Imagen: César Mejías

Por qué tu trabajo no te está haciendo feliz (y qué hacer al respecto)

Esperar que el trabajo nos entregue felicidad de manera automática, es tan iluso como ganarse el Kino sin haber comprado el cartón, asegura Mane Cárcamo. Aquí nos cuenta las razones de por qué hay tantos insatisfechos y propone una solución.

Por Magdalena Cárcamo @manecarcamo | 2016-12-14 | 10:51
Tags | trabajo, satisfacción, felicidad, actitud

Los domingos es habitual que en las distintas plataformas, reuniones sociales y en el fuero íntimo familiar se escuche un gran concierto de lamentos porque se aproxima el lunes y eso es sinónimo de trabajo.

Según un estudio hecho en octubre de este año entre la Escuela de Sicología de la UAI y la Consultora Visión Humana, 1 de cada 2 chilenos está satisfecho con su trabajo y solo el 51% de los encestados considera que en cinco años más su economía personal mejorará. Claramente el premio al optimismo no es nuestro galardón.

“Mi jefe es un chanta”, “Me explotan”, “Nunca me va a subir el sueldo”, “Toqué el techo en mi pega, no tengo para dónde crecer”, “Hay que matar a alguien en mi trabajo para que te asciendan”, “Son puros apitutados”, “En mi oficina hay menos onda que entre el PC y los demócratas cristianos”, son solo algunos de los comentarios que ya se ha transformado en frases típicas de los chilenos.

Basta con mirar las caras en el transporte público (que según el mismo estudio para un 47% representa la mayor causa de stress cuando hablamos de desplazarnos a nuestro trabajo) o el semblante de los trabajadores cuando llegan a su casa arrastrando los pies, ávidos de plantarse frente a una pantalla y no pensar más.

El desánimo, la falta de motivación y el paso de los días sin mucho sentido se han apoderado de muchos. Más de lo que quisiéramos. Es cierto que hoy, una importante cantidad de chilenos tienen trabajos agotadores, poco reconocidos, mal remunerados y sin un horizonte muy atractivo. Pero me niego a pensar que el 50% de los chilenos que trabajan lo hacen en pésimas condiciones.

Y aquí es donde postulo que la visión de trabajo se parece mucho a la del amor. Con eso me refiero a que hemos construido una idealización de la pega perfecta y cuando entramos al mundo laboral la frustración es potente y el pasto de al lado siempre es más verde. Porque cuando trabajamos en una empresa chica, queremos una grande. Cuando es una demasiado ordenada, queremos algo más hippie. Cuando nos desempeñamos en una organización tradicional, buscamos algo más cool o cuando ya nos sacamos el gusto de lo público, queremos escapar a lo privado. Nunca estamos satisfechos y si no cambiamos el switch les aseguro que realmente nunca lo estaremos.

Porque aunque te contraten en Disney, ahí también habrá un compañero de pega amargado; aunque te recluten en Apple, te toparás con gente estructurada y con resistencia al cambio; aunque hayas firmado con Redbull existirá un jefe poco motivado o seas la nueva en el staff de Adidas, incluso ahí, habrá gente floja. En conclusión… no existe ni existirá la pega perfecta. Obviamente que hay empresas mejores que otras, con visión de equipo, con cuidado del clima laboral, que intentan conciliar el trabajo, la familia y el tiempo libre, pero también soy una convencida que el sentido y la satisfacción en el trabajo depende mucho de cada uno.

Esperar siempre que los demás nos resuelvan nuestras dificultades, que otros generen los cambios, que el ambiente sea buena onda sin poner de nuestra parte y que el jefe adivine que necesitamos más y nuevos desafíos, es tan iluso como pretender ganarnos el kino sin al menos haber comprado el cartón.

Hay un proverbio chino que explica con maestría lo anteriormente dicho. “Si piensas que eres demasiado pequeño como para hacer una diferencia, es que no has dormido nunca con un mosquito en la habitación”. ¡Cuanta verdad!

Todos podemos ser ese mosquito y solo basta decidirse a serlo. Con esto no quiero animar a que nos transformemos en el personaje agotador o ruidoso de nuestros ambientes laborales, solo a que nuestra realidad, sí la podemos cambiar con pequeños gestos y actitudes.

Decir lo que pensamos con respeto y cariño en los momentos adecuados, estar dispuestos a perder algunas batallas y no empecinarse o frustrarse cuando eso sucede, esforzarse por ponerle onda y humor a las relaciones que construimos en la pega, tener un espíritu colaborativo real con nuestros compañeros, decir la verdad siempre y asumir con hidalguía los condoros, no perseguirnos y ser autocríticos con honestidad brutal, asumiendo que no toda la culpa es del “otro”; pueden ser pequeñas grandes cosas que nos hagan darle sentido a nuestro trabajo y manejar con fortaleza los tiempos difíciles.

Según una definición de los Chief Emotions Officers (o directores generales de emociones) para lograr una cultura positiva, de compromiso y que logre que los equipos trabajen mejor, hay tareas que un líder debe realizar si quiere despertar emociones positivas en su equipo. Una de ellas es: “establecer una visión: darle sentido al trabajo. ¿Cuál es el sueño? Debe ser algo que despierte emociones, que dé ganas de saltar de la cama todas las mañanas para trabajar”.

Aquí difiero tanto de estos señores. Porque las emociones son muy importantes en nuestra vida, pero no pueden ser el único motor. La frase anterior es justamente la que crea un mundo de fantasías en quienes están desmotivados y que tienen la expectativa de que algo tan improbable les pase. ¿Quién salta los 365 días del año motivado por esas emociones y ese sueño? NADIE. Hay que buscar un trabajo que obviamente nos guste, nos haga ser mejores personas, aporte a la sociedad y nos permita vivir con tranquilidad y dignidad. Pero nuestra relación con el trabajo, así como con el amor, tienen mucho de voluntad, cabeza y decisión. Y cuando comenzamos genuinamente a ver lo positivo y sacamos el foco en lo que nos falta, la pega adquiere otro rumbo y no solo nuestro desempeño será mucho mejor, comenzaremos también a disfrutar la vida… aunque eso es hoy nos parezca imposible.