"Un viaje es como el matrimonio. La manera certera de estar errados es pensar que tenemos el control". La frase es de John Steinbeck, un escritor norteamericano que ganó el Nobel de Literatura, y que no conocía hasta que me topé con esta gloriosa reflexión.
Creo que hay pocas cosas en la vida que me gustan más que viajar. Disfruto desde que gugleo un destino hasta el momento en que en el que abro la puerta de mi casa pensando “lástima que terminó” y me cae con desolación una lagrima venezolana en por mi mejilla.
¿Qué me gusta de los viajes? TODO. Amo la comida del avión, porque me gusta la comida con todas sus letras. Me encanta el modo aeropuerto, mirar las ciudades cuando vas en el taxi que te lleva al hotel, echarme 56 perfumes en el Duty Free que nunca compraré, observar la gente vivir con ojos de turista que nos hacen conectarnos con esa emoción que muchas veces hemos olvidado: el ASOMBRO.
Por lo mismo, cuando viajo tengo muy claras algunas experiencias que me gusta vivir y las cumplo religiosamente. Porque, hay muchas cuotas comprometidas, no estamos para despilfarrar esos buenos momentos.
Hay gente que este ítem lo encuentra chulo. Díganme chula sin anestesia. Soy de las que ve películas, juega Tetris, hace playlist de música, se lee las revistas fomes de la aerolínea, no perdona NINGUNA comida, abre al tiro esa toallita húmeda a la que nunca le he encontrado algún sentido (si es que la dan), se come los dulces de regalo, usa los chales, las almohadas y el tapaojos. Todo me gusta, sirve y gozo. Debo ser la pasajera más feliz de cada vuelo. Incluso considero que merezco premio.
Hacer amigos en un viaje es muy distinto a meter conversa. Cuando viajo no quiero generar nuevos vínculos, pero si me encanta conversar con gente a la que probablemente nunca más veré. El encargado del bar, la vendedora en la playa, el clásico taxista o el niño que chapotea a tu lado en la piscina. Hablar de la vida cotidiana, de lo que les gusta de su país, de lo que anhelan y lo que les molesta, es un ejercicio de apertura muy enriquecedor. Más para nosotros los chilenos que nos encanta repetir el famoso cliché “es que en este país bla, bla, bla”. Es ahí donde muchas veces nos damos cuenta que no estamos tan mal o que tampoco somos tan bacanes como creemos. Dejar de mirarnos el ombligo por un rato, hace bien.
Siempre hay un día en que le dedico un par de horas a la televisión local. Los que han viajado conmigo me han juzgado por eso. Pero, en verdad, me da lo mismo, porque el tiempo es mío y el crédito de consumo también. En Paraguay la tele era más lenta que cascada de manjar, en Argentina son unos astros de la entretención y el debate, en Brasil hay unos canales que solo hablan de la agricultura (prácticamente la Revista del Campo llevada a la TV) y en Republica Dominicana el diseñador de la gráfica nunca cachó que estamos en el 2016. El diseño de Pacman es futurista al lado de esa estética.
La tele dice mucho de los lugares que uno conoce. Y para mí, que soy una "tevita" asumida, ver teleseries tipo Morelia, matinales donde se demoran una hora en hacer una receta y discusiones más tensas que un encuentro entre Pampita y Vicuña, instalarse a mirar programas de otros país son momentos maravillosos de mis añoradas vacaciones.
Si vamos a viajar hay que negarse la comodidad y salir de la zona de confort. No estamos para comer carne con puré o arroz con pollo. No pues, hay que ser audaces y probar algo que no esté a la vuelta de la esquina. Un cuye entero a la parrilla, grillos fritos, ancas de rana o cualquiera de esas cosas que puede almorzar "el Bichólogo" en una de sus travesías. Además es importante que el momento gastronómico lleve foto, para que cuando contemos la historia (tenga sufrimiento incluido o no), exista la prueba fidedigna de lo que relatamos. Parte del goce del viaje es contarle a los amigos nuestras aventuras viajeras y eso de revivir los momentos alucinantes es una razón más para justificar el check in.
Estoy de acuerdo que cuando uno visita otro país hay lugares que debe conocer, casi como la obligación que tenemos de pagar nuestros impuestos y respetar las luces rojas. Pero creo firmemente que no todo puede ajustarse al manual de los lugares comunes del destino. Y aquí la pega estilo PDI es importante e implica una labor investigativa previa fascinante. Visitar a una artesana que tiene más historias que la Trutruca, comer en la casa del guardabosques, asistir a una ceremonia religiosa o buscar la playa menos ondera del lugar, es parte del desafío del viaje. Porque ahí uno ve la cultura real y no la maqueta que muchas veces nos construyen a los turistas. Nos topamos con la naturalidad y no con el guía agotador que nos quiere vender otro paquete más para cumplir su meta mensual.
Pero en ese caso también tenemos una responsabilidad. Guardar el celular, manejar la ansiedad de querer grabar cada aspecto novedoso, para poder realmente vivir esa experiencia. Acá no importa si nuestros amigos no nos creen que fuimos testigos de algo que jamás imaginamos. Sólo nos basta que nuestra memoria lo registre con respeto, asombro y agradecimiento.
Corran a mirar las ofertas, cómprense menos botas y más millas. E inviten a los suyos a viajar. Mientras yo lo hago … con la imaginación.