Imagen: César Mejías

¿El dinero hace la felicidad? Lo que dice la ciencia al respecto

Decimos automáticamente que "no", pero ¿cuál es realmente la respuesta? Numerosas investigaciones arrojaron conclusiones interesantes, y que nos ayudarán a poner en un mejor contexto nuestro camino a la soñada felicidad.

Por Alvaro Lopez B. | 2016-08-18 | 17:00
Tags | dinero, felicidad, bienestar, vida, ciencia, riqueza

Uno siempre escucha: “el dinero no hace la felicidad”... y muchas veces pensamos: “¡sí, claro, es fácil decirlo en tu Mercedes!”. El dinero en general es una preocupación constante, pues permite acceder a servicios y bienes que nos entregan más comodidad y calidad de vida. Pero, en sí, ¿es tan determinante?

A Woody Allen se le atribuye la siguiente frase (y también a Oscar Wilde, con las frases nunca se sabe): “El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia.” ¿Será tan cierto? ¿Somos tan materialistas? ¿Influirán otros factores? Como es una pregunta que todos nos hacemos tarde o temprano, naturalmente hubo científicos que decidieron averiguar si esto era tan así, y estudiaron el asunto a profundidad. Así que para salir de dudas, veamos qué nos dice la ciencia sobre si acaso el dinero, da realmente la felicidad.

La Paradoja de Easterlin

Uno de los primeros en considerar seriamente este tema, fue el Dr. en Economía Richard Easterlin. Y lo que hizo para ahondar en ello, fue averiguar algo que “cae de cajón” una vez que se lee: ¿qué pasa si comparamos la felicidad de personas que viven en países con altos y con bajos ingresos? ¿se sentirán igual de felices? En su investigación (publicada en 1974), el Dr. Easterlin tomó información de 14 países, abarcando el período que va desde la segunda guerra mundial hasta la década de 1970, y se hizo dos preguntas fundamentales: ¿son los países ricos, más felices que los pobres? y ¿está la felicidad de un país, relacionada con el crecimiento de su producto interno bruto (PIB)?

Para ello analizó la información proveniente de una encuesta del tipo “En una escala del 1 al 5, ¿cuán feliz es usted?”, y además, de algo llamado escala de autoevaluación de Cantril, donde cada participante define en qué nivel de realización de sus propios sueños, se encuentra en ese momento. El resultado fue el siguiente:

De izq. a der.: País, Fecha de la encuesta, Nivel de felicidad, Ingreso per cápita normalizado en dólares de 1961. R. Easterlin.

Como podemos ver… la felicidad relativa de un país, es independiente de su producto interno bruto. Y es por ello que a esto se le llama “Paradoja de Easterlin”. Porque, si se supone que el dinero hace la felicidad, entonces ¿cómo es posible que un país con cinco menos veces ingresos que EE.UU., se sintiera casi igual de feliz? Esto puso en tela de juicio la suposición “obvia” hasta ese momento, de que la riqueza incrementaba la felicidad.

¿Y qué pasó con la otra pregunta? Pues bien, Easterlin descubrió que, pese a que el producto interno bruto de los Estados Unidos creció consistentemente a lo largo del tiempo, la felicidad de sus habitantes no lo hizo en la misma medida. Es más, descubrió que hubo un crecimiento en la satisfacción general de los estadounidenses desde la segunda guerra mundial, hasta fines de la década de 1950, y luego… comenzó a disminuir. Easterlin quedó un poco perplejo con este resultado. Aventuró una hipótesis que se puso a prueba más adelante: le pareció que quizás el ingreso relativo (o sea, cómo se comparan mis ingresos con el de los demás), podía ser importante para la satisfacción que sentimos. Pero no nos adelantemos.

¿Entonces, es tan importante el dinero para ser feliz? Un estudio muy decidor

El año 2010, los premios Nobel de Economía Daniel Kahneman y Angus Deaton, decidieron abordar este problema. Y para ello, realizaron una investigación utilizando información tomada de 450.000 respuestas dadas por 1.000 estadounidenses, las que se usan para elaborar el influyente Índice de Bienestar Gallup-HeathWays.

Estas respuestas, corresponden a encuestas muy parecidas a las que analizó el Dr. Easterlin en su momento. Kahneman y Deaton cruzaron las 450.000 respuestas con el ingreso anual de cada persona, para determinar si existía una relación entre la satisfacción que experimentaban, y el dinero que recibían.

Y sí. Hay una relación. Descubrieron que a medida que aumenta el ingreso anual, también se incrementa la sensación de felicidad… pero sólo hasta los 75 mil dólares anuales. Tras ese límite, no hay un aumento aparente en la felicidad de las personas encuestadas. Según esta información del Banco Mundial, ese límite equivaldría a más o menos 3 mil dólares mensuales viviendo en Chile (unos CLP$1,9 millones).

