Hayao Miyazaki es una institución. Sí, más que un director es un maestro, una suerte de señor Miyagi de Karate Kid (pero con lentes onderos) del cine animado nipón, con un universo e imaginario que ya tiene aires de religión por la cantidad de clásicos y premios en su repisa. Totoro, El viaje de Chihiro, El castillo ambulante y tantas otras películas, son cátedras narrativas y emotivas, que evocan la naturaleza, el misticismo y la figura femenina como motor de sus alabados trabajos, tanto, que hasta la maravillosa fábrica fílmica de Pixar lo tienen como referente y fotito de escritorio. Y como todo sensei, también hay un “pequeño saltamontes”, un padawan del jedi. Un Mamoro Hosoda de Hayao Miyazaki.
Porque El Niño y la Bestia (estrenada ayer en la cartelera nacional), cinta escrita y dirigida por Hosoda, son nuevos aires y vibras de esa cosa oriental y “miyazakiana” que tanto nos gusta: personajes queribles, fantásticos, felpudos, historias conmovedoras y una simpleza emotiva para nada de simple en los actuales tiempos de efectos especiales y mega producciones gringas. Amor por lo básico, germinal e íntimo.
Perfeccionándose en ésta, su quinta producción, luego de un interesante camino recorrido con Los niños lobo, que cuenta sobre una madre que tiene dos hijos humano-lobos y las adversidades afectivas e inclusivas de tal rara realidad; Summer Wars, poniendo en jaque las nuevas tecnologías y redes sociales versus la mitología; La chica que saltaba en el tiempo, puro romance y ciencia ficción oriental; y su ópera prima Digimon: la película, donde tomó el fierro caliente de llevar a la pantalla grande una de las series más exitosas del nuevo siglo, arriesgándose por un estilo gráfico diferente y una mirada más introspectiva de la saga. Detalle no menor para el público otaku o fan del manga y los animés ya que este realizador también suma aplausos dirigiendo capítulos de joyitas del género como Samurai Champloo, One piece (desarrollando un ova o capítulo extenso también) y la ya mencionada Digimon.
Bueno, ¿y de qué hablamos con esta nueva obra?
Kyuta es un niño de nueve años que pierde a sus padres. Cegado por el odio y la pena decide vivir en la calles del barrio de Shibuya (Tokio) hasta que una noche, debajo de un puente que oficia de estacionamiento de bicicletas, un oso de katana y capucha llamado Kumatetsu le ordena ser su discípulo. Así, tal cual. Entre el susto, la negación y el también escape de la policía, el pequeño cisarro se escabulle por un estrecho y misterioso pasaje citadina que va a dar con “Jutengai”, un mundo paralelo al humano donde bestias de formas antropomórficas residen, visten y caminan en dos patas felices de la vida. Chanchos, perros, caballos, gatos, monos, toda la fauna de Maravillozoo y NatGeo se la pasan entre ferias, trabajos artesanales, conversaciones y lo más importante: esperando ver el duelo entre quién será el nuevo Gran Maestro de la ciudad: el rubio, nazareno y recto jabalí, Iozen; o el colérico, flojo y antisocial Kumatetsu. El ying contra yang, el orden contra el desastre, Gokú contra Vegeta. Teniendo como único pie forzado para el odiable Kumatetsu la necesidad imperiosa de contar con un solo aprendiz en su escuela. Cosa que de cajón deja al pequeño Kyuta como punta de lanza para esta aventura.
Del crecer y las relaciones, los lazos y los vínculos que superan especies y dimensiones converge El Niño y la Bestia. De dos seres solitarios, instintivos, que desde la tozudez y el dolor deben emparentarse. Avanzando en escenas que confunden quién es el maestro y el discípulo, el padre y el hijo, todo en pos de los afectos y la unión fraternal. Dotada de una animación alucinante que roza lo digital y análogo, locaciones y parajes al detalle, y el trazo mínimo y sencillo dando con un cuerpo nostálgico, cómico y entretenido.
Aquí no se requiere de chistes contingentes, canciones o referencias pop como en las cintas animadas occidentales que estamos acostumbrados, no, para nada, sólo el curso de los diálogos, silencios y movimientos marciales (sacados de una peli de Bruce Lee). Con simulaciones de cámaras en mano, secuencias estilizadas y la fuerza de los personajes como gran hilo del largometraje. Destacan a su vez los roles secundarios: los amigos animales en la senda (un chancho monje y un mono escéptico), un tierno Gran Maestro conejo que aparece y desaparece; un diminuto ser ratonil maternal y epifánico; y una muchacha humana, Kaede, que alimenta y cobija a Kyuta de la razón, los libros, la iluminación de esa realidad humana que no posee y de su lucha interna, única y personal, como la que todos algunas vez tenemos y sufrimos, citando literalmente el texto de Herman Melville, Moby Dick. Mostrando entrañablemente también un mundo bestial donde la maldad y la oscuridad del ser humano no existen, sin envidias o tecnologías ausentes del alma, sino con la naturaleza y la sabiduría del tiempo con un gran todo en este engranaje. Y es que, como diría Tiro de Gracia, “aquí son todos como amigos”.
Si Remi, Marco, Ángel (la niña de las flores, obvio), Sabrina o la propia cinematografía de Miyazaki formó tu infancia, teniendo a niños y niñas con animales y seres fantásticos en un mismo andar, esta película tocará una fibra. Más si las mascotas también son un tema, con sus relaciones y lenguajes que se forman, pues desde esa perspectiva, también hay pantallazos y puntos que acotar y distinguir. Quizás se excede en duración y casi pierde su rumbo en la mitad, pero retoma para cerrar en grande y con mensajes que van directo al corazón y posteridad. Una verdadera fábula para este 2016 y la vida, donde todas las edades saldrán con una sonrisa y una que otra lágrima, remarcando además el porqué los japos tienen tradición y vítores en este tipo de guiones y montajes. Aproveche que este formato de films es muy difícil que lleguen al cine a nuestro país, quedando la animación japonesa en cartelera rezagadas sólo para producciones basadas en sagas como Dragon Ball Z, Naruto y a veces, el gran Miyazaki. Porque El Niño y la Bestia es espectáculo, diversión, risas y suspiros para aplaudir con manos, colas y patas.