Hay decenas de películas sobre superhéroes, donde los protagonistas se dedican a “salvar el mundo” de un desastre total y con toda la trama y entretelones que la fantasía implica. Pues bien, hoy les contaremos la historia de dos personas de carne y hueso que, debido a su audacia y perseverancia, permitieron que el mundo siga existiendo como es hoy. Ambos eran soldados de la Unión Soviética, en dos décadas distintas, que estuvieron en el lugar y momento exacto para, literalmente, salvar el mundo. ¿Qué es lo que hicieron?
El primer día en que la humanidad casi desaparece como la conocemos, fue el 27 de octubre de 1962, en plena guerra fría. Específicamente, se vivía la llamada “crisis de los misiles” en Cuba, cuando la tensión entre EE.UU. y la entonces Unión Soviética, estaban a punto de sobrepasar un punto de no retorno, que los podría haber llevado a aniquilarse mutuamente, por razones políticas, económicas e ideológicas. ¿Se acuerdan de las clases de historia?
El escenario: un avión espía norteamericano había sido derribado al volar sobre Cuba, mientras que otro fue atacado sobre espacio aéreo ruso. Aparentemente, las cosas ya habían cruzado esa línea tenue, que a veces separa la guerra de la paz.
En pleno mar Caribe, el destructor norteamericano USS Beale, comenzó a soltar cargas de profundidad sobre el submarino nuclear soviético B-59, donde Vasili Arkhipov era parte de la tripulación. Las cargas de profundidad, al estallar, producen un monstruoso cambio de presión, que es letal para los submarinos, pues los aplasta como latas de bebida.
Pero en realidad eran cargas de salva, inofensivas, “tiros de advertencia”, destinados a obligar al adversario a salir a la superficie. Al USS Beale, se le sumaron otros destructores, que también lanzaron sus cargas de profundidad sobre el cada vez más nervioso y “acosado” submarino y su tripulación.
Dentro del submarino, el capitán Valentin Grigorievitch Savitsky, estaba exhausto: el aire se terminaba, y la embarcación agotaba sus baterías eléctricas. No tenía forma de saber que se trataba de un llamado a que saliera a la superficie, y no de un ataque real. Él lo interpretó, por supuesto, como un ataque real. Por lo tanto, pensó que su submarino estaba condenado, que la Tercera Guerra Mundial finalmente estaba aquí, y no quedaba otra cosa que ordenar el lanzamiento de un torpedo nuclear T-5, de 3,5 kilotones. ¿Su objetivo? Vaporizar al portaaviones USS Randolf, líder de la flota norteamericana. Luego de esto, la ceniza radioactiva se habría dirigido a Miami, volviendo inhabitable la península de Florida y posiblemente otros sectores de EE.UU. Y luego, el comienzo del fin: una “destrucción mutua asegurada”, como se teoriza sobre una guerra nuclear.
Test bajo el agua, del torpedo nuclear T-5, que habría lanzado el submarino ruso en 1961. atomicarchive. |
Sin embargo, para que ello ocurriera, en este submarino en particular (en el resto de la flota bastaba con una persona, el capitán), se requería la aprobación de tres miembros de la tripulación: El capitán Sativsky, el oficial político Ivan Semonovich Maslennikov, y el segundo al mando Vasili Alexandrovich Arkhipov.
Pero Vasili Arkhipov no era “sólo” un segundo al mando, ¡era el comandante de la flotilla de submarinos rusos! Es más, era un héroe nacional a esas alturas, pues el año anterior había arriesgado su vida en un incidente denominado el “accidente del K-19”.
