices en los momentos más simples, que no ha acompañado en los oscuros y que nos ha escuchado en la confusión, sea mejor y más fiel al mensaje que trajo su líder.

Entonces, no nos tapemos los ojos con sus errores ni neguemos sus grandes caídas, pero creo que a todos aquellos que aún tenemos el corazón comprometido con su mística y llamado, nos haría bastante bien soltar el CandyCrush, arremangarnos la camisa y trabajar por ella desde donde sea que nos toque. No necesitamos irnos a África para ser solidarios, ni ser Ministros de la Corte para aplicar justicia. Es muy simple, pero muy concreto: tratemos de ser ejemplo en nuestra vida cotidiana y en todos aquellos pequeños actos que día a día ponen a prueba la coherencia con que vivimos esa Fe que decimos profesar. E intentemos hacerlo con alegría y sin apuntar al otro. Con valentía y humildad. Con honestidad y respeto. Haciéndonos cargo con amor, espíritu crítico, lealtad y compromiso de lo que como católicos laicos, esperamos con harta patudez que haga todo el resto del mundo…menos nosotros.

¿Qué fe profesas? ¿Eres coherente con ella?