Imagen: Stranger Things

Stranger Things: la serie que logra remover el pecho y la nostalgia de toda una generación

Andrés "Chaya" Muñoz, ante todo nerd, luego periodista, dibujante y productor del programa "Los Peliparlantes" de Nerdix.cl; nos cuenta las razones de por qué la nueva serie de Netflix se ha transformado en un fenómeno que invita a la nostalgia más profunda y que no podemos dejar de ver.

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Amamos a “Stranger Things”, por cobijarnos en ese baúl de los recuerdos donde había misterio, inocencia, juegos y el aire libre de forma simple, pero alucinante.

Para encontrar la respuesta de por qué me gustó tanto esta serie, tuve que indagar en los recuerdos, en la cosa interna, íntima, de guata. Y eso hice. La primera película que vi en el cine fue “El Caldero Mágico” de Disney, en el cine Huelén para ser exactos; mi primer amor platónico fue Christina Ricci en “Los Locos Addams 2”; mi primer momento incómodo fue ver una escena de sexo junto a mi abuelo que aparecía en “Doble Impacto”, una de las tantas cintas de Jean Claude Van Damme; mi primer momento triste fue cuando Artax, el caballo de Atreyu, muere en La Historia sin fin”; y mi primer momento de éxtasis y alegría, bajo la experiencia de ver una película, y además el más importante de todos los anteriores fue salir a andar en bicicleta con unas vecinas luego de ver “E.T” en VHS. 

Y aquí, en ese momento, único, de un día nublado con viento que prácticamente lo tenía olvidado en la memoria, pedaleando en mi Cross azul sin rumbo alguno, más que escapar de camionetas imaginarias que nos perseguían y con la cancioncita de John Williams en la cabeza, ahí, en ese segundo, es donde entra “Stranger Things”, la más reciente serie de Netflix. Prendiendo un chip, encendiendo una mecha, o para hacerle honor a la serie, una ampolleta. Una cuyo circuito eléctrico va directamente conectado al corazón, a la memoria, las emociones y la infancia.

Porque entre capítulo y capítulo volvieron los fines de semana donde mis viejos arrendaban en el videoclub “El Faro” de Quinta Normal o en uno bien producido para la época que estaba en Las Rejas (y ojo, no era el Errol´s que luego fue Blockbuster), cuando vivía en la Villa Japón. Volvieron las tardes eternas jugando a “hacer películas” con mis amigos de la población, actuando versiones psicodélicas de “Chucky”, “Los 3 Chiflados”, “Los Gremlins”, “Batman”, “Pesadilla” y tantas otras cosas que se nos ocurrían. 

Volvió cuando en la básica con el Topo, el Paloma y otros compañeros de curso armamos la obra de teatro de “Los Goonies” donde yo interpretaba a Data, el niño chino de los inventos y gadgets. Volvió el Atari, Pipiripao, Cine en su Casa, los cuadernos Austral con sus mapas en la contratapa llenando cada rincón de sus hojas con dibujos. Volvió algo para los que tenemos 30 y un poco más, algo raro y feliz que sólo estaba puertas adentro y no para los adultos. ¿Costó lograrlo? Sí, específicamente un poco más de ocho horas seguidas del pasado domingo 17 de julio terminando a las 3:30 am en estado de alerta y euforia; repitiéndose el plato tres días después. ¿Valió la pena? Absolutamente, como el brazo de Luke Skywalker.

Los hermanos Duffer (¿alguien los conocía antes?) escribieron y dirigieron un clásico, no perfecto, para nada, pero vivo, con alma, con sentimiento, mucho sentimiento. Sin la finura de guión de un “Breaking Bad”, los giros angustiantes de “Game of Thrones”, la soledad de True Detective o la belleza de “Fargo”. No, ellos hicieron un producto con corazón, pelos que se erizan y prendiendo una ampolleta que cientos de veces se ha intentado, pero nunca con la honestidad y el detalle como hasta ahora. Abrazando la melancolía, la ciencia ficción querible, la amistad. 

Y como las críticas lo han descrito, con las claves y la vibra de realizar una película de ocho horas que tiene la magia de parecer estar hecha en los 80´s, en esa época de neones, maquinarias análogas y colores fluorescentes; sin caer en parecer fanmade o en incrustar citas y referencias porque sí, para efectismos y alegrar a los fans o nerds duros. Sino al contrario: proyectando una sinceridad y construcción desde este universo de la memoria pop de toda una generación, con sus canciones, atmósferas, tonalidades y vacíos, apelando a la niñez y la de sus personajes principales para comandar tal orquestación. Apostando a esos misterios y sustos que por momentos nos hacían taparnos en la cama y prender la luz, llamar a la mamá o pasarse a la cama con los hermanos mayores, como también para salir a la calle y creernos “Los Cazafantasmas”, “Indiana Jones” o Kurt Rusell en “Rescate en el barrio chino”.