La historia en breve: en junio de 1961, durante operaciones en el mar del Norte, el submarino atómico K-19 sufrió un desperfecto en la refrigeración de su núcleo de Uranio 235, sobrecalentándose hasta los 1.200° C, muy cerca del punto de fusión. Por una falla en su diseño, el reactor no poseía un sistema de refrigeración auxiliar y por un accidente paralelo, la tripulación perdió contacto con Moscú, al averiarse su radio de larga distancia. El capitán del submarino decidió entonces, que la solución era construir un sistema de refrigeración ¡con las partes del submarino! Como esto tomó tiempo, y requería trabajar junto al reactor, toda la tripulación fue fatalmente irradiada, pues como usaron partes del sistema de ventilación, el submarino se inundó de partículas radiactivas y sólo tenían máscaras antigás para protegerse. Al mes, murieron 22 de 131 miembros de la tripulación. Vasili Arkhipov fue parte de esa tripulación que arriesgó sus vidas, para evitar un desastre atómico en pleno mar del Norte. (La experiencia fue tan extrema, que tiene hasta una película)
En fin, ahora Vasili tenía en sus manos algo mucho mayor. El capitán Sativsky y el oficial político insistían en que era urgente detonar ese torpedo, que la patria lo pedía, que habría cárcel y las penas del infierno si no lo hacían. ¡Que era un imperativo moral, ético, militar! Además, debido a que se encontraban en aguas profundas, nuevamente estaban incomunicados. La situación era extremadamente compleja.
Sin embargo, Arkhipov se las arregló para convencer al capitán, de que era extremadamente inusual la forma en que se inició el ataque, y que correspondía ascender para verificar la situación, aún a riesgo de sus propias vidas (consideraba que el submarino no estaba realmente en peligro). Después de todo, al menos era mejor equivocarse así, que cargar con la muerte de miles de millones de seres humanos. El capitán Sativsky finalmente estuvo de acuerdo, y el submarino ascendió a la superficie, sin lanzar el torpedo nuclear. Gracias Vasili, la humanidad pudo continuar su curso.
La crisis de los misiles en Cuba, explicada. Practicopedia. |
Otro día en que la humanidad casi desaparece, fue poco después de la medianoche (en Rusia) del 26 de septiembre de 1983. Tres semanas antes de ese día, los soviéticos habían derribado un avión comercial surcoreano, matando a 269 personas, incluyendo un parlamentario norteamericano.
Por lo tanto, la situación en la Guerra Fría otra vez estaba tensa. Tan tensa, que según el experto en seguridad Bruce Blair, ex presidente del World Security Institute, las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética “se habían deteriorado hasta el punto en que la Unión Soviética como un sistema - no sólo el Kremlin, no sólo [el premier] Andropov, no sólo la KGB - sino como sistema, estaba ansiosa esperando un ataque, y lista para responder muy rápido a ello. Se habría activado con el toque de un cabello. Estaban muy nerviosos y proclives a errores y accidentes. [Esto] no podría haber ocurrido en una fase más peligrosa e intensa, de las relaciones entre la Unión Soviética y Estados Unidos.”.
En ese escenario, Stanislav Petrov era un oficial de la fuerza aérea soviético, a quien le tocó cumplir un turno rutinario de vigilancia, en el bunker Serpukhov-15, cerca de Moscú. En ese lugar, estaba el comando central de los satélites de alerta temprana, que indicaban si la Unión Soviética estaba, o no, bajo ataque. La responsabilidad de Petrov, era observar el sistema de alerta satelital, y notificar a sus superiores de cualquier ataque o amenaza de ataque. Si se recibía cualquier señal en el sistema de alerta temprana, el protocolo exigía pasar la información al oficial superior (en este caso el Comandante de la Defensa Aérea Rusa), quien decidiría con el Estado Mayor la estrategia a seguir. La que, por defecto, era realizar un contraataque nuclear inmediato, masivo. Con miles de cabezas nucleares.
Esa noche, poco después de las 00:00 horas, Petrov recibió una alerta temprana. Estados Unidos había lanzado un misil nuclear, con dirección a la Unión Soviética. O eso le indicaba todo su inmenso y sofisticado sistema de defensa. Petrov se paralizó.
Dejemos que el mismo Petrov, nos cuente con sus propias palabras, lo ocurrido:
“La sirena ululó, pero me quedé sentado unos segundos, con la mirada fija en la enorme pantalla con la palabra “LANZAMIENTO” en rojo. Un minuto después, la sirena sonó otra vez. Se había lanzado un segundo misil. Luego un tercero, y un cuarto, y un quinto. Las computadoras cambiaron su alerta de “Lanzamiento” a “Ataque con misiles”.