Encontraron que los ingresos bajos, incrementaban la sensación de dolor emocional asociada a la soledad, a los problemas de salud, y a las dificultades sentimentales. Sobre el límite que encontraron, otros factores comenzaban a ser mucho más relevantes, como el propio carácter, o las personas que nos rodean.

Charla TEDx: “¿Se puede comprar la felicidad?”, del economista Martín Tetaz.

Pero la cantidad de dinero no lo es todo. ¡No señores! Resulta que los seres humanos somos muy aficionados a “mirar el pasto más verde en el jardín del frente”. Pues otros estudios han mostrado que, si se nos hace la pregunta: ¿prefiere usted ganar 50 mil dólares, mientras que el resto gana 25 mil, o prefiere ganar 100 mil, mientras el resto gana 250 mil?, elegimos ganar esos 50 mil dólares, o sea el doble del resto aunque objetivamente sea menos dinero que esos 100 mil dólares. Por lo tanto, la cantidad relativa de dinero también influye.

Y aún más, está probado que en el largo plazo, el dinero no es ni por lejos la causa principal de sentirnos felices, aún cuando haya una relación entre el aumento de ingresos y la felicidad: muchas veces este aumento en la felicidad no es por el dinero en sí, sino porque esto permite el acceso a una mejor educación o salud, por ejemplo.

Entonces, ¿hay cosas que dan más felicidad que el dinero?

Sí. De partida, el sexo. Oh, sí, queridos y queridas lectoras, el sexo nos hace mucho más felices que el dinero, y si nos ponen a elegir, en general vamos a escoger el sexo, ñaca, ñaca. Al menos eso indica por ejemplo, esta investigación, que estudió a 25 mil personas por 23 años.

En uno de las secciones del estudio, se encontró que la diferencia entre la felicidad de quienes tenían sexo menos de una vez al mes, y quienes tenían sexo una vez a la semana, era mucho mayor que la diferencia en felicidad, entre quienes ganan 15-20 mil dólares anuales, y quienes ganaban de 50 a 75 mil dólares al año. En otras palabras, quienes tenían más sexo, eran más felices que quienes recibían más dinero. Pero sólo hasta cierto punto. Pues también encontraron que llegando a la frecuencia de una vez a la semana,tener más sexo no aumentaba de forma significativa la satisfacción general de los encuestados.

Lo que pasa, es que a final de cuentas (y como se indica en este artículo), lo que más incide en la felicidad general de las personas, es la relación con nuestra familia, nuestros amigos y nuestras parejas. Así que si bien el dinero o el sexo pueden influir en nuestra percepción de la felicidad,no son en absoluto los elementos definitivos al momento de sentirnos felices.

Una reflexión final

Si bien no es necesario un estudio para darnos cuenta que hay aspectos no relacionados con el dinero, y que embellecen mucho nuestra vida (por ejemplo, el amor genuino, el reconocimiento, etc.), este tipo de estudios nos hace considerar el valor que damos a lo monetario.

En el fondo, lo que nos dice es que tras resolver el problema de nuestra subsistencia física (siguiendo un poco la clásica pirámide de las necesidades de Maslow), podemos empezar a valorar otras facetas, una vez garantizado el sustento material. En ese sentido, considero que no son totalmente ciertos ni el mito de la riqueza como felicidad, ni tampoco el mito de la pobreza como felicidad o virtud. Pensemos en que muchas veces cuando tuvimos poco dinero, no fuimos tan "felices" como supondría ese segundo mito: por ejemplo, hay muchas personas cuya época estudiantil fue no solo pobre, sino también desgraciada.

En otras palabras, no parece conveniente idealizar las situaciones, ya sea el tener mucho o poco dinero, pues al final todo depende de lo que valoremos como deseable, de la satisfacción que tengamos respecto a quienes nos rodean, y naturalmente de lo satisfechos que nos sintamos con nosotros mismos. O sea: ¿qué nos llena como individuos?

Mi opinión, personalísima, es que si nos aferramos a cosas que son por naturaleza transitorias, como la opinión o el reconocimiento de los demás, los objetos que nos rodean, o incluso nuestro propio cuerpo, es como dispararnos solitos en el pie. Porque resulta obvio que si son cosas pasajeras, se van a ir. Es casi como "sufrir por deporte", aunque estoy plenamente consciente que muchas veces uno no ve eso tan claro a primera vista. En definitiva, considero que uno tendría que cultivar facetas más permanentes y esenciales, como por ejemplo las relaciones afectivas, el tener experiencias profundas y emotivas, e incluso el aspecto espiritual. Sin embargo, insisto en que esto cuesta notarlo al principio... y cada uno tiene su propio camino, su propio proceso, y se pega sus propios y monumentales porrazos, antes de decir: "¿pero cómo pude fijarme en eso, si es una lesera? ¡Brutus!". Muchas gracias.