Stranger Things: cuatro amigos y una madre en busca de su hijo y amigo

Seis de noviembre de 1983, Hawkins, Indiana. Cuatro niños juegan “Calabozos y Dragones” (cada uno representa un personaje y personalidad) con un póster de “La cosa” de fondo, no quieren que el Demagorgon, o el monstruo de tres cabezas, se los coma. Todos tienen un sobrenombre y característica: Lucas o “Medianoche” (Caleb McLaughlin) es la valentía y la realidad, Mike o “Cara de Sapo” (Finn Wolfhard, que estará en el remake de “I.T”) es el amor y esperanza, Dustin o “Sin Dientes” -en verdad Displasia Cleidocranial- (Gaten Matarazzo) es la razón y el equilibrio; y Will o “El Rarito” (Noah Schnapp, también la voz de Charlie Brown en la película “Peanuts”) es la magia y el misterio. 

Al despedirse dos de ellos, Dustin y Will, hacen una competencia en bicicleta (era que no), y el que triunfe se queda con la historieta “X-Men 134” (o cuando aparece la “Fénix” malévola por primera vez, todo calza), Will gana, pero en su trayecto se encuentra con un ser abominable, mutante y terrorífico, trata de escapar, se cae, se esconde, desaparece, sólo queda su bicicleta, la que para estos años “es un verdadero cadillac para un niño”. Y en paralelo una chica rapada, telequinética y que sangra de su nariz, huye de un centro de estudios científicos y paranormales, se llama “Once”, es maravillosa, es la luz, la que ilumina y conecta con la oscuridad, interpretada por la adolescente actriz Millie Bobby Brown (que aceptó el papel cuando le mostraron una foto del personaje de Imperator Furiosa de “Mad Max: Fury Road”, porque así luciría ella, ¡cómo no quererla!). Sí, estamos en presencia de una futura Natalie Portman. 

Así parte “Stranger Things”, así comienza una aventura cuyo motor y palpitaciones son sus personajes y actuaciones, no tanto el desarrollo o la conclusión, más bien los protagonistas y sus relaciones, crecimientos, decisiones y caídas.

Con una madre desesperada (Winona Ryder, volviendo al drama y con nuevos aires notables) que es ninguneada por no moverse en los cánones de la adulta casada y ama de casa; un hermano mayor silente y perturbado (Charlie Heaton, o la versión teenager de Daryl Dixon de The Walking Dead) que gusta de Rimbaud, The Clash y saca fotografías para disociarse de la sociedad; una joven, Nancy, que quiere ser como “ella es”, sin ataduras del conservadurismo o “la familia americana”; su novio que anhela dejar de ser el galán beisbolista que escapa de los problemas; y un jefe de policía (David Harbour) que tiene amoríos fugaces, toma pastillas y cerveza al despertar, sufre por su fallecida hija y que se obsesiona por esta nueva oportunidad que la vida le da al tratar de encontrar a este chico perdido. 

Tres historias que en algún punto se conectan: el policía contra la corporación malévola, la pareja juvenil vengativa versus el monstruo sin ojos y con cara de wantán, y cuatro amigos y una madre en busca de un niño, un hijo, un amigo. Es decir, una gran aventura sobre gente que busca algo o alguien, para redimirse o ser feliz, entre laberintos paranormales y mentales, bosques y aguas negras, en un pueblo que dista de la postal gringa de la localidad tranquila donde el mayor crimen es que una lechuza confundió su nido con el sombrero de una señora, posándose en su cabeza.

¡Ah! También tenemos los maravillosos y declarados clichés cinematográficos: el dúo de policías ineptos, el profesor ñoño de ciencias atento, los papás que no saben lo que pasa, la buena amiga nerd, los cabros chicos matones y que hacen bullyng; y obvio, el villano científico de pelo blanco (Matthew Modine) que habla poco y nada, pero observa y dirige una turbia agrupación. Y bueno, las menciones literales que cientos de portales y medios han replicado a “Poltergeist”, “Halloween”, “Jaws”, “He-Man”,El auto fantástico”, “Star Wars”, “El señor de los Anillos”, “Los 4 fantásticos”, “Evil Dead”, Carl Seagan, Edgar Allan Poe, David Bowie y The Clash

Y momentos que replican a “Los Goonies”, “I.T”, “Generación Perdida”, “Firestarter”, “Carrie”, “El resplandor”, Twin Peaks”, “E.T”(de hecho, la pequeña Once es casi la proyección del extraterrestre de cuello alargado), “Cuenta Conmigo”, “Encuentros cercanos del Tercer Tipo”, “La mancha voraz”, “Pesadilla”, “Donnie Darko”, “Under the skin”, Spielberg, Joe Dante y sobre todo Stephen King (quién en su twitter alabó la serie, al igual que el director Guillermo del Toro). 

Eso es, una serie que no busca ser pretenciosa ni magnánima, sólo remover el pecho y la nostalgia de una década y toda una generación. Pero más que nada una serie que entretiene, emociona y funciona por su ritmo y personajes, que la está rompiendo en redes sociales, críticas, con aires de obsesión y hasta de enamoramiento (en mi caso) en sus seguidores, desde su banda sonora, estética (con un póster que parece hecho por Drew Struzan) y referencias. Gustando tanto a treintones como a los que aún ni nacían en esta década, simplemente porque es ondera y divierte. Por eso amamos a “Stranger Things”, por cobijarnos en ese baúl de los recuerdos donde había misterio, inocencia, juegos y el aire libre de forma simple, pero alucinante. Por Dustin, por Winona, por Once, por cada detalle y cosa extraña que nos produce.

¿Ya la viste?, ¿Qué es lo que más rescatas de la serie?