No había una regla respecto a cuánto tiempo teníamos permitido pensar antes de reportar un ataque nuclear. Pero sabíamos que cada segundo contaba, que los líderes militares y políticos de la Unión Soviética necesitaban ser informados sin demora.
Todo lo que debía hacer, era tomar el teléfono, levantar la línea directa con nuestros comandantes en jefe… pero no me podía mover. Sentía como si estuviera sentado sobre un sartén ardiendo.”
Sin embargo, Petrov consideró que había algo raro en todo esto. A pesar de la presión, se dijo que, si había un ataque nuclear, no iban a ser cinco misiles nada más, sino muchos, muchísimos más. Cientos. Miles. Pero no cinco. Consultó con los radares. No había señal de misiles ni nada que se le parezca. Aunque, claro, para que los radares detectaran algo, los misiles debían estar mucho más cerca.
El protocolo, le decía que tenía que tomar su decisión basándose estrictamente en los instrumentos electrónicos. Decidió ignorarlo. Y finalmente, en vez de informar a su superior respecto a un ataque nuclear norteamericano, llamó al cuartel general del ejército, y reportó una falla en el sistema. Aunque no estaba completamente seguro.
Luego, 23 minutos después, se dio cuenta que nada había pasado y pudo respirar con tranquilidad.
Posteriormente, se estableció que lo ocurrido, fue una extraña combinación del ángulo del sol y las nubes, que se reflejaron de tal manera, que cegaron al satélite que daba la alerta temprana. Este incidente fue tan notable, que el año 2013 se estrenó un documental, donde incluso participan Kevin Costner, Robert de Niro y Matt Damon.
La historia de Stanislav Petrov (cuando el History Channel pasaba efectivamente historia). History Channel. |
Si el submarino de Arkhipov hubiera lanzado su torpedo nuclear, o si Petrov hubiera decidido avisar mecánicamente que había un ataque nuclear, la consecuencia habría sido inimaginable. Probablemente se hubiera desencadenado la antes nombrada “destrucción mutua asegurada”. Miles, y miles, y miles de cohetes con carga nuclear (aproximadamente 70 mil en total), hubieran caído sobre miles de objetivos. En una primera ola, los ataques habrían caído sobre Moscú, Londres, Washington, y las bases militares de la OTAN y el Pacto de Varsovia desperdigadas por Europa. Luego, la siguiente ola habría arrasado con la población civil. Sólo en esa ola, se habría exterminado al 65% de la población norteamericana, y al 25% de la población rusa. Estimaciones del gobierno norteamericano indican que como mínimo, la población mundial habría descendido a cerca de la mitad, amenazada por el invierno nuclear, la radiación, las enfermedades y el desorden social, y que la capacidad industrial del mundo se habría desplomado un 75%. Habría sido el fin de la civilización occidental, como mínimo. Una verdadera locura.
Aún hoy, existen alrededor de 16 mil cabezas nucleares en el mundo, con 15 mil en manos de EE.UU. y Rusia. Aunque afortunadamente, la situación no es tan tensa como en la Guerra Fría, todo se trata con más cuidado, y hay planes de reducir a la mitad los arsenales, para el 2022.
¿Y qué pasó con Arkhipov y Petrov? Respecto a Vasili Arkhipov, lo que ocurrió, fue que en ese minuto, fue recibido muy, muy fríamente. La armada rusa consideró que se habían rendido ante el enemigo. Les dijeron: “habría sido mejor que ustedes se hundieran con el submarino”. De todas maneras, Arkhipov continuó en la marina soviética, y fue promovido a contraalmirante, y se convirtió en director de la Academia Naval Kirov. Ascendió a vicealmirante, y pasó a retiro a mediados de la década de los ‘80. Murió el 19 de agosto de 1998, por complicaciones producto de la radiación recibida en el accidente del submarino K-19, el año 1961.
Aunque en vida fue olvidado, tras conocerse el año 2002 lo que había ocurrido y su rol al evitar una guerra nuclear, comenzó una creciente valoración de sus actos, y de lo mucho que le debemos a su sangre fría y determinación.
