Ayer en un grupo de Whatsapp con unas muy queridas amigas comenzamos a organizar un almuerzo de fin de año. En la semana. Sin familia, solo mujeres, nada complicado ni estrafalario. Llegar a la fecha fue un verdadero trabajo de parto: “No puedo el lunes, estaré en Iquique”, “El martes es el show de la Josefa”, “El miércoles tengo doctor y no puedo cambiar la hora" y cuando después de 67 mensajes en el grupo ya habíamos logrado coincidir con la fecha, el tema se transformó en una verdadera cesárea de emergencia.
“Puedo ir de 13:30 a 13:53, porque después viene el gasfíter”, "Porfa pidan mesa afuera porque quiero fumar”, “¿Hay estacionamiento cerca o me voy en UBER?”, “Pucha yo tengo que ir a buscar a Juanito a las 14:10, lo dejo y llego tipo 14:30”, “Yo tengo que coordinar unas cosas en la pega, pero espérenme para el café y porfa pidan un postre sin lactosa porque ya saben que me hace mal”. SANTO DIOS. Organizar un simple y básico almuerzo se transformó en una verdadera tesis doctoral. Y recordé el mismo escenario, pero en un chat de mi marido: “¿Quien apaña con unas chelas?” preguntó uno y las respuestas fueron así: “Voy”, “Dale”, “Tengo pichanga, no puedo”, “La jefa salió”, “Llego en 5”. FIN DE LA HISTORIA.
Qué complicadas somos las mujeres. Y queridos lectores, antes de que me acuchillen (pueden hacerlo igual) quiero ser muy clara en que no le pongo un juicio negativo al tema, porque esa caracteristica también nos hace resolver o prever situaciones que muchas veces los hombres no son capaces de visualizar aunque estén sucediendo frente a sus ojos. Pero de que somos complejas y ellos simples… no hay duda.
Pensemos en las diferencias entre las conversaciones de hombres y de mujeres. Un grupo de amigos del colegio se puede juntar después de 5 años sin verse. A uno se le murió el papá, otro terminó un pololelo después de 10 años, otro se fue a vivir a Alaska y uno le prestó plata a Garay. La pregunta es: ¿hablarán de esos temas? La posibilidad es MUY baja. Mi alma de periodista sapa (¿se podrá tener esta profesión sin serlo?) me obliga a que cada vez que mi marido se reúne con sus amigos, les haga los mismas preguntas: "Oye y ¿cómo esta Pepito con lo de la separación?”, a lo que me responde con cara de una lata nivel infinito: “Ay Mane no sé… no hablamos de eso”. Pero soy insistente: “ Oye y ¿qué onda la vida en Alaska… la gente buena onda?”, el compañero de pieza me vuelve a responder con menos paciencia: “Mane no tengo idea, hablamos de otras cosas y no me preguntes, porque ya ni me acuerdo”. Y obviamente hago el ejercicio mental de cuál sería el escenario si frente a esas situaciones me juntara con mis amigas. Y el panorama es claro. Nos faltarían horas para poder desmenuzar con prolijidad de cirujanas cada hecho: “¿Pucha y alguna vez sentiste que tu pololo podía patearte?”, “¿Qué fue lo que sentiste? Y ¿por qué? “, “¿Conociste gente en Alaska? ¿Y donde se juntan? ¿Qué onda tus vecinos? ¿Cómo es el clima? ¿Es muy caro?”, “¿Qué sensación te dio Garay? ¿Tenía cara de chanta? ¿Parecía enfermo? ¿Hablaba de su polola?”. En resumen un sinfín de análisis, preguntas, razonamientos y sobre análisis que nos dejan con la mandíbula estresada y lengua acalambrada.
¿Y la ropa? Imaginen un matrimonio que va a la playa. Las mujeres llevamos al menos tres opciones de traje de baño para asegurarnos que luciremos el que mejor nos queda. Además algún vestido para llegar a la playa y obviamente un pareo para pasearnos después de chapotear en las olas. Porque al menos que seamos la Tonka, el 98% de las mujeres necesitamos un pareo ara deambular dignas con nuestra humanidad. No olvidar que también llevamos todo tipo de bloqueadores diferenciados para la cara, el cuerpo, los párpados, rodillas y una larga lista de etcéteras. Además de la botella de agua, el libro, los anteojos y el sombrero para la ocasión. ¿Y el hombre? El traje de baño puesto y ¡al agua! Fin de la historia.
Ni hablar del ítem alimentación. Cuando las mujeres estamos encargadas de una comida nos preocupamos de tener un aperitivo, ojalá con algo light también para los que están a dieta, pisco sour, champaña, bebidas, jugo y piscola por si alguien se embala. Obviamente que sapeamos una receta rica en instagram que no sea muy pesada para la noche y que no sea demasiado parecida al picoteo y nos esmeramos en un postre rico, y si el presupuesto aguanta ojalá dos, para que los comensales tengan más alternativas. Porque los postres para muchas mujeres son un tema país. Y una manera muy concreta de demostrar el cariño. En cambio si pensamos en la organización de una junta masculina, la lista del supermercado probablemente será así: carne, pan, cervezas, piscola. CASO CERRADO. Ni servilletas usan los chiquillos.
A los que leen esto y están listos para teclear un ataque de aquellos: obviamente lo retratado acá es una caricatura extrema. Es más, en mi casa el que cocina, pega los botones, le echa el bloqueador al cabrerío y sabe envolver los regalos es mi marido. Pero la tendencia dice otra cosa. Y la complejidad femenina es un dato duro. ¿Es mala? Para nada, a veces agotadora, intensa y difícil pero también nos permite ver lo invisible, hacer de la vida cotidiana un cuadro lleno de matices y entregar una alteridad al mundo que lo hace más entretenido aún. ¿Y la simpleza del hombre es fome? ¡A veces sí! Pero también se agradece. Porque nos permite poner las cosas en perspectiva, disfrutar con lo sencillo y darnos cuenta que cuando creemos que todo está perdido, la verdad es que nada es tan terrible. ¡Y menos mal que somos tan distintos! De lo contrario… vario/as estaríamos peinando la muñeca.
¿Te identificas como mujer/hombre con estas características o para nada? ¿Agregarías otras en base a tu experiencia?