Respecto a Petrov, la cosa fue un poco distinta… al final. En un comienzo, si bien el general a cargo de la defensa estratégica soviética le felicitó, luego las cosas cambiaron. Según Petrov, no podían felicitarle públicamente porque eso sería admitir que había un error en el sistema de defensa estratégico ruso. Además, entre ellos existe la costumbre un poco absurda, de que el subalterno nunca puede ser “más” que su superior, para que este superior no quede “mal”. Por lo tanto, los superiores de Petrov se sintieron bastante incómodos con el tema, y más bien lo echaron al olvido. De hecho, primero le prometieron una recompensa, pero al final lo retaron por no haber puesto el incidente en la bitácora del día. ¡Plop!
Entrevista a Stanislav Petrov, donde cuenta el incidente con lujo de detalles. RT |
Y así pasaron los años. Petrov fue trasladado a una unidad menos delicada, y luego optó por un retiro adelantado pues el estrés del incidente le causó varias crisis nerviosas. Tras la caída de la Unión Soviética - ya en la década de 1990 -, se supieron los detalles de lo ocurrido, cuando su ex jefe, el general Votsinsev, publicó sus memorias.
Entonces vino el reconocimiento internacional. El año 2004, la Asociación Mundial de Ciudadanos, le dio el Premio Ciudadano Mundial y USD$1.000, por sus contribuciones a la humanidad. La placa del premio dice, entre otras cosas: “Estamos todos en deuda con Stanislav Petrov, un Héroe de nuestro tiempo y un Ciudadano del Mundo.”.
El 19 de enero de 2006, fue honrado por las Naciones Unidas, en una sesión especial dedicada únicamente a valorar sus actos, y se le entregó un segundo Premio Ciudadano Mundial. El 24 de febrero de 2012 recibe el German Media Award, con que la prensa alemana quiso premiarlo. Una semana antes, recibió el Premio Dresden de la Paz y 25.000 euros (unos USD$28.000), por haber evitado una guerra nuclear.
Sin duda que toda esta historia es impresionante. ¡Salvaron el mundo! Pero consideremos los acontecimientos. En ambas ocasiones, se trató de personas que, sometidas a una tensión inmensa, decidieron no hacer caso a las presiones, ya sean sociales, intelectuales e incluso tecnológicas, e hicieron caso a su propio discernimiento. Usaron su propio criterio.
De aquí podemos sacar una buena lección. Muchas veces ocurre que hacemos descansar nuestro criterio en las herramientas que nos rodean. En las costumbres que mantenemos. Es otra manera de decir “siempre se ha hecho así, ¿para qué lo voy a cambiar?”. Es importante entonces, de vez en cuando, ver los problemas o las situaciones desde una perspectiva fresca y nueva. Pero cuando ocurre eso, muchas veces nos encontramos con cierta resistencia en el medio, que se puede reflejar no como una oposición directa, sino con comentarios del tipo: “es ridículo, ¿para qué lo vas a hacer?”, “oye, si todo el mundo lo hace de esta forma”, “deja de hacer tonteras”, etc.
Lo cierto es que, si uno no comete errores no aprende, y si se repite siempre la misma rutina, tampoco. Es importante, de vez en cuando, probar perspectivas y miradas nuevas en nuestra vida y nuestro trabajo. Tampoco se trata de ir a tontas y a locas por el mundo, sino de ejercer nuestro propio criterio, o sea, hacer las cosas pensando de manera realmente ponderada, y no siguiendo ciegamente prejuicios o costumbres.
En esa misma línea, hay que considerar lo que reflexiona Stanislav Petrov, sobre el rol que le tocó jugar: “Mis colegas eran todos soldados profesionales, se les había enseñado a dar y a obedecer órdenes”, en cambio, Petrov era el único de su equipo que había recibido una educación “civil”, y sabía que no todo era cumplir con los protocolos y reglamentos.
Y es por eso que, a pesar de haberse saltado los protocolos, considera que hizo bien su trabajo: “Todo lo que ocurrió no me importaba de manera especial - era mi trabajo. Simplemente hacía mi trabajo, y fui la persona correcta en el momento correcto, eso es todo. Mi difunta esposa ignoró por 10 años lo ocurrido. “¿Y entonces qué hiciste?” me preguntaba. Y yo respondía: “Nada, no hice nada”.” Sólo salvar el mundo.